Opinión

Salamanca, una ciudad sin museo

Plaza Mayor de Salamanca.

El título habría que explicarlo, claro, porque la respuesta inmediata es que en Salamanca hay muy buenos museos. La Casa Lis, sin ir más lejos, es un referente nacional para el art nouveau y déco y aparece siempre en la cabeza de los museos más visitados de Castilla y León. También están el Diocesano, pomposamente nominado Palacio Episcopal, con muy buenas obras expuestas y una actividad cultural paralela cada vez más consolidada; el de Automoción, de lo mejorcito en este sector tan específico; y el del Comercio e Industria, muy didáctico y bien organizado. El Museo de Salamanca, heredero de los antiguos museos provinciales que surgieron en el siglo XIX tras las desamortizaciones, está gestionado por la Junta de Castilla y León y posee piezas de interés, pero nunca ha terminado de ocupar el lugar que debiera y pese a que, por su proximidad a la Universidad, ofrece unas cifras de visitas dignas, pasa bastante desapercibido en la vida cultural salmantina.

Ocupando un peldaño inferior en el escalafón, nos encontramos con museos más pequeños, tipo Casa de Unamuno; destinados a un perfil muy especializado, como el Museo Taurino; o incluso espacios que, más que museos, son exposiciones permanentes: Catedral, Universidad o Filmoteca. Hay museos que lamentablemente no están abiertos –y nadie se queja–, las Úrsulas, otros que abren si se lo piden, Zacarías González, y uno muy atractivo, el de Santa Clara, al que no va casi nadie por estar fuera de ruta y cobrar una tarifa desproporcionada.

El Ayuntamiento, desde la Fundación Salamanca Ciudad de Cultura y Saberes, gestiona otros espacios que van más allá de la exposición temporal, el DA2, con fondos propios, y Santo Domingo de la Cruz, cedido en exclusividad a la Fundación Venancio Blanco para una exposición permanente con la obra del genial artista de Matilla de los Caños del Río. Es decir, que espacios musealizados, haberlos, haylos.

Pero volvemos al título, que va en singular, y nos preguntamos dónde está el museo de Salamanca como tal. En ningún lado, porque no existe. Es cierto que, cuando el ayuntamiento gestionó el palacio del obispo, se quiso hacer y durante unos quince años, sin mucho criterio, se expuso un conjunto heterogéneo de piezas en la planta inferior del edificio. Con la capitalidad europea del 2002, se pretendió darle mayor empaque y se anunció el nuevo museo municipal del Cerro de San Vicente. Se devolvió el palacio a la diócesis, se embalaron las piezas y se trabajó en el Cerro, aprovechando los extraordinarios trabajos arqueológicos que sacaban a la luz los restos del primer asentamiento, datado a principios de la Edad del Hierro, y del convento benedictino de San Vicente. La idea, muy buena, era abrir un museo y aula arqueológica que permitieran conocer la historia de la ciudad. Veintitantos años después seguimos esperándolo.

Sin embargo, cuando concluya este eterno proyecto seguiremos careciendo de un museo local en el que estén representados los artistas salmantinos. El legado de muchos de ellos acabará dispersándose y no habrá un lugar donde estudiar su obra de manera sistematizada. Y esta sí que es una asignatura pendiente para una ciudad que se dice culta, lumbrera universal al amparo de su universidad y, no hace tanto tiempo, capital cultural de Europa.

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