A todos nos gustaría liberarnos de estrecheces, apariencias y malos modos. No es difícil habiendo horizontes inmensos, quienes tocan los sueños con las manos y gente indulgente. Invulnerables no somos, ni de todo lo que hacemos salimos ventajosos, pero díganme si no podemos admirar un firmamento cuajado de estrellas, nos deleite una canción, disfrutemos nadando en el río y un montón de cosas de un valor incalculable al alcance de los que prefieren vivir con ilusión que desanimados.
Bueno no es que sea más fácil construir un paraíso en las nubes formadas por multitud de gotas de agua microscópicas que en tierra firme, poblada de gente ambiciosa, engreída y embustera, capaces de negar lo evidente, echar sus culpas a otros y estando desnudos exigir se diga van bien vestidos. Mundo ese, de gente dura e hiriente que hace de la intransigencia su bandera, presume de lo que ignora y reivindica su entera libertad a costa de dejar la de los demás a medias.
No hay merma en quien no se siente derrotado por más que quienes acometen feroces se lo crean. No son la sencillez y la humildad tan débiles que se puedan someter fácilmente, más bien son armas poderosas que se bastan por sí mismas para en las mayores adversidades mantener sus convicciones, sin flaquear con los reveses y continuar gustando de colores, olores y sabores, en pie y con el corazón latiendo confiado. Callados, pero no mudos.
Aunque uno quisiera más acciones que palabras, más empeño que cautelas, rectitud y no injusticia, se hace laborioso dirigir el presente hacia un porvenir en que el bienestar y la solidaridad sean la seña de identidad de las nuevas generaciones. Hay mucho por hacer y se hará.
Licenciado en Geografía e Historia, exfuncionario de Correos y escritor
Aliseda, una puta coja (2018)
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