El afecto de Lázaro de Tormes por las mujeres

Antonio García Jiménez, de la Biblioteca Nacional de España, analiza la importancia de las mujeres en la vida de Lázaro de Tormes
Louis Le Nain: Interior con familia de campesinos, 1642. National Gallery of Art.

Son pocas las mujeres que aparecen en el Lazarillo de Tormes, pero son superiores a los hombres en virtudes humanas. El autor las ha caracterizado como bondadosas y caritativas, rasgos que faltan en los personajes masculinos. Lázaro, el protagonista, tiene una actitud benévola y sincera hacia las mujeres, lo que contrasta con la opinión que tiene de la mayoría de sus amos.

Cuando Lázaro habla de su madre lo hace de manera compasiva. En Salamanca, tras quedarse viuda, ella guisa para los estudiantes y lava la ropa a los mozos de las caballerizas y, tras ser castigada su pareja el esclavo negro, sirve en el mesón de La Solana. Padeciendo mil importunidades, ella ha trabajado duro para sacarles adelante a él y a su hermanito negrito. Cuando siendo ya mozuelo empieza a servir al ciego, la despedida de su madre es enternecedora: Y cuando nos hubimos de partir yo fui a ver a mi madre e ambos llorando me dio su bendición y dijo: Hijo, ya sé que no te veré más. Procura de ser bueno y Dios te guie.

Estando con el ciego, Lázaro destaca la buena fe de las mujeres y como su amo se aprovecha de ellas para ganar dinero. Con su segundo amo en Maqueda, cuando recibe el garrotazo del clérigo que cree matar a la culebra que le comía los panes, es una vieja quien le cura la herida que le tiene postrado tres días.

Vuelven a aparecer las compasivas mujeres en Toledo. Son ellas quienes le salvan la vida. Como su amo el escudero no le mantiene, sale a pedir por la ciudad y al pasar por la tripería pedí a una de aquellas mujeres y dióme un pedazo de uña de vaca con otras pocas de tripas cocidas.

Y cuando se prohíbe mendigar en Toledo son también mujeres las que salen en su ayuda:  A mí diéronme la vida unas mujercillas hilanderas de algodón que hacían bonetes y vivían par de nosotros, con las cuales yo tuve vecindad y conocimiento. Que de la lacería que les traían me daban alguna cosilla, con la cual muy pasado me pasaba.

Son estas mismas mujeres las que intervienen cuando el alguacil y los acreedores quieren llevarse preso a Lazarillo tras huir su amo sin pagar el alquiler de la casa: Señores, este es un niño inocente y ha pocos días que está con ese escudero y no sabe de él más que vuestras mercedes; sino cuanto el pecadorcico se llega aquí a nuestra casa y le damos de comer lo que podemos por amor de Dios.

Como ya dije en una de las primeras entregas estas mujeres que viven en comunidad e hilan algodón son el disfraz de las monjas jerónimas del convento de San Pablo de Toledo. Es uno de los indicios más seguros que avalan la autoría de fray Juan de Ortega, quien como General de los jerónimos tenía que viajar desde su monasterio de Alba de Tormes a Toledo para visitarlas, haciendo casi la misma ruta de la novela.

La benevolencia que muestra Lázaro hacia las mujeres alcanza incluso a las que tienen que prostituirse para comer. Son las rebozadas junto al río que tienen por estilo de irse las mañanicas del verano a refrescar y almorzar sin llevar qué por aquellas frescas riberas, con confianza que no ha de faltar quien se lo dé, según las tienen puestas en esta costumbre aquellos hidalgos del lugar.

Son los hombres quienes han acostumbrado a estas mujeres a llevar esa conducta. Lázaro quiere dejar claro quiénes son los culpables.

Por último llegamos a su propia mujer, su esposa, la criada del arcipreste de San Salvador, quien la casa con Lázaro y parece tenerla de concubina. Y aquí es donde quienquiera que lea el Lazarillo de Tormes debe olvidar todo lo que ha leído sobre la novela, dejar todos los prejuicios que tenga y preguntarse: ¿Tiene lógica y coherencia que alguien que se ha comportado con dignidad y  muestra tanto afecto por las mujeres sea capaz de consentir compartir su esposa por vivir una vida más cómoda? 

En todo caso se puede argüir que Lázaro no lo hace voluntariamente sino engañado. Que está tan enamorado de ella que está ciego. Así lo parece cuando proclama: es la cosa del mundo que yo más quiero y la amo más que a mí; y me hace Dios con ella mil mercedes y más bien que yo merezco.

Lo raro es que a esta mujer que es lo que más quiere en el mundo Lázaro nunca la nombre. Sabemos el nombre de su madre, Antona Pérez, pero nunca dice el nombre de su esposa por quien muestra tanto amor ¿No es esto muy extraño?

En realidad, Lázaro está hablando por boca de fray Juan de Ortega; es el disfraz de éste. Y habla en sentido figurado, no hay ninguna mujer de carne y hueso. Esta esposa es una iglesia, la esposa de un obispo. En la próxima entrega, que será la última, explicaré por qué esto es así y qué secreto guarda esta gran obra literaria.

Por. Antonio García Jiménez, de la Biblioteca Nacional de España

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