Que tengan amor al trabajo, pocos, que hagan servidumbre voluntaria de él, menos, que se trabaje por necesidad, la mayoría. Está bien ponderarlo y se le festeje una vez al año, pero glorificar el trabajo del máximo esfuerzo, el de la excelencia en los resultados y la competitividad extrema es pasarse. Y no es que se quiera estar cruzado de brazos, sino trabajar satisfechos, ser apreciados y recompensados. Somos mejores que parecemos, como el trabajo cuando se hace a gusto.
Según las estadísticas, en nuestro país seis de cada diez trabajadores no se sienten realizados ni felices durante su jornada laboral. Malo que en la actividad que nos lleva un tercio del día estemos a disgusto. Y eso que expertos en rendimiento laboral tratan de seducirnos haciendo confundir trabajo con vida y alto rendimiento con motivación. Ponen por las nubes la productividad y dejan de atender sea el trabajo conciliable con la vida familiar y lugar de complacencia.
Del trabajo retribuido que hablo, sea manual o intelectual. cualificado o no, es la actividad humana por antonomasia, la que produce los bienes y recursos que hacen la prosperidad y el bienestar. Para lograrlo no hace falta trabajar siete horas al día, deslomarse por producir barato y no parar por llegar el primero. Falta prestar más atención al trabajador, recompensarle mejor y no meterle miedo con sustituirlo por la robótica y la inteligencia artificial.
La verdad, en general el trabajo no apasiona. Y no es que haya de tirarse la toalla por falta de defensores de su apreciación, sino hacer por conseguir se atienda se sienta uno confiado en él, percibirlo como sitio en que se aprende y aviva la autoestima. Donde en vez de premiar el compromiso, se recompense la capacidad. A TODOS DESEO UN FELIZ PRIMERO DE MAYO.
Licenciado en Geografía e Historia, exfuncionario de Correos y escritor