Los sermones de Lázaro de Tormes

Lázaro, al tiempo que relata las peripecias de su vida infantil, va salpicando la narración con comentarios moralizantes propios de un predicador

El Lazarillo de Tormes es una carta-novela, tal y como se deduce claramente del prólogo. Lázaro adulto escribe a un interlocutor sin identificar al que llama Vuestra Merced después de que este le haya pedido que le escriba y le cuente cierto caso relacionado con su vida. Lo que hace Lázaro es contarle su vida desde que nació. Se trata del relato autobiográfico de un personaje de ficción a quien el autor de la obra presta a veces su voz. Hay momentos en que autor y personaje se confunden y es por lo que vemos que un pobre pregonero sin cultura es capaz de citar a Cicerón, Plinio, Ovidio o Santo Tomás.

   Lázaro, al tiempo que relata las peripecias de su vida infantil, va salpicando la narración con comentarios moralizantes propios de un predicador; se trata de críticas u observaciones que recuerdan a los sermones de un religioso desde el púlpito, algo que apunta a que el autor de la carta-novela es alguien relacionado con la Iglesia.

Veamos algunos ejemplos: Cuando la madre de Lazarillo se une al esclavo Zaide y da a luz a un negrito se produce la divertida escena en la que el pequeño al ver a su madre y a su hermano blancos y al padre negro huye de este con miedo diciendo: ¡Madre coco!  Es entonces cuando Lázaro adulto hace este comentario: Yo, aunque bien muchacho, noté aquella palabra de mi hermanico y dije entre mí: ¡Cuántos debe haber en el mundo que huyen de otros porque no se ven a sí mismos!

   Recuerda la parábola evangélica de la paja en el ojo ajeno y la viga en el propio. Es increíble que Lazarillo con 8 o 10 años hiciera esta reflexión, pero al adulto Lázaro, en realidad al autor de la obra, le venía bien poner este ejemplo moralizador.  Además, el negro Zaide, pese a ser ladrón, es tratado por el narrador con auténtica caridad cristiana porque robaba movido por el amor para alimentar a la familia.

   Cuando Lazarillo está con su tercer amo el escudero, quien no trabaja con su manos porque sería una bajeza para su honra y a quien el niño alimenta con los mendrugos de pan que le dan como limosna, Lázaro adulto, o sea el autor, hace este comentario que parece salido de un púlpito: ¡Oh Señor, y cuántos de aquestos debéis Vos tener por el mundo derramados, que padecen por la negra que llaman honra lo que por Vos no sufrirían!

  También estando con el quinto amo, el buldero, después del engaño que este y el alguacil han hecho para recaudar dinero en varios pueblos con la bula de Cruzada, leemos el siguiente comentario de Lazarillo: ¡Cuántas destas deben hacer estos burladores entre la inocente gente!

   Es también improbable que el muchacho hiciera esta observación ética sobre la conducta del comisario o buldero, pero Lázaro adulto, alter ego del autor, no deja pasar la ocasión de reprobarla. El comisario de la bula de Cruzada era un clérigo y el autor critica su mala conducta al igual que hace con la del cura de Maqueda, segundo amo del chico, cuando critica su avaricia y mezquindad.

   No digo más sino que toda la lacería del mundo estaba encerrada en este; no sé si de su cosecha era o lo había anexado con el hábito de clerecía.

    Hay quien ha visto estos ataques a representantes de la Iglesia como contradictorios con el hecho de que el autor de la carta-novela pueda ser un religioso. De hecho, también critica a un fraile mercedario, cuarto amo del niño. Pero todo tiene una explicación en el contexto  histórico de la época. Con el cardenal Cisneros había comenzado al inicio del siglo XVI la reforma de las Ordenes religiosas y eran los frailes reformados los más críticos con las conductas poco evangélicas de los clérigos seculares y con el clero regular que rechazaba la reforma, como el fraile mercedario que no guardaba la clausura.

   Gran enemigo del coro y de comer en el convento, perdido por andar fuera, amicísimo de negocios seglares y visitas. Tanto, que pienso que rompía él más zapatos que todo el convento.

   Vemos en estas palabras de Lázaro de Tormes uno de los símbolo de la reforma, la descalcez, los frailes descalzos que guardaban la clausura contra los que no lo hacían. Fue la lucha que en la orden carmelitana tuvieron Santa Teresa y San Juan de la Cruz en una época en que la Iglesia católica mantenía una dura pugna en Europa con el protestantismo de Lutero y Calvino.

   Este tono de sermón de predicador de púlpito que se aprecia en varios pasajes del Lazarillo de Tormes es lo que hace creíble que la obra la escribiera el jerónimo fray Juan de Ortega, miembro de una Orden religiosa reformada.

   Otro aspecto destacado de la obra es la presencia constante de Dios, que no se le cae de la boca a Lázaro. Es tan apabullante el número de veces que es citado a lo largo de la narración que el que fuera director de la Real Academia, Víctor García de la Concha, señaló que podía considerarse a Dios como actor principal y cooperador de Lázaro. La intervención divina aparece siempre para ayudar al protagonista.

    Lo vemos por ejemplo cuando estando con el mezquino cura de Maqueda, Lazarillo deseaba que falleciera alguien porque en el mortuorio podía comer bien, y así le rogaba a Dios que cada día matara uno. Según dice, en casi seis meses veinte personas fallecieron porque viendo el Señor mi rabiosa y continua muerte, pienso que holgaba de matarlos para darme a mi vida.

  Al final de la obra, Lázaro prospera y tiene buena vida como pregonero porque quiso Dios alumbrarme y ponerme en camino y manera provechosa. Y después de casado con su mujer, Lázaro confiesa: me hace Dios con ella mil mercedes y más bien que yo merezco.

    Dios está siempre echándole una mano al protagonista, lo que, dada la naturaleza sermonaria de algunos pasajes, refuerza la idea de que la carta-novela es obra de un autor religioso. Y no solo eso, sino de que hay una especie de mensaje no explícito que hace pensar en otra interpretación muy diferente de la que se suele dar al Lazarillo de Tormes.

Antonio García Jiménez

Biblioteca Nacional de España

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