Empezar un artículo sin una idea preconcebida resulta desolador, una mota de polvo sobre este folio tendrá más sentido que cualquiera de mis palabras. Al buen columnista la experiencia le ofrece recursos para remontar la hora valle de la función cerebral, pero yo a falta de oficio solo puedo probar a pellizcar mi realidad.
Me pregunto ¿por qué escribo artículos? Me lo propuso La Crónica de Salamanca hace ya casi tres años y acepte sin saber. La verdad es que no me he prodigado mucho, solo publico uno o dos columnas al mes. La primera idea fue abordar temas relacionados con la fotografía, pero poco a poco se colaron algunas vivencias familiares de mi infancia y adolescencia.
Acostumbrado a mirarme en los años sesenta por boca de mis mayores, me asomo de vez en cuando al pasado viéndome unas veces de protagonista y otras de actor reparto. Son Ensoñaciones o relatos idealizados, donde escondo lo que sigue sin pasar o destapo lo mejor de lo que fue, cuando quiero recordar.
Aprendí en E.G.B. que en la multiplicación el orden de los factores no altera el producto. Pero la vida no es así, pues no es lo mismo asomarse a los años sesenta que asomarse a los sesenta años, dependiendo de cómo ordene las palabras rondaré la nostalgia o sentiré el vértigo del ciclista que baja el puerto, quemando frenos en cada curva.
Me descolgué del pelotón de los cincuenta en el último repecho de agosto y ya tengo en el horizonte al grupo de los setenta, que va en cabeza marcando el ritmo. Espero que me quede carretera para seguir dando pedales con el culo pegado al sillín y que esta meta volante sea solo una de tantas, antes sprint final.
Sería bonito llegar a tiempo de aprovechar ese rayo de luz en un banco de cualquier jardín, para reposar la vida en las mañanas de los días sin prisas. Qué extraña sensación esta de no sentirse tan mayor como aparenta el señor del espejo. A menudo recuerdo a mi padre a mi edad, tal vez nunca fue un señor mayor y no me lo conto.