Dicen que la actual grey de la política española es la más mediocre que se ha conocido en los 47 años que llevamos de restauración democrática. No estoy muy seguro de ello porque mediocridades en puestos relevantes, tanto de gobierno como de oposición, ha habido siempre, desde los inicios de la transición hasta nuestros días. Si repasamos todos los ministros nombrados por Adolfo Suárez, Leopoldo Calvo-Sotelo, Felipe González, José María Aznar y Mariano Rajoy encontraríamos nombres que nada tienen que reprochar a ninguno de los que sientan sus posaderas en el actual banco azul.
Lo que sí tengo claro es que la ironía, la sátira y el sarcasmo imprescindibles para salpimentar el debate político han sido sustituidos por sal gorda de la que se utiliza durante las nevadas para combatir el hielo en calles y carreteras. El talento en la descalificación del adversario ha decaído a niveles ínfimos y ello se nota mucho, toda vez que el insulto resulta consustancial al clima de crispación instalado en la política española. El insulto sin gracejo es como un huevo sin sal o un pescado descongelado y hervido de esos que endosan a los enfermos en los hospitales. Y peor aún, del insulto se pasa con harta frecuencia al exabrupto, un exceso que viene a ser un eructo dialéctico.
«Estoy hasta los cojones de todos nosotros”, proclamó el efímero presidente de la I República Española, Estanislao Figueras, quien, consecuente consigo mismo, acto seguido se subió a un tren para exiliarse en Francia, que entonces y ahora queda bastante más lejos que Villadiego. Luis Carandell, uno de los grandes cronistas parlamentarios del tardofranquismo y la transición, recogió en su libro “Se abre la sesión” multitud de lo que hoy llamaríamos “zascas”, sucedidos conocidos desde la constitución de las Cortes de Cádiz (1810) hasta la llegada de Aznar a La Moncloa(1996). Algunos de esos “zascas” son celebérrimos, como el que dedicó en 1934 José María Gil Robles a quien quiera que fuera el que le gritó lo siguiente: “Su señoría es de los que todavía utilizan calzoncillos de seda”. La respuesta del líder de la CEDA no se hizo esperar: “No sabía yo que la esposa de su señoría fuese tan indiscreta…»
Otro de los grandes cronistas parlamentarios de las últimas décadas del siglo pasado fue Víctor Márquez Reviriego, al que recuerda “El topillo” siguiendo desde la tribuna de prensa del hemiciclo de Fuensaldaña la sesión de las Cortes que en julio de 1987 invistió presidente de la Junta a José María Aznar. Vázquez Reviriego, autor de magistrales crónicas en la revista “Triunfo”, compendió las más sabrosas anécdotas en el libro “Apuntes parlamentarios”, publicado por el propio Congreso de los Diputados en 1997.
Durante los primeros años de la transición, la mordacidad en la crónica parlamentaria alcanzó su máxima expresión con el malogrado Cuco Cerecedo, prematuramente fallecido a los 37 años. Aunque vigués de nacimiento, Cuco era gran conocedor del lenguaje taurino, que trasladó a sus ingeniosas crónicas en Diario 16. Suyo fue el sobrenombre de “Carnicerito de Málaga” atribuido al expresidente Carlos Arias Navarro por su activo papel en la salvaje represión del ejército franquista que costó la vida a miles de malagueños en 1937. Cuco Cerecedo da nombre a un prestigioso premio periodístico instituido en 1983 por la Asociación de Periodistas Europeos.
Fuera de toda duda ha estado el consumado arte para el insulto exhibido por Alfonso Guerra, especialmente en los años en que se constituyó en máximo azote de la oposición a los gobiernos de UCD. Recordaba aquí no hace mucho el alias de “El tahúr del Mississippi” adjudicado a Suárez, y peor parada salía su paisana Soledad Becerril, la primera mujer en ocupar un ministerio tras el franquismo: «Carlos II vestida de Mariquita Pérez». En esos gobiernos destacó la flema gallega del ministro Pío Cabanillas, al que, a propósito del pifostio que era la UCD, se le atribuyen frases como la de “Yo ya no sé si soy de los nuestros” y la de “Hemos ganado, no sabemos quienes”. Una retranca galaica que también se hacía notar en Mariano Rajoy y de la que carece por completo Alberto Núñez Feijóo, cuyo sentido del humor brilla por su ausencia.
La catarata de insultos que reciben Pedro Sánchez y sus ministros (con Óscar Puente a la cabeza) por parte de la “fachosfera” adolece en general de la mínima fineza. En el “Abc”, que dispone de la mayor plantilla de columnistas “fachosféricos” por metro cuadrado, ni uno solo de ellos se aproxima de lejos al gracejo del que hacían gala firmas como las de Jaime Campmany o Antonio Burgos. Y lo mismo cabe decir de la derecha política, cuyas diatribas rezuman un resentimiento -en el caso de Santiago Abascal, odio puro y duro- incompatible con la ironía o el sarcasmo. Aunque en el PP la capacidad de insulto sigue in crescendo, con la leonesa Ester Muñoz en destacada posición, todos sus oradores siguen la línea acre y tosca de Rafael Hernando.
En Castilla y León, ni la clase política ni la periodística han destacado nunca por su capacidad para la ironía, la sátira o el sarcasmo. Ni siquiera para los apodos, aunque en este capítulo el exgerente y tesorero en la sombra del PP, Pedro Viñarás, tiene acreditado bastante ingenio para motejar a sus conmilitones.
Suyo es el sobrenombre artístico “Los tres sudamericanos” con el que bautizó al trío constituido en la Junta por el presidente Juan Vicente Herrera, el vicepresidente De Santiago-Juárez (a la sazón “El Pica) y la consejera Pilar del Olmo. Herrera había formado parte antes de “Los Sabandeños”, como se dio en llamar al grupo de antiguos amiguetes del colegio mayor César Carlos que reclutó Fernando Bécker cuando se hizo cargo de la consejería de Economía. El apodo tenía su origen en la procedencia canaria de uno de ellos; Javier Rodríguez Segovia, por aquel entonces cuñado por otra parte del periodista Pedro J. Ramírez.
“Osito de Peluche” y “Bambi” fueron los apodos puestos por Viñarás a Antonio Silván y a Carlos Fernández Carriedo, en tanto que Jesús Julio Carnero era “Kojak” y Juan José Sanz Vitorio “El Espinoso” (se supone que por su condición de ex alcalde de El Espinar). Sanz Vitorio, también conocido como “El Litri” por haber ejercido en tiempos de electricista, es de los más propensos a emplear el insulto, hasta el punto que desde su actual puesto en el Senado ha osado echar un pulso en ese arte nada menos que a Óscar Puente, quien, al igual que Alfonso Guerra, dispone de las tablas proporcionadas por su pertenencia juvenil a un grupo de teatro (el del sevillano se denominaba “Esperpento”).
No se conoce que el susodicho motejara con algún apodo a su primo carnal Juan José Lucas, el estadista de El Burgo de Osma, al que, como a Fraga, le cabía y le cabe el Estado en la cabeza… Precisamente a causa de ese parentesco, el apodador era conocido como “el primo del primo de Zumosol”. No consta que a los dos dirigentes con los que conforma el «núcleo duro» del PP autonómico, Alfonso Fernández Mañueco y Rául de la Hoz, les asignara sobrenombre. Sin embargo, el portavoz a la fuga y candidato número 12 de la candidatura del PP al Parlamento Europeo se ha quedado con el apodo de “Guapo de discoteca”, con el que le describió el portavoz del Partido por Ávila tras una borrascosa negociación.
Aunque puestos a apodar yo me quedo con un amigo que siempre ha utilizado entre su elevado circulo de amistades sobrenombres ingeniosos donde los haya. “Las torres gemelas” eran dos antiguos altos cargos (no precisamente en estatura) de la Junta, ambos fallecidos en dramáticas circunstancias. Uno de ellos era además “Su Menudencia”, quien por otra parte no guardaba la mejor relación con su compañero de partido “El felino”, este alcalde por más señas. No hacen falta pistas para adivinar quien era “La topilla” y no apuntaré ninguna sobre la identidad de “Su Excrecencia”…
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