Lázaro de Tormes, una buena y noble persona

Antonio García Jiménez, de la Biblioteca Nacional de España, analiza el personaje de Lázaro de Tormes
Una imagen de la serie El Misterio del Tiempo que habla del Lazarillo de Tormes.

La lectura del Lazarillo de Tormes nos enfrenta a una gran paradoja que es la siguiente: ¿Cómo es que un niño que nos cae simpático y por el que sentimos incluso ternura porque es víctima de la crueldad y mezquindad de sus amos que no le alimentan acaba pareciéndonos despreciable de adulto por consentir compartir su mujer con el arcipreste de San Salvador, su último amo?

Casi medio siglo después de publicarse el Lazarillo apareció el Guzmán de Alfarache, la primera novela picaresca. Su autor, Mateo Alemán, imitó el modelo narrativo del Lazarillo: un personaje de baja condición que cuenta su vida, pero ahí acaba todo el parecido porque Lázaro de Tormes es un personaje que no tiene nada que ver con los protagonistas de las novelas picarescas. Él no roba ni juega ni hace daño a nadie. No es un bellaco. Él solo tiene picardía y astucia para conseguir la comida que sus amos no le dan, pero tiene un alma caritativa.

Es el último capítulo del Lazarillo el que parece compartir algo con los personajes sin alma de las novelas picarescas, dado que Lázaro parece ser alguien sin honor y dignidad que acepta que su amo se acueste con su mujer. Es este capítulo el que ha condicionado siempre la interpretación de la obra, de tal manera que se da por hecho de que el protagonista consiente esa situación para comer bien y disfrutar de bienes materiales después de la mala vida que tuvo que soportar de niño.

No es fácil combatir esta interpretación, pero es todavía más difícil sostener esa metamorfosis espiritual en un personaje como Lázaro que hasta ese momento ha mostrado la bondad y nobleza de su condición. Siente compasión por su padrastro negro que hurtaba para alimentar a la familia y siente compasión por el escudero, a quien él mismo tiene que alimentar porque su amo se niega a trabajar alegando su honra.

Esto es lo que dice Lazarillo de su amo el escudero: ¡Oh, Señor, y cuántos de aquestos debéis vos tener por el mundo derramados, que padecen por la negra que llaman honra lo que por Vos no sufrirían!, y en otro momento, viendo hambriento al escudero, dice: Tanta lástima haya Dios de mí como yo había de él, porque sentí lo que sentía, y muchas veces había por ello pasado y pasaba cada día.

¿Son estas frases de misericordia y caridad cristiana propias de alguien que acaba perdiendo la dignidad? ¿Es propio de una persona que vende a su mujer el lamentar los engaños de los bulderos y decir como Lazarillo: ¡Cuántas de estas deben hacer estos burladores entre la inocente gente!

La interpretación de la obra que ha prevalecido no tiene coherencia ninguna. A poco que se lea con detenimiento la novela se verá que el último capítulo no tiene nada que ver con el resto de la obra. Es cierto que al final Lázaro parece compartir a su mujer, aunque cabe otra lectura: que no lo haga voluntariamente sino que al estar enamorado esté ciego ante la dudosa conducta de su esposa, como lo suelen estar todos los enamorados.

En las dos últimas entregas de esta serie explicaré la interpretación alegórica del último capítulo, un sentido figurado y no literal que es coherente con todos los indicios que avalan a fray Juan de Ortega como autor de la obra.

De momento, quiero destacar esta contradicción de ver en Lázaro a alguien sin dignidad cuando durante toda la obra ha mostrado señales de su alta autoestima y su buen corazón pese a su humilde condición. Incluso un episodio brutal como cuando hace que el ciego se estrelle contra un poste ocurre porque Dios lo quiere así para castigar al ciego por su crueldad y falta de caridad:  Dios le cegó aquella hora el entendimiento (fue por darme de él venganza).

Antes de este desenlace Lazarillo habría querido perdonarle pero no pudo ser: Y aunque yo quisiera asentar mi corazón y perdonarle el jarrazo, no daba lugar el mal tratamiento que el mal ciego desde allí adelante me hacía, que sin causa ni razón me hería.

Lázaro nunca hurta si no es para comer, e incluso el da de comer a su amo el escudero. Con el amo que más tiempo pasa, hasta cuatro años, es con el capellán de la catedral de Toledo que le contrata para acarrear agua por la ciudad. Se ha ganado la vida honradamente durante todo ese tiempo.

Y al llegar al último capítulo, quienes interpretan a Lázaro como a un rufián despreciable no tienen en cuenta que él es popular y gana bastante antes de conocer al arcipreste de San Salvador, su último amo. No ha necesitado a este para ganarse la vida y vivir bien. Gracias al favor de amigos y señores ha conseguido el oficio de pregonero y le va muy bien. Lo cuenta así: Hame sucedido tan bien, yo le he usado tan fácilmente, que casi todas las cosas al oficio tocantes pasan por mi mano; tanto, que en toda la ciudad, el que ha de echar vino a vender o algo, si Lázaro de Tormes no entiende en ello hacen cuenta de no sacar provecho.

Es después de esto que conoce al arcipreste. No le ha necesitado para triunfar en Toledo como pregonero. ¿Por qué iba a aceptar la condición de marido cornudo si ya vivía con desahogo?  El prejuicio de creer que Lázaro es un bellaco como los de las novelas picarescas es lo  que ha impedido comprender bien esta gran obra literaria.

Por. Antonio García Jiménez. Biblioteca Nacional de España

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