La maldad es un problema que preocupa a la humanidad desde antiguo y sobre la que han reflexionado pensadores y filósofos, tanto clásicos como coetáneos; a algunos de ellos recurro en esta columna de opinión. Como comportamiento humano podemos entender la maldad como el ejercicio del mal, que es lo contrario al ejercicio del bien, es aquello que se aparta de lo ético, de lo lícito y de lo honesto, es una actitud que perjudica a otro ser humano y le produce sufrimiento. Este concepto, derivado del ideal moral, incluye todas las acciones humanas que perjudican a otros y son fuente de sufrimiento moral o físico. Maquiavelo aseveraba que el ser humano es malo por naturaleza. Kant, en la misma línea, sostenía que existe un mal radical en la naturaleza humana, lo que implica que los seres humanos tenemos una propensión a contraponer y subordinar la ley moral al interés propio, admitiendo que la conciencia moral no es más que una ilusión, una mentira establecida a lo largo de los tiempos.
Frente a esta aproximación al mal como intrínseco al ser humano existe otro acercamiento al origen social de la maldad: en el siglo XVII Rousseau defendía que el ser humano es bueno por naturaleza y es la sociedad quien lo corrompe: el mal es una creación social. Dos siglos después Hannah Arendt en su libro Eichmann en Jerusalén defiende que el mal tiene causa material y es producido por personas que no encuentran nada intrínsecamente malo en sus actos cuando encuentran un ambiente, un espacio institucional y estructural propicio y asocia la responsabilidad de la maldad a grupos sociales y al propio Estado, situación en la que el individuo “banaliza” el mal que él pueda hacer.
La maldad es un sinsentido y el ejercicio colectivo de la maldad tiene lugar a través de estructuras sociales que producen sufrimiento y dolor a personas y a grupos. Este ejercicio desde las organizaciones de poder que gobiernan el mundo determina la sociedad actual, y asistimos a la instauración global de formas de comportamiento donde los valores morales y éticos dejan de ser normas comúnmente aceptadas, se instauran un pensamiento totalitario y el gobierno de la fuerza, ignorándose incluso las más elementales normas de convivencia. En esta situación el mal no importa a la hora de tomar decisiones, ya no es necesario ni siquiera justificarlo como un “mal menor” o como “efectos colaterales”, simplemente no cuenta.
El ejemplo de lo que está sucediendo en Palestina, donde el estado de Israel vulnera las más elementales normas de convivencia y dinamita el derecho internacional, en connivencia con los lobbies y países que dominan el mundo, y donde añadidos a la guerra se observan comportamientos prepotentes e inmorales de militares y colonos, es un buen ejemplo de cómo la guerra y el totalitarismo generaliza la banalización del mal en muchos de sus ciudadanos capaces de hacerse selfies sonriendo en casas, escuelas y hospitales destruidos por ellos mismos. Existen otros ejemplos en numerosas guerras que asolan el mundo como el caso de Ucrania o en numerosos conflictos silentes que tienen lugar en África (Sudán, el Sahel, Congo…) y que demuestran que son los intereses económicos y geopolíticos los que predominan por encima de los derechos humanos. El derecho internacional construido tras la Segunda Guerra Mundial se ha derrumbado como un castillo de naipes. Francisco de Vitoria padre del Derecho Internacional debe estar revolviéndose en su tumba.
El mal no solamente existe en las guerras, se usa para el acceso al poder al margen de los principios democráticos acosando incluso personalmente a los rivales políticos, afecta también a las relaciones económicas y comerciales basadas en la explotación del hombre por el hombre, al dinero como valor supremo, al beneficio empresarial desmedido, al lucro cesante, a las prácticas económicas y comerciales que, para maximizar los beneficios, someten a los trabajadores a condiciones inhumanas de trabajo que no respetan ni siquiera los siete principios de la doctrina promulgada por el papa León XIII en la Rerum Novarum, que podríamos considerar un mínimo común denominador y que habían sido superados en el siglo XX por los derechos conquistados por las clases populares.
Normalizada socialmente la transgresión de los valores que deben regir el comportamiento de las instituciones, se produce un fenómeno de contagio al propio comportamiento de cada ser humano en sus relaciones personales, de pareja, familiares, laborales, sociales… y se vulneran valores considerados hasta ahora necesarios e indispensables en las relaciones interpersonales. La palabra dada, la lealtad o el compromiso pierden su importancia y dejan de regir el comportamiento personal. “Lo más aburrido del mal es que uno se acostumbra”, escribía Jean-Paul Sartre.
Sin embargo, ahora más que nunca, es necesario seguir reivindicando el bien frente al mal, la bondad frente a la maldad, para frenar la deriva social y personal que asola la sociedad actual y compromete su futuro. Rosa Montero escribe en su libro La buena suerte que: “La gente no se divide en ricos y pobres, negros y blancos, derechas e izquierdas, hombres y mujeres, viejos y jóvenes, moros y cristianos. No. En lo que se divide de verdad la humanidad es entre buena y mala gente”. En mi opinión existen otros muchos factores de división que cabe combatir, pero la maldad es transversal a todos ellos.
Señalaba Gandhi: “Más que los actos de los malos, me horroriza la indiferencia de los buenos”, una idea que han repetido desde entonces numerosas personalidades siendo quizás las más conocidas las de Albert Einstein: “El mundo es un lugar peligroso no por las personas que son diabólicas sino por las personas que no hacen nada» o de Martin Luther King: “Lo preocupante no es la perversidad de los malvados sino la indiferencia de los buenos.”
Vivimos tiempos difíciles y este tipo de tiempo “es el terreno abonado para que germine cualquier acto miserable”, escribe Carlos Montero en El desorden que dejas, por eso es más necesaria que nunca una reacción personal y social frente a la brutalidad, frente a los tiempos que nos son dados; no hay tiempo ni lugar para la indiferencia ni para el nihilismo que, lamentablemente se extiende fomentado por quienes desde cualquier tipo de poder ejercen el mal impunemente. Es tiempo para el compromiso. Ana Merino, ganadora del premio Nadal de 2020, escribe: “La maldad queda a veces impune, pero consuela que la bondad saca a la sociedad adelante”. No estoy nada seguro de ello, pero por el bien de todos más vale que así sea. No podemos banalizar el mal.
Miguel Barrueco Ferrero Médico
Profesor universitario.
5 comentarios en «La insoportable banalidad del mal»
Cada día es más difícil saber lo que es lo bueno o lo malo ni mantener nuestra palabra ya no digo la palabra si no lo firmado hace cuatro días siempre buscamos algún artimaña para que no sirva y así nos vemos libres de lo que hemos firmado eso del amor sí está muy bonito pero el amor propio es lo que predomina ya no pensamos en las otras personas y les hacemos daño o no solamente miramos nuestros propios intereses
Cuanto contenido tiene este escrito y cuánto me gustaría que lo lean en el mundo. Totalmente de acuerdo en que el humano es un ser egoísta e insaciable siempre su lucha es ser más que los demás. Un ejemplo tonto es que pedimos a Dios sacarnos la lotería para ayudar a los demás pero no pedimos que la lotería se la saquen los demás, si no que imaginamos que el otro será más rico. Es que siempre tienen que estar por encima los bienes materiales para sentir y tener poder. Lamentablemente siempre sufren los más vulnerables. Ojalá esto cambiara pero es solo un deseo.
Hay más bien que mal en el mundo, pero éste es inmensamente destructor y espectacular. Por eso mucha gente se desanima. En mi experiencia vital y mi entirno me he encontrado más bien que mal. Si resulta difícil ser conscientes de eso es porque el mal es espectacular y el bien, en cambio, es discreto.
Con un fondo buenista, el articulo trasluce sectarismo, parcialidad, prejuicios claros.
Opinar con esa simplicidad terrible sobre lo que ocurre en la guerra por sobrevivir de los israelies es ignorar la historia y los hechos. Muy propio de esa izquierda de salón, donde muchas veces los comportamientos desmienten a las palabras.
Que el mal existe, sin duda. Las dudas quizás surgen en saber donde está; a veces, justo donde se niega.
Solo tienes que leer los mensajes de Netanyahu y su gobierno y las barbaridades que dicen. Te da una idea de lo que es un genocida.