Emocionado e intranquilo, como él mismo reconocía el día anterior en el encuentro con los medios, Luis Mateo Díez recibió este martes el Premio Cervantes 2023 en la “mañana más importante” de su vida, según confesó en un discurso donde repasó su trayectoria con especial atención en la infancia, pues fue en esa época en la que “encaminó” su destino de escritor.
ICAL. No faltaron, además, las referencias al Quijote, un antihéroe que llegó pronto a su vida para “quedarse”, ya que los seres de ficción que iba creando en su mundo tenían “una incierta imagen quijotesca, una atrabiliaria fisonomía de perdición y extravío, a la que no era accidental la fragilidad de su voluntad luchadora por la vida, el afán de vivirla y sobrellevarla con el rendimiento de la generosidad que añade un valor a la propia inducción del fracaso”.
Asimismo, el escritor de Villablino llenó su texto de distintas pinceladas sobre su visión de la vida, en las que subrayó su “precariedad incapacidad para escribir lo que me pasa”, que le llevó en su momento a crear un territorio propio, Celama que aparece en varias de sus novelas. “Nada me interesa menos que yo mismo, y lo digo con una radicalidad sospechosa pero no mendaz”, remarcó.
Después de recibir con una visible emoción la medalla y la escultura conmemorativas de este Premio Cervantes 2023 de manos de los reyes, el leonés recordó a aquel niño que tenía la “necesidad de escribir para contar lo más ajeno a lo que a mí sucedía”. Una necesidad que, según apuntó con ese humor tan presente en su obra, podía tener el riesgo de convertir al pequeño Díez en “aquel repelente niño Vicente” de la “deliciosa” novela de Rafael Azcona.
En esa infancia descubrió dos cuestiones que marcarían su obra, según él mismo narró en su discurso: “las veladas nocturnas, propias de las costumbres vecinales de mi Valle”, en las que se dejó embelesar por el relato oral de lo ancestral y lo folklórico; y Don Quijote de la Mancha, que llegó a su vida “para quedarse” como ejemplo máximo del héroe que no lo es, tan presente en su propia obra.
“La entidad de mis personajes no estaba, así, eximida de una incierta heroicidad, tan cervantina y quijotesca, en aras de una imaginación liberadora y redentora, siendo acaso héroes del fracaso”, enfatizó. Y es que configurar al héroe es “uno de los elementos sustanciales” no solo de la poética de narrador, sino “ante todo” de su vocación de escritor.
También habló Díaz en su discurso de su visión de la vida y su necesidad de crear un territorio propio por, según confesó, su “precaria incapacidad para escribir lo que me pasa”. “Nada me interesa menos que yo mismo”, proclamó antes de dar “alguna orientación” sobre donde se encuentra como escritor en una especie de “examen de conciencia”.
En ese punto reveló que durante muchos años la pasión de escribir se compaginaba “con la indolencia de hacerlo”. “Una muestra de disipación derivada de las vehemencias juveniles”, según confesó con una sonrisa. Esa indolencia acabó superada por “la intensificación de la necesidad” de escribir.
Así, Díez, “un octogenario de salud razonable y conciencia de las ausencias correspondientes”, detalló que se encuentra en algún punto de una obra que, por prolífica, “puede iluminar lo que con la reiteración enriquece el mundo que la contiene”. Eso sí, apuntó dos riesgos a los que se enfrenta: la repetición, “signo de acabamiento”, y la acumulación de ficciones que, “sin avalar la posteridad, sí lo hagan con la condición de póstumo”. Y es que subrayó que se encuentra en un momento de “sobrecarga” de escritura, que es un “aliciente de la vida”.
Volvió a aferrarse a sus personajes en el tramo final del discurso, personajes a los que vive “entregado”, “ya que son ellos quienes me salvan a mí”.