Un paseo de hierro

Los hermanos Mª Asunción, Ángeles y Julián Pérez-Moneo nos invitan a recordar que de la Fundición Moneo e Hijos salieron las estructuras metálicas para hacer el Mercado Central, la Casa Lis, La Glorieta y los remaches del Enrique Estevan, sin olvidar alcantarillas, cubre canalones y más tarde… los 600
Ángeles, Mª Asunción y Julián Pérez-Moneo en el parque San Francisco.

Quedada debajo del reloj. Aquí comienzan los paseos domingueros que realizará La Crónica de Salamanca este verano tomando como excusa las obras de los escultores, de los graffiteros o los poetas, para conocer mejor nuestra ciudad y poner en valor lugares o establecimientos singulares.

Los más viejos -y los no tanto- recuerdan que había una calle en Salamanca que le había ‘robado’ el nombre a la oficial. Hablamos de la cuesta de Moneo. Así, se conocía oficiosamente a la calle Ramón y Cajal. Esa empedrada vía que une el Palacio de Monterrey con la Hospedería Fonseca y deja a un lado el convento de los Franciscanos y al otro el parque de San Francisco era donde estaba la Fundición Moneo, de ahí el nombre popular.

No en vano, los talleres de Moneo estuvieron ahí desde el siglo XIX hasta 1977, cuando se cerró y en su solar se construyeron los edificios que unen esta calle con la cuesta de San Blas. A mediados del siglo XX, hubo más de 140 empleados.

De esta fundación salió la estructura metálica que adorna y sostiene el Mercado Central, la Casa Lis, La Glorieta o la puerta de hierro por donde se entraba antiguamente al hospital de la Santísima Trinidad. Ahora esa puerta está hundida dentro del jardín que bordea la tapia del recinto hospitalario, quizá cuando la descubran haya un metro de hierro que esté ‘comido’. También salieron de la empresa Moneo muchos de los remaches del Puente Enrique Estevan, porque los arreglos los hacía personal de Moneo. Pero vayamos por partes.

La empresa Moneo e Hijos, ubicada en la calle Ramón y Cajal, también conocida como Cuesta de Moneo. Archivo fotográfico familiar.

El paseo de esta semana será con los hermanos María Asunción, Ángeles y Julián Pérez-Moneo. Junto a ellos iremos paseando por los lugares donde su familia forjó, nunca mejor dicho, el nombre de la familia y con él, modernizó la ciudad de Salamanca. Muchas alcantarillas que aún se pueden ver en el Casco Histórico llevan el sello de Moneo, al igual que multitud de cubre canalones, un elemento decorativo que embellece las calles donde están colocados.

Ángeles, Mª Asunción y Julián Pérez-Moneo, con el edificio donde estaba la vivienda y la empresa de los Pérez-Moneo.

Por eso, se puede decir sin temor a equivocarnos que la Fundición Moneo está muy presente en la vida de Salamanca, pero también en la muerte, porque muchas de las cruces que adornan y recuerdan a nuestros muertos en los cementerios de Salamanca, norte de Cáceres o Ávila llevan la impronta de Moneo. La fundición de las cruces funerarias se hacía una vez a la semana.

Mª Asunción Pérez-Moneo, la única de los tres hermanos que trabajó de joven en la empresa, recuerda una anécdota. Una señora encargó una cruz para cuando ella muriera. La pagó y cuando pasaban los pedidos de un año para otro, la señora continuaba viva año tras años y decían: ‘Pero, ¿esta señora no se ha muerto?”. Ella le había dicho al párroco del pueblo que se pusiera en contacto con nosotros el día que muriera, para poner la fecha de su fallecimiento. Lo que sí nos había dicho era el epitafio. ‘En la tierra con dolor y en el cielo con amor, los esposos se unieron para siempre’”, recuerda.

Empleados de la Fundición Moneo e Hijos. Archivo fotográfico familiar.

Moneo está en Salamanca desde 1750, el primero fue un hojalatero, después vendrían Anselmo Pérez Moneo que supo transformar la hojalatería en una fundición. Invirtió bien y prosperó. Lo que hoy en día se conoce como emprendedor y en aquella época un empresario con miras de futuro.

Quizá Anselmo coincidió con Carlos Luna. No sabemos si fueron amigos o compañeros de tertulia, pero sus negocios sí que se cruzaron.

Cuando llegó la luz a Salamanca, que lo hizo gracias a Carlos Luna, padre de Inés Luna Terrero -La Bebe- curiosamente vivían junto a los talleres de Moneo. De ahí salieron las primeras farolas que se colocaron en la Plaza Mayor. Al igual que el templete que adorna multitud de fotografías antiguas del ágora capitalina.

Los tres tataranietos de aquel primer Pérez Moneo pueden mirar al suelo o al cielo y ver la huella que dejó la empresa de sus familiares. Como anécdota, un nieto de Ángeles fue a un pueblo y le mandó a su abuela una fotografía, porque en la alcantarilla se podía leer el nombre de ‘Moneo’.

Además de la parte ornamental y urbanística, Moneo realizaba carrocerías para autobuses. “Hemos visto hacer muchos coches de línea, que era como se decía antes. Era tan famoso Moneo en España, que había sobres en los que solo ponía en el remite: Moneo, España y nos llegaban las cartas a Salamanca”, explica Mª Asunción Pérez-Moneo.

Además, la concesión de la Seat también la tenía Moneo, por lo que la modernidad en el parking automovilístico salmantino también vino de este familia. “Me acuerdo que pedías un 600 y tenías que esperar 9 o 10 meses para que lo entregaran. Fue el boom de los años 60’ y 70’, cuando España resurgió y la venta de coches daba mucho dinero, pero bien llevados”, matiza Mª Asunción Pérez-Moneo.  

La fundición se cerró a finales de los años sesenta porque la normativa impedía tener este tipo de empresa dentro de las ciudades. Una parte de los socios vio que ya no era tan rentable y decidió no seguir con la fundición.

Con pena, los tres hermanos relatan que cuando se derribó la planta donde estaba la empresa, llegaron las máquinas y arrasaron con todo. “Menos mal que pasó un señor de Valencia, vio las cajas y los planos, preguntó que si se los podía quedar, le dijeron que sí y así se salvaron los planos de todas las estructuras que realizó Moneo”, cuenta Julián Pérez Moneo.

Logotipo de Moneo.

Una vez que los clasificó, regresó a Salamanca y se los presentó al que era alcalde en ese momento, Julián Lanzarote, hizo una muestra con los planos en la Torre de Anaya. Allí se pudieron ver sesenta piezas entre planos, dibujos y diseños que fueron realizados para la fabricación en hierro por la Fundación de Moneo e Hijos. Eran documentos de gran valor. Entre ello, el logotipo de un hombre sentado en un vehículo y diciendo adiós con una mano desproporcionadamente grande.

“Me acuerdo de entrar en el archivo, aquello era como el Sanctasanctórum, no nos dejaban tocar nada. Y la pena fue que llegó la máquina empujó y se fue a la basura. Los últimos que estuvieron al frente de la empresa, le tenían poco amor. Mi padre ya no tenía ni voz ni voto”, matiza Julián Pérez-Moneo.

Fuera de las fronteras salmantinas, hay que decir que el puerto viejo de Vigo salió de la Fundición Moneo de Salamanca. Pero, ese nos queda un poco a desmano en este paseo. Los charros que visiten la ciudad pontevedresa cuando vean el puerto que se acuerden que un día esa estructura se hizo en Salamanca, quizá alguno de sus antepasados trabajó en Moneo y fue uno de los artífices.

Para ver la galería de imágenes, sigue la flecha.

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