El Lazarillo y el naciente teatro popular

La naturaleza cómica de El Lazarillo es innegable y de hecho en su época se vio como una pieza literaria muy próxima al teatro popular que entonces nacía
Portada clásica de El Lazarillo

Pese a que el Lazarillo de Tormes tiene un tono moralizante y de crítica social, para los contemporáneos se trataba más que nada de un libro que provocaba la risa en quien lo leía, un libro de burlas, como lo calificó el gran hispanista Marcel Bataillon. Su naturaleza cómica es innegable y de hecho en su época se vio como una pieza literaria muy próxima al teatro popular que entonces nacía. Las primeras ediciones del Lazarillo, de 1554, salvo la de Amberes, llevan grabados con figuras del ciego y su mozo o de este y uno de los clérigos que aparecen en la obra. Son grabados parecidos a los que se estampaban de los protagonistas de las farsas o comedias. Las primeras ediciones de La Celestina, por ejemplo, llevan esas figuras.

Aunque el Lazarillo es una narración que tiene la forma de carta, está más cerca de la comedia que cualquier otra literatura narrativa de su época como los fantasiosos libros de caballerías. Igual que las farsas, es una imitación de la vida, busca retratar las costumbres con realismo. Es tan fiel a la realidad que por eso hay quien ha creído que Lázaro de Tormes es alguien de carne y hueso, un verdadero pregonero de Toledo que cuenta su vida y tiene las experiencias que relata, cuando verdaderamente se trata de un  personaje inventado por un hombre culto que le ha dejado hablar por sí mismo.

Cuando López de Velasco editó en 1573 el Lazarillo castigado, una vez expurgado por la Inquisición, justificó su publicación de nuevo diciendo que era una representación tan viva y propia de aquello que imita con tanto donaire y gracia que en su tanto merece ser estimado, y así fue siempre a todos muy acepto. El propio fray José de Sigüenza, que dijo que se había encontrado el borrador de la obra en la celda de fray Juan de Ortega, elogió también el decoro con que hablaban los personajes.  El decoro, como explica en su Diálogo de la Lengua Juan de Valdés, era un vocablo propio de los representadores de las comedias, los cuales entonces se decía que guardaban bien el decoro, cuando guardaban lo que convenía a las personas que representaban.

A mediados del siglo XVI triunfaba Lope de Rueda, considerado el padre del teatro popular por sus pasos o entremeses en prosa. Por primera vez la comedia salía a la calle para divertir al pueblo. Juan del Encina había hecho los primeros ensayos con sus cortesanos vestidos de pastores pero con obras en verso y con el palacio de los nobles por escenario. Cervantes contó cómo, siendo niño, vio fascinado actuar a Lope de Rueda sobre un rudimentario tablado y como éste, cambiando de papel y disfraz, tan pronto hacía ya de negra, ya de rufián, ya de bobo y ya de vizcaíno.

Hasta entonces el teatro había sido sobre todo cosa de clérigos que representaban los misterios de la religión, escenas del Antiguo y del Nuevo Testamento, bien en iglesias o conventos y también en calles y plazas con motivo de las fiestas de santos, del Corpus o las procesiones de Semana Santa. Los clérigos eran quienes daban vida a los personajes sagrados con voz y gesto solemne pero también divertían a los fieles con ocurrencias graciosas a fin de que prestaran atención y se impregnaran de la doctrina. Que entre reír y reír, bueno es la verdad decir, como escribió en su Farsa teologal Diego Sánchez de Badajoz, que era autor además de actor. 

Este clérigo saca a escena en otra de su obras, Farsa del molinero, a un ciego y su mozo, pareja que venían siendo personajes teatrales desde la Edad Media. Como en el Lazarillo, el molinero es acusado de ladrón y el ciego maltrata al niño, que huye de los golpes.

Es en otra obra teatral, la representación de un capítulo del Evangelio de San Juan en el que Cristo da la vista a un ciego, en la que vemos de nuevo a la pareja cómica intercambiando engaños y mamporros. En esta obra, de Sebastián de Horozco, el niño también se llama Lázaro y hay un episodio parecido al de la novela. El ciego le quita un torrezno al chico y este hace que se golpee con una pared mientras le dice:  Pues que oliste el tocino, ¿cómo no oliste la esquina? En el Lazarillo de Tormes, el ciego le ha sacado literalmente del cuerpo una longaniza al niño y este se venga haciendo que salte y se golpee con un poste de la plaza de Escalona, mientras le dice: ¿Cómo y oliste la longaniza y no el poste?

Es una brutalidad, pero hay que saber interpretarla. Se trata de un motivo folclórico y teatral que busca hacer reír exagerando los lances y que utilizan los dos autores, fray Juan de Ortega y Sebastián de Horozco, autor toledano del que se sabe que solía representar algunas de sus obras de argumento evangélico en monasterios de la ciudad. Es posible que fray Juan se inspirara en él cuando, como General de los Jerónimos, viajaba desde Alba de Tormes a Toledo para visitar a las monjas del monasterio de su Orden.

Fray Juan de Ortega, como prior en Alba, frecuentaba el palacio de los duques, donde Juan del Encina comenzó a representar sus obras cómicas de pastores. Como todo el mundo en el siglo XVI, fray Juan debía estar fascinado por algo tan nuevo como el teatro popular. El no solo inventó el personaje de Lázaro de Tormes sino que se disfrazó de él y por eso, como hemos ido viendo en las anteriores entregas, hay tantos rasgos de su vida que se confunden con los del pregonero. Ya veremos al final de esta serie como el final de la novela, con Lázaro como marido cornudo, solo cobra sentido interpretándolo en relación con uno de los hechos más destacados de la biografía de fray Juan de Ortega.

Antonio García Jiménez. Biblioteca Nacional de España

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