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Opinión

Antiguas mentiras, ‘fakes’ actuales

Una rotativa de un periódico. Imagen de Trixie Liko en Pixabay

Cuando no hay noticias, se fabrican, William R. Hearst.

El problema de la información sesgada o falsa no es de ahora, aunque ya llegue a un estado crítico. Hace casi un siglo James Browne, editor de un periódico escocés, denunciaba que «la situación de la prensa es tal que no puede ser peor; sin duda, es una desgracia para el país». Hablaba de los periódicos de EE. UU. — pioneros de la ‘prensa amarilla’, con sus chismes de alcoba de la alta sociedad, crímenes tremebundos de los bajos fondos, accidentes catastróficos… y  sus hoax y fake news, o sea, bulos y mentiras–, pero otros países siguieron por la misma senda. En España por esas fechas se decía «mientes más que La Gaceta«. (Para que nadie se de por aludido, recordemos que La Gaceta fue el primer periódico español, surgido en el s. XVII, que a finales del s. XVIII se convirtió en el Diario Oficial del Gobierno y desde 1837 es el respetable Boletín Oficial del Estado).

Así pues, estamos ante un viejo problema ahora agravado que lastra la buena marcha de las sociedades democráticas. Los científicos del BOAS (que mueven cada año el minutero del ‘Reloj del Apocalipsis’) en 2021 añadieron a los peligros de la guerra nuclear y del cambio climático la corrupción de “la ecosfera de la información” como grave amenaza para la Humanidad. La distorsión de la realidad y el desprecio al consenso científico agravan los problemas globales al propiciar respuestas irracionales o una inhibición suicida ante los mismos. Antonio Guterres, secretario general de NN.UU., ha dicho cosas parecidas.

Y no es que las bases de la prensa moderna hayan cambiado mucho en el último siglo: sigue la sociedad de masas urbana; la alfabetización (no excesiva) y la disponibilidad de ocio; el gran capital que impulsa todo o los imperativos de la publicidad política y comercial. Pero si hoy la información averiada se halla en el punto de mira de la agenda política de muchos países es porque ha cambiado el factor técnico con la revolución digital: la virtualidad expansiva de las redes tiene alcance global y mayor calado en las mentes de los receptores.

Por otra parte, el hacker individual, colectivo o institucional no es muy distinto en su modus operandi del viejo periodista que, ávido de notoriedad a toda costa, viste la noticia o la inventa.

Me viene a la mente el caso de Hubert R. Knickerbocker, corresponsal de la cadena de W. R. Hearst en España durante la Guerra Civil, quien a primeros de noviembre de 1936 informó de la entrada del ejército franquista en Madrid con más de dos años de anticipación. (no fue el único en hacerlo, desde luego). En octubre de 1935 ya había enviado crónicas «imaginativas» sobre la guerra en Etiopía cuando aún no había comenzado y, ya en la II Guerra mundial, hablaba de la presencia de un gran ejército aliado en Australia (no había tal en 1942) al mando del mejor general de EE. UU., McArthur, de ejecutoria más bien mediocre hasta ese momento como jefe de las fuerzas del Pacífico.

Se da el caso de que Knickerbocker hizo sendas entrevistas a dos personajes señalados de Salamanca, que tuvieron gran repercusión, incluso internacional: Unamuno y el capitán Gonzalo de Aguilera, aristócrata salmantino que sirvió como oficial de prensa franquista. Uno y otro emitieron juicios muy contundentes sobre la República, los militares sublevados, Azaña, la civilización cristiana y demás. Y se plantea, cómo no, la cuestión de si, y hasta qué punto, el periodista yanqui fue respetuoso con las opiniones de sus entrevistados o bien es que, a la vista de los disparates que dijeron uno y otro, el periodista les pilló en un mal día.

Asuntos que dejamos pendientes para la próxima ocasión.

Por. Luis Castro Berrojo, autor del blog Conversaciones sobre historia.

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