El premio de dejar de fumar

Este no es un blog de autoayuda al uso. Son, por encima de otras cosas, las reflexiones de una fumadora y de un médico
Una hucha con dinero. Imagen de Alexa en Pixabay

Este no es un blog de autoayuda al uso. Tampoco es un texto de consejos médicos. Ni siquiera es una conversación entre médico y paciente. Son, por encima de otras cosas, las reflexiones personales de una fumadora impenitente de cigarrillos, Lira Félix Baz, y de un médico, Miguel Barrueco, quien fue jefe de la Unidad de Tabaquismo del hospital Clínico de Salamanca.

Siempre hay un momento en el que un fumador quiere dejar el tabaco. Aprovéchalo, porque es como los trenes… (44º Post)

Durante los meses de verano mi cuerpo agradeció enormemente el haber dejado de fumar. El bochorno insufrible de esos días en los que el calor parece que emana del suelo. Vas caminando y no solo te queman sus rayos, si no que el asfalto desprende fuego.

Esos días es aún más maravilloso no fumar porque encender un cigarrillo y darle una calada supone que por tu boca pasa humo a muchos grados de temperatura.

Quizá por este motivo o porque yo estaba muy alerta no tuve ningún problema con Endriago. Es más, pasaban los días sin que me volviera a acordar del tabaco. Alguna noche de verano, cuando el calor deja paso a la fresca de la noche y te sientas en una terraza o en un parque… quizá, pero eran balas de fogueo que me enviaban los soldados del monstruo desde su madriguera. Nada importante.

Por lo que despedimos el verano, en el que yo no me había ido de vacaciones. No había podido. Me tomaría un descanso en noviembre, cuando ya concluyera la temporada de golf y la agencia no demandara tanto mi trabajo. En verano es cuando tenemos más carga.

Ya en otoño, porque no volví a estar frente a Miguel hasta finales de septiembre, acudí al hospital. Era nuestra sexta cita médica. Nunca había visitado tanto un hospital. Me había convertido en una usuaria habitual.

Amparo estaba en su puesto y siguió el proceso que establece su protocolo. Tensión, medición de mis pulmones y peso. Había engordado, pero no tenía nada que ver con el tabaco o la ansiedad. Simplemente había seguido al pie de la letra el menú veraniego, es decir, cenas frías con los amigos, donde las empanadas, embutidos y bocaditos sustituyen a las ensaladas o la cervecita fresquita con aceitunas, a una manzana a media tarde y ¡qué decir de la coca cola con patatas fritas de bolsa!, que en invierno era un té con un poquito de leche. Nada que ver con el tabaco. Hubiera engordado igual, porque el cigarrillo no te evita comer, eso es un mito.

Es más, yo había engordado un poquito en verano, pero en estos diez meses había perdido cinco kilos. Estaba bien. Me sentía contenta. No era significativo ese leve aumento de peso, simplemente con hacer un poco más de ejercicio o con limitar un poco la ingesta de comida lo bajaría.

Además, aquel traspiés que tuve a principios de verano en el que no fui consciente de que encendía un cigarrillo me tuvo como a un soldado vigilando en la garita todo el tiempo, ojo avizor, por si Endriago salía de su madriguera y yo ni intuía sus pisadas. En este sentido también estaba muy satisfecha.

Eso sí, no entré en la consulta de Miguel tan exultante como cuando llevaba seis meses sin fumar.

-¿Cómo te encuentras? – preguntó Miguel.

– Bien, pero he engordado. Por lo demás estoy estupendamente.

-¿Por qué ha sido?

– Me he descuidado un poco y ahora realizo menos ejercicio.

– ¿No estará motivado por la ansiedad?

– No, para nada.

– Aquel episodio de la última vez…

– No se ha vuelto a repetir. He estado más atenta.

– Te noto un poco decaída. Sin tanta fuerza.

– No. Estoy bien, muy orgullosa de mí misma, no lo dudes. Un poco preocupada porque he dejado abandonado un proyecto muy interesante y aposté, una vez más, por mi profesión, y no me está dando los resultados esperados.

– ¿Por?

– Cuestiones meramente materiales y en protocolo dicen que es una tremenda ordinariez hablar de dinero.

-¿Nada más?

– Nada más. De verdad.

Es lo bueno que tiene Miguel, se convierte en un confidente, con el que puedes compartir asuntos ajenos al puro proceso médico. Quizá por ello sientes que no le puedes fallar y con ello te aseguras que te estás curando.

– Bueno, pues vamos a lo nuestro. Ahora que han pasado unos meses debe empezar a notarse el beneficio de no fumar, así que quiero medir tu capacidad pulmonar. Pedimos cita para hacerte una espirometría y comprobamos cómo se benefician tus pulmones. ¿Te parece bien?

– Me parece bien.

Justo en el momento que nos íbamos a despedir entró Amparo y me preguntó.

– ¿Cómo va la hucha?

– Muy bien, realmente bien.

– ¿Cuánto dinero tienes?

– Más de dos mil euros.

– ¡En serio!

– Sí y eso que solo meto lo que yo me gastaba en su momento. No he tenido en cuenta la gran subida del tabaco. Ahora sería mucho más.

– ¿Qué te vas a regalar?

– Voy a jubilar mi cámara de fotos y adquiriré una mejor con varios objetivos. No creo que me dé para comprar el flash, pero quizá cuando me deis el alta, por el mes de enero, ya podré adquirir uno bueno.

– Nos parece muy bien – contestó Miguel, en plural mayestático.

Me iba a levantar, cuando al coger el bolso vi el cuaderno verde.

– Por cierto, he terminado las hojas donde debía apuntar mis sensaciones.

– Sí. Nos lo tienes que dejar- contestó Amparo.

– Bueno, vamos a mirar primero a ver como han ido estos meses, – señaló Miguel un poco burlón.

– Bien. Han ido bien. Me va a costar desprenderme de mi diario de ex fumadora.

Miguel miró las hojas del libro y sonrió. Todo estaba bien.

Salí de la consulta y medité sobre el contenido de mi hucha. Eran más de dos mil euros, siendo yo una fumadora tipo medio. No llegaba a fumarme un paquete diario y mi tabaco no era de los más caros del estanco. Con ese dinero y viendo que acababa de comenzar el curso escolar, una familia podría comprar los libros y enseres necesarios para comenzar las clases de dos de sus hijos.

Si no tienes niños en periodo escolar te puedes regalar un viaje a Nueva York, y si me apuras un poco y quieres relajarte a una playa del Caribe. Creo que incluso puedes invitar a unos amigos para que te acompañen. ¡Qué decir de aparatos tecnológicos! Tipo ordenadores, televisiones, consolas y demás.

Es brutal lo que nos podemos ahorrar con el simple hecho de no ir por las mañanas al kiosco o estanco a comprar un paquete de tabaco. Solo te das cuenta del dineral que destinas diariamente a los paquetes de cigarros cuando lo juntas y compruebas como crece la hucha y las posibilidades que te da ese dinero.

Es estupendo comprobar que tu salud mejora. Al principio no lo percibes, porque estás más preocupado por no fumar, por controlar la ansiedad, por no caer en tentaciones, de todo tipo, no solo de encender un cigarrillo, sino las gastronómicas, por lo que el encontrarte bien no es prioritario. Me explico: cuando no nos duele la cabeza no estamos pensando en el dolor de cabeza. Así, cuando estamos bien no pensamos que antes nuestro malestar era consecuencia directa de meter humo en nuestro organismo.

Por ello, cuando van pasando los meses y compruebas que ya puedes correr hasta la parada del autobús y tardas cinco segundos en recuperar el resuello; que subir una escalera no supone ningún esfuerzo extenuante, aunque vayas cargada de bolsas; que salir de noche y tomarte unas copas no significa que al día siguiente no seas persona… Y así un sinfín de ejemplos. Un día, sin venir a cuento, te das cuenta de que hay olores, sabores y sensaciones y descubres, casi asustado, que durante muchos años te los has estado perdiendo por el simple hecho de encenderte un cigarrillo detrás de otro. Así de triste es.

Continuará…

Este blog está protegido por los derechos de autor. Queda prohibida la reproducción total o parcial de este texto. (SA-79-12)

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