Que la vida es injusta, lo tengo claro. Que Dios le da pan a quien no tiene dientes, también. Y, que somos quijotes en un mundo de molinos, lo descubro día tras día.
No es que no lo supiera, les aseguro que sí, pero quizás porque la rebeldía lleva aposentada en mí toda la vida, no quise pasar de largo, ante lo que no es justo.
Se acabó otro curso y con él, la agonía que muchas familias pasan en centros educativos y se van buscando otro centro, con la esperanza de que no les vuelva a pasar. Que el acoso escolar no vuelva a cruzarse en sus vidas se convierte en una odisea muchas veces, que lleva a vivir a ‘salto de mata’ tratando de huir de aquello que nunca debió de cruzarse en tu camino.
La esperanza de empezar de nuevo, en otro sitio, con otra gente, que valore el diamante en bruto que otros no han sabido ver, ni tratar, hace que la ilusión asome de nuevo, pero también asoma el miedo de volver a lo mismo, a no ser valorado, a ser despreciado, a vivir un día a día que no debería de vivir nadie. Ni siquiera aquellos que disfrutan con ello o esos que no quieren mirar o los que se permiten el lujo de decir a otros que esa familia nunca paso por ello, sin saber lo que sucedió, ni lo que llevan a la espalda todos ellos.
Pero la negación se instala y la venda en los ojos no deja que la luz pase y ahí radica otro problema, cuando quien te tiene que apoyar no lo hace y se acomoda en la parte que más le conviene. Violencia institucional, lo llaman. Personalmente, le pondría otro nombre y estoy segura de que no me equivocaría.
A veces eso pasa por querer hacer las cosas bien, por seguir las reglas, por tocar a las puertas que en teoría la ley y el desconocimiento marcan y con ello, ordenas el presente y el futuro de tus hijos.
Con el paso del tiempo, la esperanza y el miedo se acomodan a la incertidumbre del día y aparece el recelo, la impotencia y las preguntas sin contestar.
Dicen que nunca es tarde, pero no es así, hay cosas que no volverán. Momentos que debería de vivir cualquier niño y el acoso escolar y quienes son cómplices de ello, se lo arrebatan a base de negación e imposición, pero seguimos año tras año celebrando otro curso más, sin la conciencia de quien nunca pudo celebrar esos finales de curso, porque el colegio y la propia sociedad jamás lo protegió, negándole el derecho a tener recuerdos felices como sus compañeros.
Es la vida, sí, la vida que no le interesa a nadie, son niños que la mayoría crecerá entre miedos y llantos. Otros no saldrán de ésta, pero nunca habrá conciencia, ni vergüenza, ni siquiera arrepentimiento, porque la dignidad de quienes impusieron el dolor a golpes ni la conocen, ni la tuvieron nunca.
Se acaban etapas y empiezan otras, con suerte dejando atrás a quienes no merecen ni una sola letra. Toca vivir lo que nos han dejado y ahí seguiremos con vosotros, como estuvimos siempre.