Paseo años 60 por la calle de Libreros

Charo Ruano presta uno de sus cuentos a 'Quedamos debajo del reloj' para invitarnos a pasear por la calle Libreros de hace 60 años...
Calle Libreros. Fotografía. Pablo de la Peña.

Quedada debajo del reloj. Aquí comienzan los paseos domingueros que realizará La Crónica de Salamanca este verano tomando como excusa las obras de los escultores, de los graffiteros o los poetas, para conocer mejor nuestra ciudad y poner en valor lugares o establecimientos singulares.

En esta ocasión, el paseo será por la calle Libreros a través de un cuento de Charo Ruano.

No recuerda con exactitud cuántas veces ha pasado por ella; cuántas veces se ha refugiado, ha llorado, ha sido feliz, se ha fundido con las piedras de ese trocito de calle, que ella nunca consideró una calle, sino una casa, un paraíso, una infancia.

Libreros 25 era la casa del tío y siempre fue Libreros a secas. “Estamos en Libreros, vamos a Libreros, pasamos por Libreros…”. Una denominación de origen, se diría ahora. Libreros 25 estaba situada entre la calle Tavira y Veracruz, según se bajaba de Veracruz a la izquierda, allí en un portal oscuro y tibio, bajando dos escalones. A la derecha estaba la casa de Ufe, un semisótano que a ella le fascinaba porque las ventanas estaban a ras de la calle; enfrente, la puerta del patio, claro y acogedor, casi nunca la dejaban entrar, y a la derecha subiendo la escalera, de frente, dos puertas, la del tío y la de Rosa, la sempiterna vecina. Casi nunca se entraba por esa puerta que era grande y majestuosa, de madera muy oscura con aplicadores de bronce, sino por la de la cocina justo al acabar la escalera, una puerta pequeñita de color crema, mucho más asequible y familiar.

Una de las ventanas a ras del suelo de la calle Libreros. Fotografías. Pablo de la Peña.

De la cocina recuerda cada baldosa, cada olor, cada objeto; recuerda la primera televisión en blanco y negro cuando la bola del mundo giraba y giraba al compás de una música solemne que ella miraba hipnotizada; recuerda la galería acristalada, llena de luz, donde se planchaba, se cosía y ella escuchaba las conversaciones de los adultos mientras contaba y recontaba cuentos y cromos. Libreros era eso: la felicidad; salían del portal, cruzaban la antiquísima tienda de ultramarinos, que aún sobrevive, con dos puertas que ella cruzaba veloz, y, en medio, un caramelo; Tavira, Palacio del Obispo y Rúa adelante hacia el centro; o bien paseando con la tía y su novio, carabina perfectamente adiestrada, para no decir nunca nada inconveniente.

Cuando regresaban, el tío Román “es un tío político”, le decía la abuela, “no tienes que quererlo tanto”, la llevaba en brazos y la sentaba en un poyo que sobresalía de una ventana. Mientras ella saboreaba una chocolatina, él se despedía de la tía. Por las mañanas el trayecto era diferente, bordeando el convento de San Millán, ahora en ruinas, hasta el desaparecido Colegio de la Merced, hoy la Facultad de Ciencias Exactas y allí, doña Lola, doña Lydia… En el colegio no estuvo mucho tiempo, allí nunca fue feliz y los tíos no insistieron en que acudiera.

La Merced, hoy Facultad de Exactas. Fotografía: Pablo de la Peña.

Una tarde a la semana se encaminaban al seminario, iban a ver al tío Miguel. A ella, pequeña, demasiado pequeña, le impresionaban los claustros, la frialdad de las galerías, los altos muros, aunque el tío siempre sereno, sonreía y le daba los cacahuetes, el postre que había guardado toda la semana para ella.

Iglesia de San Millán. Fotografía: Pablo de la Peña.

Libreros, el viejo tío sentado en la camilla, los libros invadiéndolo todo, el sol de la galería, los días de lluvia inacabables que pasaba con la nariz pegada al cristal, la tía refunfuñando en la cocina, nunca contra ella, para ella todo era dulzura y cariño, el bigote del tío Román y su ternura, las visitas semiclandestinas del tío César, todo eso era Libreros; un aire, un olor, una forma de ser; nunca había sido más feliz, nunca se ha sentido más segura, como si al entrar en ese tramo de calle accediera a su reino, un pequeño reino de mimos, algodón y chocolate donde era la única princesa, una princesa déspota, curiosa, sabedora del poder de sus silencios y de sus palabras; habitante privilegiada de un mundo de adultos rendidos a sus pies. Por eso tal vez echó raíces en Libreros 25, por eso regresa siempre allí, aunque todo haya cambiado, aunque sólo la viejísima tienda recuerde que cruzaba corriendo mientras extendía la mano para recoger la golosina, por eso aún puede rastrear un poco de felicidad entre aquellas casas ahora restauradas y distintas, porque allí, en aquel pedacito de calle, escondió para siempre su infancia.

Por. Charo Ruano

Palacio del Obispo. Fotografía. Pablo de la Peña.

1 comentario en «Paseo años 60 por la calle de Libreros»

  1. Esto son paseos literarios que inspiran prosa y verso. Muy bien. Esperemos que el Consistorio de una vez por todas se ponga manos a la obra enriqueciendo cada espacio, cada puerta de garajes deterioradas con esos versos que pegan como carne y hueso.

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