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Opinión

Colecciones privadas

David Arranz/ICAL. La exposición 'Una Colección Particular' se puede ver en el Palacio de Garcigrande.

El coleccionismo ha sido una actividad que se remonta a los albores de la humanidad. El sentido estético de los neandertales, ahora que se discute si fueron capaces de generar arte, ya les llevó a conservar objetos bellos, como conchas marinas o piezas de ámbar. Después, en los tiempos indebidamente denominados históricos, los ejemplos de coleccionistas de obras artísticas son interminables. Sila, Pompeyo o César inauguraron entre los romanos la costumbre de exhibir las obras de arte, sobre todo esculturas, que obtuvieron como botines de guerra. Más cercana a nosotros resulta la afición de los Austria a coleccionar pintura. Felipe IV pasó por ser un rey entendido y con un gusto exquisito para el arte.

Con frecuencia, de estas colecciones han surgido museos. De las colecciones reales nació el Museo del Prado y de la particular de José Lázaro Galdiano, tras su generosa donación al Estado, surgió el prestigioso museo que lleva su nombre. Algo parecido hizo Federico Marés en Barcelona, aunque sobre la adquisición de muchas piezas haya fundadas sospechas de irregularidad. En Salamanca, por ir a lo próximo, tenemos el ejemplo paradigmático de la Casa Lis, con su Museo Art Nouveau y Art Déco, el más visitado de Castilla y León. La generosidad del anticuario Manuel Ramos Andrade y el buen hacer del entonces alcalde, Jesús Málaga, consiguieron dotar a la ciudad de un valioso bien cultural.

El oportunismo y la visión de futuro son fundamentales. Las colecciones privadas son, evidentemente, para el disfrute de su propietario, que para eso ha invertido su dinero. Pero esto dura un tiempo relativamente corto. Y ahí es donde el gobernante debe demostrar sentido de la oportunidad e intuir, como Málaga con la colección Ramos Andrade, la proyección que puede dar a la ciudad la adquisición o cesión de un patrimonio que, bien organizado, se convierte en riqueza cultural y reclamo turístico. Pero no abundan quienes disponen de esa visión de futuro y dejan pasar, sin darse cuenta, las oportunidades. Estas iniciativas dan resultado a largo plazo y, lamentablemente, la mayor parte de los políticos solo piensan en la repercusión inmediata.

Durante el mes de mayo se expone en Garcigrande Una colección particular, con pinturas adquiridas en su día por José María Vargas Zúñiga y María Dolores Pérez Lucas y gestionadas en la actualidad por la fundación que lleva su nombre. Las firmas de autoría lo dicen todo, pues podemos contemplar obra de Benjamín Palencia, Zacarías González, Vaquero Turcios, González Arenal, Díaz Caneja, Carmen Laffón, Martínez Novillo y muchos más. Nos decía Juan Vargas, el gerente de la Fundación Vargas Zúñiga y Pérez Lucas, que las esculturas son todavía más destacadas, pero que no tienen lugar donde exponerlas. Intuimos cierta apertura a hablar sobre algún tipo de cesión, pero ¿quién podría ser el interlocutor? Nos preguntamos asimismo por otras colecciones, como la de Miguel Ferrer, o por la obra que dejaron nuestros artistas más destacados, tipo Fernando Mayoral, Agustín Casillas o Severiano Grande. Salamanca, ciudad de la cultura, carece de un museo municipal que se encargue de gestionar estas posibilidades y evitar que se pierda o disperse un patrimonio que, aun privado, forma parte de la historia de la ciudad. No hay dinero, dicen. Para la cultura casi nunca lo hay.

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