Nueva York, 1929. La intelectualidad neoyorkina, desenvuelta y absorta, pide bises sin ningún tipo de remilgo. Los próceres de Columbia no se pueden creer que exista una melodía “tan bonita y con tanto ritmo” como la que acaban de escuchar, así que desean hacerlo de nuevo. Y así lo manifiestan, consecuentemente, y hasta en cuatro ocasiones, según testimonios. La canción es ‘El burro de Villarino’, un clásico del cancionero salmantino que hunde sus raíces en La Ribera charra, y quien la canta al piano con innata pasión es, ni más ni menos, que Federico García Lorca, proyectado al mundo ‘ad eternum’ como símbolo del arte y sempiterna figura de progreso.
Javier A. Muñiz / ICAL. García Lorca llegó a Nueva York de la mano del filólogo salmantino Federico de Onís, alumno aventajado de Miguel de Unamuno, que llevaba en Estados Unidos desde el año 1915. Era catedrático en la Universidad de Columbia y su misión, crear allí los departamentos de Filología Hispánica. Acogió a Lorca durante nueve meses en los que trabaron gran amistad. Suyo es el testimonio de aquella demostración al piano y de ese amor por el folclore charro que llegó a exportar a la ‘capital del mundo’. Lo recogió, de hecho, en una publicación posterior titulada Federico, folclorista en la que condensa la pasión por la música popular de Lorca.
Es uno de los pocos vestigios documentales que existen sobre el nexo entre el poeta y dramaturgo granadino con la provincia de Salamanca, habida cuenta de su repentina desaparición, y uno de los que se ha encargado de unir esos puntos, de escudriñar su relación y de extraer un relato concluyente al respecto es el pintor salmantino Florencio Maíllo. Suyos son los 126 retratos repartidos en una decena de municipios charros, en los que, de alguna manera, Lorca dejó la huella de sus pasos. También los dos imponentes retratos que, desde hace algunas fechas, se exhiben en el patio del Palacio de la Salina, sede de la Diputación de Salamanca, y que representan otro “nexo etéreo” en esta intrincada historia de pasión por el folclore.
Uno es, en efecto, del propio Lorca y el otro, expuesto a su lado, dibuja la efigie de Dámaso Ledesma, músico mirobrigense, cuya cercanía con el poeta es una de las claves de su amor por la música popular charra. De hecho, había “un vínculo emocional extraordinario” que hundía su esencia en esto mismo, según destaca en declaraciones a Ical el pinto, estudioso de esta relación. “Dámaso Ledesma sintió de pequeño el gusto por la música popular, aunque luego se dedicó a la música culta. Es lo mismo que sucede con Lorca, que, gracias a su familia y a su niñeras, interioriza el folclore popular y le acompaña toda su vida”, reflexiona.
La música popular
Ledesma es el autor del Cancionero Salmantino, un recopilatorio de música popular charra que, por cierto, editó la propia Diputación en el año 1907 y que obtuvo un premio de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. Fue a través de Manuel de Falla, gran valedor de la música popular española, que Lorca conecta con este universo conexión con Lorca cuando Falla retorna de París y se asienta en Granada en 1920. “Manuel de Falla elevó lo folclórico a un estadio estratosférico, aunando el cancionero popular con la música de vanguardia” apunta el artista.
Hacia 1915, Lorca se forjaba como intelectual entre las mentes más brillantes de su ciudad, en plena regeneración cultural, por ejemplo, en la ‘Tertulia del Rinconcillo’. Ahí conoce, entre otros, al filólogo José Fernández Montesinos, quien le abre la puerta a otro universo clave en su concepción artística y que tendrá un papel en su ulterior viaje a Salamanca: Lope de Vega. Su primer desplazamiento a tierras charras, no obstante, llegó de la mano del catedrático Martín Domínguez Berrueta un año después, en 1916, en el marco de un programa para conocer el arte en el territorio, dentro de la gran renovación educativa de esa época.
Hasta dos décadas después no volvería, pero “durante esos 20 años de producción artística él siempre tuvo presente a Salamanca”, remarca Maíllo, quien abunda en que “se sabía el cancionero salmantino de memoria”. De hecho, como hiciera en Nueva York, en las residencias de estudiantes, en sus reuniones de amigos, allí donde fuer, lo tocaba. “Toda la Generación del 27 escribió con pasión sobre cómo Lorca se tiraba horas al piano y, en sus recitales, siempre aparecían canciones de Salamanca, como ‘Los Mozos de Monleón’, por ejemplo, ya que las utilizaba en todos sus vínculos existenciales”, matiza. En los años 1932 y 1933 generó distintos vínculos con Dámaso Ledesma, tal y como recoge, incluso, la prensa de la época, con un recuerdo de parte del poeta granadino apenas un lustro después de la muerte del músico mirobrigense.
En 1934, un año antes de realizar su último gran viaje a Salamanca, Federico García Lorca estaba en la cumbre de su trayectoria, ya era ampliamente reconocido a nivel mundial, “estaba muy demandado, tenía un éxito brutal”, subraya el pintor. De hecho, se pasó cuatro meses de bolos por Argentina y en una nota, como allá le dicen a las entrevistas, abordó, en términos generales su sentido del teatro. “Lorca habla de la necesidad de inversión, sí, pero también una dotación superior de emoción y de cultura. Él quería elevar la calidad cultural y educativa, tenía un gran compromiso social. Quería renovar el teatro desde dentro y darle un envoltorio atractivo que lo proyectara hacia la contemporaneidad. Ahí menciona a grandes artistas plásticos que el rodean y que le aportan una mirada renovadora del arte contemporáneo. Les tiene a su lado”, resume.
El gran viaje
Es entonces cuando recala en La Alberca. Por un lado, está en plena búsqueda de esa renovación de la dramaturgia, quiere que sea un pilar que sostenga a la sociedad y, por otro lado, rastrea entre las canciones y trajes tradicionales de la Sierra de Francia, que luego usará en las obras que programa con La Barraca. El tercer elemento, cuenta Maíllo, es el contacto a través de Montesinos hasta Lope de Vega, que fue desterrado y recaló en Salamanca protegido por el Duque de Alba y se convirtió en su secretario y su gentil hombre. Él tenía propiedades en el sur de la provincia y así conoció las Hurdes, las Batuecas y la Sierra de Francia.
“Seis días de viaje de un hombre altamente ocupado que no se pueden entender sin la pasión por estos tres elementos: la renovación del teatro, la conservación del arte popular, ya que los albercanos son muy celosos de su tradición y manifiestan una singular disciplina en la conservación de sus tradiciones, y también por patear el suelo que pisó Lope de Vega”, resume Florencio Maíllo. El pintor salmantino hace referencia a una charla que el premio Nobel Pablo Neruda impartió en París en 1942 y en la que alude a todo esto. “Cuenta que cuando Lorca volvió, le contó que había dormido en las mismas estancias de Los Jardines de la Abadía en las que había estado Lope de Vega y relata una anécdota sobre unos corderos y el sentido de la muerte en Lorca”, afirma.
En marzo de 1936, por cierto, La Barraca vuelve a Salamanca, ya sin Lorca, que, en efecto, era un hombre que “no tenía tiempo”, algo que no había ocurrido con ninguna otra provincia de España. Y al día siguiente, para más Inri la lleva a Béjar, donde había dormido una de las noches y programa Fuenteovejuna, de Lope de Vega. “Estoy convencido de que lo hizo porque no podía hacer una representación más cerca de La Alberca, hasta donde no podía llegar con los trastos de La Barraca por aquellos caminos”, sugiere el pintor en alusión a su amor por Salamanca. “Lo tenía de un modo muy epidérmico, lo tenía muy a flote. Hay que entender ese viaje desde una necesidad casi vital, de ir al origen donde se conserva la tradición”, concluye.
La exposición es el tercer estadio del proyecto enraizado en el disco Folklorquiando, compartido con el músico Gabriel Calvo, y que ya llevó el pasado año una serie de retratos a las balconadas de la Plaza Mayor. Ahora, la capital del Tormes acoge una parte de la muestra, en concreto, los dos retratos de gran formato del propio Lorca y del musicólogo mirobrigense Dámaso Ledesma, pero también se podrá disfrutar en otros nueve municipios de la provincia. Entre ellos, y durante tres meses, hasta el 30 de septiembre, figuran Ciudad Rodrigo con 22 obras, Béjar con 20, La Alberca con 16, San Martín del Castañar con 15, Montemayor del Río con 13, San Esteba de la Sierra con 12, Miranda del Castañar con diez, Monleón con ocho, las mismas que Villarino de los Aires. Hasta 12 de las obras son nuevas, incluyendo los dos retratos principales que alberga desde hoy el patio del Palacio de La Salina.
1 comentario en «Florencio y Federico unidos por Lorca»
Un artículo muy ilustrativo sobre la relación de Federico con Salamanca y su folclore. Sólo hay una cosa que no me ha gustado por la vaguedad que implica al hablar sobre su asesinato y es esta frase: “ habida cuenta de su repentina desaparición”. Esa repentina desaparición debería haber sido expresada, a mi modo de ver, de forma clara y descriptiva de la causa. Aún así agradezco toda la información.