Hubo un tiempo en que los días comenzaban envueltos en un inmenso cielo azul, un paisaje de claridad radiante y sonrisas nuevas en medio del entusiasmo. Cien soles, prados salpicados de flores y remansos en los ríos donde bañarse seguros. Se vivía sin horas de impaciencia, se abrían escuelas y la salud era un derecho. Ahí vamos, al placer que nos hablen con amabilidad y se conviva con buenos modales.
Tiempo aquel en que sonaba la música y cantaban los niños, a nadie le turbaban el sueño los problemas, se curaban fácil las heridas y en cada puerta colgaba un cartel de bienvenida. Se negaba lo irremediable y cortaban amarras con el radicalismo. Nada impuesto por la fuerza ni sometidos con engaños, en lucha contra el dolor y la miseria, sin soberbios ni guerras. Cada uno entre muchos era el primero en ofrecer su ayuda, se obraba con lealtad y antes era hacer que prometer.
Lugar donde se aprecia el vivir en una sociedad de bienestar, con libertad, prosperidad y seguridad, sitio en el que habitan quienes te ofrecen la mano y al momento un abrazo que te inunda de esa emoción que nunca finaliza porque se sigue descubriendo y conmoviendo cada vez. Lugar donde el cielo esta despejado y no se advierten nubes en el horizonte, en el que cada uno obra con justicia y dignidad, todos a salvo de querellas y puesto en valor civismo y educación.
Alientan las alas con que vuelan los sueños y conforta haya hombres y mujeres que brillan como estrellas. Milagros no habrá, pero como si los hubiera cuando se vive con ilusión y optimismo, sin decaer, como la aguja de una brújula que siempre apunta al norte. POR LO DEMÁS, AGRADEZCO LA ATENCION A QUIENES ME LEEN, LES DESEO FELIZ VERANO Y ME DESPIDO CON UN SALUDO CORDIAL HASTA SEPTIEMBRE.
Licenciado en Geografía e Historia, exfuncionario de Correos y escritor
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