A mediados de los 80 visité el Museo de la ciencia de La Villette en Paris con un grupo de escolares. En el vestíbulo había un robot humanoide que se acercaba a los visitantes y les interpelaba. Me aproximé y vi que charlaba animadamente con una chica japonesa, lo que me dejó asombrado.
– Chicos, dije a mis alumnos, mirad esto: es un robot capaz de entender y hablar con personas en distintos idiomas. Seguramente tiene ya un procesador de tercera generación capaz de hacer eso. No sabía yo que estaban en circulación. Hosti, solo por ver esto ha valido la pena venir…
En aquella época habían aparecido en España los primeros ordenadores personales, unos aparatosos IBM que costaban un ojo de la cara, y la Mitsubishi empezaba a fabricar coches con robots, tan competitivos que los EE.UU., se vieron obligados a poner aranceles para proteger su industria. Ese debió de ser el inicio de la decadencia de su iron belt. Eran los comienzos de la era digital y los aficionados a la ciencia ficción, conocedores de las leyes robóticas de Isaac Asimov, creíamos que nada malo cabía esperar de estas simpáticas máquinas, más respetuosas de la ley que sus creadores.
Pero, volviendo a La Villette, al cabo de un rato uno de mis alumnos me señaló a un sujeto que, unos metros detrás del robot, le guiaba con una consola y le transmitía las palabras con un walkie talkie. Me quedé cortado. Pero desde entonces han cambiado mucho las cosas. No hubo que esperar muchos años para que Deep Blue, un ordenador de IBM, derrotara en una partida al campeón mundial de ajedrez Garry Kasparov. (Sin embargo, el torneo fue ganado por Kasparov 4 a 3 con 5 tablas, lo que no es moco de pavo ante un cerebro capaz de imaginar millones de posiciones en un segundo).
Hoy el robot de La Villette, si sigue allí, no solo sería capaz de hablar autónomamente, sino que nos llamaría por nuestro nombre, nos aconsejaría qué partes del museo visitar y nos avisaría si los ladrones han asaltado nuestro domicilio. Muchas más cosas interesantes puede hacer hoy la AI en todos los ámbitos, como sabemos.
Pero otras son más inquietantes. Drones militares ya vienen localizando y poniendo a tiro objetivos, incluso humanos, para que alguien (¿humano?) pueda pulsar el botón fatídico. Y en China, la AI se está usando para hacer realidad la vigilancia masiva de la población al estilo del ‘Gran hermano’. En Occidente sería impensable esa práctica, pero los chinos tienen una idea distinta de la intimidad. Aún podría ir la cosa más lejos. Hasta ahora el humano ha controlado al robot mediante su voz, ondas electromagnéticas o programas de software. Cabe imaginar que el siguiente paso sea la transmisión telepática. Cualquier emoción, sensación o pensamiento humano suscita acciones químicas y eléctricas en las neuronas. Solo sería cosa de equipar al robot con sensores capaces de detectar e interpretar esas acciones para que la cosa funcione. Luego, ¿qué? En el caso de que la AI cobrara más autonomía ello «podría tener consecuencias desastrosas si las decisiones críticas quedan fuera del alcance de los humanos».
En Visiones de robots, Asimov imaginó un mundo futuro dominado por máquinas conscientes. Es un mundo feliz, razonable y en armonía con la naturaleza… donde la raza humana ha desaparecido, no se sabe si por catástrofe o por acción de las máquinas. Pero Arthur Clarke (quien por cierto inventó las órbitas geoestacionarias, que hoy están en la base de las telecomunicaciones) nos invita a no perder los nervios con estas perspectivas. Siempre nos quedará como recurso el que tomó el astronauta Dave Bowman ante HAL 9000, el superordenador de Odisea en el espacio. En un momento dado, cuando HAL se insubordina e intenta boicotear la expedición, el hombre lo desconecta. Lo mata, se podría decir, pues HAL es consciente, tiene emociones e ideas y es capaz de tomar decisiones. Casi tiene una personalidad.
¿Seremos capaces de tomar una decisión así si llega el caso o para entonces tendremos las mentes abducidas por aplicaciones de móvil controladas por tipos alfa, megalómanos y medio locos como Elon Musk?
(NOTA: la frase subrayada es una respuesta de la aplicación chatgpt.com)
4 comentarios en «Inteligencia Artificial ¿sueño o pesadilla?»
Ya veo que has experimentado con el Chatgpt. Me preguntaba cuántos columnistas habrán hecho la prueba de ver cuánto se parecen los escritos de la AI a sus originales y si alguno habrá acabado por confiarle a ella los artículos cuando no está inspirado y tiene que cumplir con el director o los lectores.
Juro por Asimov que no es mi caso. A menos que algo o alguien esté manipulando mi cerebro sin ser yo consciente de ello. Pero el caso no es nuevo: ya los poetas antiguos escribían al dictado de las musas y los profetas, al de Dios. Hoy los periodistas «untados» son la vos de su amo, sea político o empresario, aunque la mayoría son decentes y profesionales.
Nada nuevo bajo el sol. Siempre asocié los fondos de reptiles a Bismarck, pero los untados seguro que ya estaban instalados en las primeras gacetillas y hojas informativas. El problema ahora, con tantos canales informativos y tantos informadores, es la resignación de los receptores: tragamos con todo aunque sepamos que nos las meten dobladas. Y siempre habrá un pelmazo que te envíe un vídeo de un señor gritón e irritado que pretende hacerte ver lo engañado que te han tenido.
Las máquinas inteligentes nos salvarán de nuestros mayores y más sanguinarios enemigos: las mentes humanas.