No es nada fácil encontrar en la pintura del Siglo de Oro cuadros que tengan por motivo el ciego y el niño que le acompaña y sirve de guía, muchacho que tras la popularidad del Lazarillo de Tormes pasó a llamarse lazarillo como nombre común de la persona o perro que guía a un invidente. Pues si es difícil ver un cuadro de los siglos XVI y XVII con ese motivo, es mucho más raro que haya tres pinturas que de una u otra manera aludan a San Jerónimo o a los monjes jerónimos que fundaron la Orden en honor de su santo patrón.
No me refiero claro a los cuadros o ilustraciones basados en la novela, siendo el que pintó Goya a principios del siglo XIX el más conocido, con la escena del ciego abriendo la boca a Lazarillo para sacarle la longaniza que le había comido el niño. De lo que hablo es de obras de arte algo más antiguas que no tienen nada que ver con la novela, que tienen otro motivo pictórico y que casualmente, o no tanto, están relacionadas con San Jerónimo o los jerónimos, con lo que añaden un indicio más sobre la autoría del Lazarillo de Tormes sabiendo que es un fraile de esta Orden la primera persona a la que se le atribuyó la obra.
Veamos uno por uno estos cuadros. El primero, fechado sobre 1520, es una pintura del flamenco Joachim Patinir titulado Paisaje con San Jerónimo, óleo sobre tabla que se encuentra en el Museo del Prado. En el primer plano, a la izquierda, vemos a este padre de la Iglesia en la cueva de ermitaño con su león, un elemento de la leyenda dorada de este santo. A la derecha, se ve a un niño guiando a un ciego y más arriba vemos una escena con el león. Para entender la pintura es necesario explicar la leyenda, según la cual unos mercaderes robaron del monasterio un asno que hacía el trabajo pesado, que desde entonces tuvo que hacer el león llevando cargas en el lomo. En la escena vemos al león que, cansado de esa faena, recupera el asno para llevarlo al monasterio. Hay más detalles pero esto es lo fundamental del cuadro, que es una narración pictórica de la hagiografía fantasiosa del santo con un soberbio paisaje de fondo.
¿Y que hacen en medio el niño y el ciego? Lo primero que a uno se le ocurre es que se trata de una broma del pintor para que el espectador ría al ver a la pareja cerca del león. Puede ser esa la explicación, pero dado que la pintura refleja episodios legendarios de la vida de San Jerónimo y sus monjes podría ser que el niño y el ciego también tengan que ver con la vida del santo, pero esta vez con su biografía real.
San Jerónimo tuvo como maestro en el desierto de Egipto a Dídimo el Ciego, uno de los mayores teólogos del siglo IV. Solía hablar de él no como ciego sino como vidente por su mucha sabiduría. Cabe por tanto la posibilidad de que el ciego y el niño del cuadro sean una alegoría de San Jerónimo y su maestro y de que el pintor los pusiera ahí como un recordatorio de ese pasaje de la vida del santo. Hay una composición en verso del siglo XVII en el que se hace la comparación de Dídimo y San Jerónimo con un ciego y su lazarillo, por lo que no es descartable que sea esa la razón de aparecer en el cuadro.
En tal caso, fray Juan de Ortega, que traspuso cosas de su vida en el Lazarillo de Tormes como hemos ido viendo en las pasadas entregas, puede que iniciara el relato de Lázaro niño con un ciego a modo de seña de identidad jerónima. Esto vendría respaldado por los otros indicios que avalan a fray Juan como autor de la obra.
A San Jerónimo se le atribuía un texto con los terribles signos que precederían al Día del Juicio Final, razón por la que hay cuadros en el que se le ve junto a un ángel que baja del cielo tocando una trompeta para anunciar ese Día. José de Ribera pintó en el siglo XVII un lienzo con este motivo y también otro de un niño con un ciego en el que éste sujeta un papel con la leyenda Dies Illa, el inicio de un himno latino medieval sobre el Día del Juicio Final: Dies irae, dies illa.
El cuadro del ciego con el niño de Ribera puede que solo sea un recordatorio invitando a hacer el bien y practicar la caridad porque se acerca el último día, pero no deja de ser sorprendente su proximidad a San Jerónimo, el santo del Día del Juicio Final.
También del siglo XVII es la última pintura que protagonizan una ciego y un niño y en la que este padre de la Iglesia anda rondando. Esta vez no él sino los monjes jerónimos, Orden fundada en su honor. El cuadro es una obra de Zurbarán y se encuentra en la sacristía del monasterio de Guadalupe, que fue el mayor de la Orden.
Zurbarán recibió el encargo de pintar monjes jerónimos que habían destacado por su vida ejemplar en este monasterio durante el siglo XV. Uno de los lienzos está dedicado a fray Gonzalo de Illescas, que fue prior de Guadalupe, obispo de Córdoba y confesor del rey Juan II. La pintura lo retrata en el momento de escribir una carta en su gabinete, quizá relacionada con sus altas funciones. Sobre su mesa se ven libros, papeles y una representación barroca de la caducidad de la vida: un reloj de arena y una calavera.
Al fondo de la pintura, como por un hueco de la estancia, vemos de nuevo a fray Gonzalo. Esta vez practicando la caridad a la puerta del monasterio repartiendo limosna a los pobres. Se ve a un niño subiendo el último peldaño de la escalera y al ciego que se ha quedado esperando abajo.
Es posible que Zurbarán retratara a mendigos en busca de limosna y nada más, pero tratándose de un monasterio jerónimo no se puede evitar la sospecha, sobre todo porque el padre Sigüenza había ya publicado su Historia de la Orden de San Jerónimo en la que se dice que el borrador del Lazarillo de Tormes fue encontrado en la celda de fray Juan de Ortega de su propia mano escrito.
¿Hizo Zurbarán un guiño a la novela al pintar en ese cuadro a un ciego y un niño? No es descartable, porque el padre Sigüenza había elogiado la obra y animado a leerla y los jerónimos podían estar orgullosos de que un hermano de Orden fuera su autor.
Antonio García Jiménez, de la Biblioteca Nacional de España