Opinión

Efemérides mexicanas

Claudia Sheinbaum Pardo, con el bastón de mando, presidenta de México.

La mecánica memorial de los centenarios mueve eventos culturales recurrentes, a veces no exentos de polémica. La memoria personal es selectiva y más aún lo es la memoria histórica, que es colectiva, difícilmente homogénea en grupos y sociedades diversos. Pero una y otra son esenciales como fundamento de la vida humana y deben colaborar críticamente con la historia, con la que no son incompatibles, como pretenden algunos.

Así, por ejemplo, en 2022 el recuerdo de la circunnavegación de Magallanes-Elcano dio pie a numerosas publicaciones y congresos; y 2021 invitó a recordar a los comuneros en Valladolid (no en Salamanca, donde había motivos sobrados para ello, pero preferimos seguir debatiendo sobre el sempiterno rector. Por cierto, hablando de Salamanca, el gusto por estos fastos hizo adelantar 35 años uno de ellos: si el VII Centenario de la Universidad de Salamanca fue en 1953-54, el VIII se celebró en 2013 y quién sabe si con el actual rector, tan mediático e hiperactivo, no tendremos otros festejos semejantes antes de que acabe su mandato. De momento nos contentamos con sus bien coreadas apariciones públicas).

Ese mismo 2021 el gobierno mexicano se volcó en conmemoraciones, pues la efeméride unía dos momentos clave de su historia: la conquista del imperio azteca con la toma de Tenochtitlán por Hernán Cortés y la independencia del país en 1821.  Inevitablemente hubieron de relacionarse ambos sucesos en la memoria colectiva posterior y en el México independiente se impuso un relato sobre la conquista y colonización de América muy distinto, si no contrapuesto, al predominante en España y en el México virreinal. Aquí prevaleció más bien la noción de la Hispanidad, que veía la mano de Dios detrás de los Cortés, Pizarro, Pedrarias y compañía. Para que así constase, los conquistadores dejaban plantada una cruz en un lugar bien visible cada vez que arrasaban un poblado indígena, como cuenta Díaz del Castillo. (Por eso para el cronista López de Gómara la colonización de las Indias occidentales fue «la mayor cosa después de la creación del mundo, sacando la Encarnación y muerte del que lo creó»). Todavía hoy algunos arrastran aquí esa mitología, que alimenta los libros de los «imperiófilos», ciertas obras de teatro y de cine y los eructos verbales de Pérez Reverte.

Aunque de una y otra parte hay visiones más matizadas de estos eventos (no serían tan opuestas si se atuvieran a la realidad histórica), el caso es que, abierto el fuego de la polémica, la argumentación da paso a la retórica y el diálogo a los improperios. En 2019, y con vistas a los eventos citados de 2021, López Obrador, presidente de México, envió sendas cartas al rey de España y al Papa de Roma. En ellas proponía consensuar un relato y una actitud común de los tres estados, pidiendo perdón por los atropellos que unos y otros –también ellos, los descendientes de los criollos — cometieron en la época colonial.

La propuesta provocó una oleada general de indignación en la mayor parte del espectro político y de los medios españoles. «Es una ofensa intolerable al pueblo español», dijo un tal Albert Rivera, líder que fue del centrismo. El Papa Francisco, sin embargo, contestó por carta, pidiendo disculpas con humildad franciscana al pueblo mexicano. Ya en 2015 él mismo había hablado en Bolivia sobre «los crímenes contra los pueblos originarios durante la llamada conquista de América». Y la mayoría de los países con pasado colonial (Inglaterra, Francia, Bélgica, Países Bajos, Japón), han hecho declaraciones similares, siguiendo la recomendación de Naciones Unidas en la conferencia de Durban de 2001 contra el racismo, la discriminación racial y las formas conexas de intolerancia.

Pero España es diferente y al final se ha originado un conflicto diplomático que seguramente no tendrá mayor trascendencia, pero que de momento da mucho que hablar. Un rifirrafe que se podría haber evitado desde el principio si el borrador de la carta de López Obrador no se hubiera filtrado y luego no se hubiera manipulado su contenido. Y si Felipe VI la hubiera contestado con un acuse de recibo, notificando su traslado al gobierno, competente en asuntos exteriores. Pero aquí se prefiere el teatral rasgamiento de vestiduras y lo que Enric Juliana llama «el griterío insomne y la agresividad del sistema comunicativo».

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