Los matices en el paseo de Venancio Blanco

Francisco Blanco habla del genial escultor y acerca al hombre que hay detrás del artista
Francisco Blanco, junto al San Francisco de Asís obra de Venancio Blanco.

Quedada debajo del reloj. Aquí comienzan los paseos domingueros que realizará La Crónica de Salamanca este verano tomando como excusa las obras de los escultores, de los graffiteros o los poetas, para conocer mejor nuestra ciudad y poner en valor lugares o establecimientos singulares.

Justo cuando comenzaron a tocar las once campanadas del reloj de la Plaza Mayor, Francisco Blanco, saludaba con afecto sincero.

Un momento después bajábamos por las escaleras de Pinto en dirección a la plaza de San Julián. Pero, antes nos detenemos en la plaza de Sexmeros, porque Francisco Blanco quiere hacer un inciso y hablar, antes que de Venancio Blanco, de dos placas que se encuentran en dicha plaza. Es lo que tienen los paseos, que pueden surgir otros temas de conversación.

“Hablaremos de la muerte, hablando de la escultura de Venancio, por lo que creo que viene muy bien contar que en la plaza de los Sexmeros hay una placa en pizarra que recuerda la muerte violenta de un hombre en 1791. Tienen que ver mucho con nuestra tradición de hacer pequeños monumentos funerarios en los que recordamos a las personas que han muerto violentamente. Por eso, en las carreteras vemos esos ramos de flores”, explica Francisco Blanco.

Y también trae a este paseo otra lápida, en este caso en el muro exterior de la iglesia de San Julián y santa Basilisa, que probablemente, al menos es lo que quiere creer Blanco, que se trata de lápidas que hubo en el cementerio alrededor de la iglesia, como en casi todas después de la Edad Media, cuando los enterramientos salieron del interior de los templos. “Esa lápida dice: ‘Los que dan consejos ciertos a los vivos son los muertos’”.

Ya en la plaza de San Julián, veremos la escultura que Venancio Blanco ideó para definir a Gerardo Gombau, el músico, lo hizo a través de una alegoría de la música. “Siempre me ha gustado porque es una abstracción, que tanto le gustaba a Venancio, no solo en la escultura, también en el dibujo. Le apasionaba dibujar”, comparte Francisco Blanco, quien es un gran conocedor del escultor de Matilla de los Caños al que le unió una amistad de décadas. “Siempre que iba a Madrid tenía que visitarlo en su estudio. ¡Tengo tantos momentos vivido con Venancio! Era una fuente de sabiduría”, recuerda Blanco.

Francisco Blanco, junto a la alegoría que realizó Venancio Blanco en honor a Gerardo Gombau.

Reconoce que Venancio lo tenía “absolutamente abducido. No entendía viajar a Madrid y no charla y tomarme un café con él. Rara es la vez que ese café no iba a acompañado de un dibujo hecho en una servilleta de cafetería”.

Los encuentros con el escultor se prorrogaron durante 20 años, aunque se conocían de antes, pero forjaron su amistad a partir de una exposición sobre el dibujo que organizó Francisco Blanco. Tienen el mismo apellido, pero no son familia. Lo que sí logró esa exposición fue crear entre ellos un vínculo “casi familiar. De manera que no solo con él, también con su familia, su mujer, María Pilar, a la que adoraba, y a su hijo, Paco Blanco Quintana”.

Así se entiende que cuando Francisco Blanco llamaba a casa de Venancio, lo hacía para hablar con María Pilar, porque el escultor estaba en el estudio. “Me encantaba hablar con ella. Era divina. Se atrevía a decirle a Venancio lo que le gustaba y lo que no. Para mí era un placer verle trabajar. Todo me gustaba, pero María Pilar era más crítica. Venancio me decía: ‘Es tremenda mi mujer. No me pasa… ni esto’. Quizá por eso fue tan genial. No lo sé”, apunta.

Venancio Blanco en la sala de exposiciones de Santo Domingo. Fotografía. Pablo de la Peña.

Irá y vendrá a lo largo de la conversación a sus viajes a Madrid. Casi, casi es como si durante este paseo, Francisco Blanco volviera a enfilar la autopista que lo conducía a la capital. “Era un sabio. Además, muy prudente. Había conocido a tantas personalidades, que yo me quedaba embobado escuchándolo”, explica.

Le fascinaba a Blanco que Venancio ‘tocara’ muchos palos y algunos de ellos conectaban muy bien con sus pensamientos.

Por ejemplo, el tema religioso. “Venancio tenía una singular visión. Yo decía que para mí Venancio tenía una teología personal. En alguna ocasión ha hablado de la teología venanciana, porque era una manera muy peculiar de entender y compartir. Tengo un dibujo suyo que me realizó para el colofón del pregón que di de Semana Santa”, puntuliza.

La imagen a la que se refiere Francisco Blanco es un Cristo Crucificado especial. Mientras toda la iconografía de Cristo cuando muere está con la cabeza vuelta a la derecha, mirando al Buen Ladrón, en el dibujo que le hace a Francisco Blanco, tiene la cabeza vuelta a la izquierda, al Mal Ladrón. La explicación que le dio Venancio era que cómo iba a necesitar el Bueno que Cristo esté pendiente de él, tendrá que estarlo del Malo. “Me parece una especie de rebelión o una manera de entender la religión desde la ortodoxia, es muy heterodoxo. La manera de entender a Dios, a Cristo… en Venancio era de una humanidad. Era fantástico”, especifica.

Venancio Blanco en la sala de exposiciones de Santo Domingo. Fotografía. Pablo de la Peña.

Hay otro tema que los unía: los toros, porque son la raíz de Venancio. Su padre estaba al cargo de los toros. Venancio Blanco nació en una finca y lo mamó desde pequeño, por lo que lo incorporó a su identidad, a su esencia. “No sé si era de ir a las corridas. Él lo vivía desde el animal en el campo. Desde ese punto de vista recoge muchas presencias de toros. Eso no quiere decir que no valore y no integre el toro en su arte. La suerte de varas que tiene son maravillosas”, apunta.

A Francisco Blanco la espiritualidad le fascina como manera de relacionar al ser humano y proyectar su mundo interior. Esto se hace o bien a través de la religión, el Cristianismo en nuestro caso. Pero, también ha investigado todo lo que tienen que ver con la magia, la brujería… «Esto último a Venancio le caía más a trasmano”, matiza Francisco Blanco.

Francisco Blanco señala que habló muchas veces con el escultor de cómo el toro y el cristianismo coinciden en algunos elementos significativos. Eso quedó reflejado en una exposición en 1998. Una sala de La Salina solo tenía dos obras: El Cristo Crucificado y al fondo un dibujo enorme de un toro muriendo.

“En nuestra cultura se le ha dado mucho valor al juego con el toro, al sacrificio con el toro… Tiene que ver con un sentimiento atávico de unas raíces que ya hemos olvidado. El toro es una especie de divinidad, tenía un valor que va más allá del juego. No solo era matar un animal, el sacrificio proporcionaba a los seres humanos, que conectaban con ello, la sangre del toro se echaba a la tierra para que diera más fruto; se comía el toro que se toreaba porque proporcionaba energía, vitalidad y todos los valores que se le presuponen al toro bravo, se le trasladaban sobre todo a los hombres”, explica Francisco Blanco.

Por una parte, estaba el sacrificio del Dios toro, con el sacrificio del Dios hombre que se unían en esa sala de La Salina. Dos divinidades, una antigua y otra que viene a través del Cristianismo y ambas enviando un mensaje que está conectado y que de alguna manera se alimenta uno del otro. “Esa imagen me ha quedado marcada de una manera muy especial”.

Un toro en los jardines de Santo Domingo. Fotografía. Pablo de la Peña.

Otro tema que también le gustaba mucho a Venancio Blanco era el tema de la música, en especial el flamenco.

Francisco Blanco asegura que Venancio se sentía profeta en su tierra y muy querido tanto a nivel del público, como de las instituciones o los medios de comunicación. “Creo que Venancio se sintió a gusto con esta tierra. Es verdad que Venancio ha sido una figura artística en el siglo XX muy especial”, matiza.

Está convencido que Salamanca conoce su obra, que es lo importante de un artista, su proyección profesional. “Lo que ocurre es que Venancio era de una riqueza humana tan grande, que esa sí que era inaccesible para el público. No porque él levantara un muro, no, no”, comparte.

Además, su propia personalidad hacía que conectara y cuajara muy bien debido a su generosidad. “Le he visto disfrutar mucho con los alumnos del instituto que lleva su nombre. En varias ocasiones, le he acompañado. Ese sentimiento de sentirse querido lo ha experimentado. Ese sentirse querido es también sentirse reconocido. Venancio en Salamanca es muy reconocido”, recuerda.

Estuvo trabajando hasta meses antes de morir. “Me encantaba ver la importancia que le daba a las cosas pequeñas, al dibujo… Venancio decía que un artista tenía que dominar el dibujo”, matiza.

Siempre le pareció un artista descomulgar, pero es que en el plano humano a Francisco Blanco le llenó más. “Me venía a Salamanca con la tristeza de no haber registrado tantas horas de conversación, porque era para compartir, para que el público conociera su pensamiento a través de su manera de expresarse, que lo hacía muy bien”, comparte.

El montaraz a caballo, escultura de la plaza de España. Fotografía: Pablo de la Peña.

Le había llegado mucho la cultura a través de la cultura clásica, con la belleza, con el arte y leía. “Sobre todo era el contacto con las artes en general, desde la música, la pintura, la literatura… Era culto. Pienso que vivió la vida con una intensidad muy poderosa, pero basada en la conexión con el ser humano, en la humanidad. Eso era básico”, acerca Blanco.

Rompía los esquemas del artista ególatra, era de una accesibilidad… Francisco Blanco habla desde su experiencia de conocer a muchos artistas. Descubrió a algunos y otros le decepcionaron como personas. “El artista es el artista y… eso me pasó también con escritores, que se me han caído como personas. En el caso de Venancio, al revés, se elevaba más como persona. Era tan humano que siempre estaba al lado. Era una especie de presencia paternal enriquecedora”, puntualiza.

Para terminar este paseo, Francisco Blanco nos hace cómplices de que a Venancio le gustaba el carajillo. “Solía llevarle una botellita de aguardiente, que adquiría a un particular, porque sabía que lo había elaborado con cariño, y una caja de perrunillas, porque le encantaba”, concluye.

Para ver la galería de esculturas de Venancio Blanco, sigue la flecha.

san francisco (2)

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