Opinión

Vuelve el velo

Todavía conservo como entrañable herencia el velo negro bordado que mi madre usó muchos años para los cultos de la iglesia. No era un “complemento” más, era el símbolo de muchas actitudes y prácticas religiosas de la post-guerra.

Aquellos velos sobre la cabeza de nuestras mujeres escondían y proclamaban unas costumbres y adoctrinamientos muy de aquél catolicismo, pero muy contrarias al evangelio y a las pastorales que inauguró aquel Vaticano II y que  -para nuestra desgracia- siguen sin llevarse a cabo.

Eran unas vivencias católicas muy politizadas por la derecha franquista, unas moralinas con afán de manipulizar las conciencias basadas en una literatura inventada –muy mala por cierto- para dominar, controlar y someter las conciencias tratando de inmiscuirse en lo social y en aquella alianza nacionalcatolicista que identificaba religión y patria uniendo la autoridad episcopal con el régimen dictatorial surgido  de aquella guerra tan incivil, ilegal e injusta.

Aquellos velos significaban el sometimiento de la mujer al clero, su silencio absoluto en los templos y en la toma de decisiones parroquiales, su papel idealizado en la familia como madre y ama de casa, su ignorancia cultural y laboral, su rol de “sección femenina” en la sociedad, su dependencia del varón-marido para desarrollarse como persona portadora de derechos y aptitudes como los hombres.

Con la llegada de la democracia y los nuevos aires eclesiales aquellos negros velos dejaron de usarse. Nuevas normas y estilos litúrgicos comenzaron a aplicarse sobre todo en aquellos primeros años de la Transición. Algunos cambios empezaron a notarse, cambios superficiales y externos, puesto que aquella renovación profunda  que impulsó aquél Concilio no llegó a conocerse y aceptarse…y aún hoy después de tantos años seguimos sin hincarle el diente.

Lo más grave es que desde hace unos años se está acentuando unos signos y prácticas que recuerdan aquella época del velo: en la liturgia y configuración de las iglesias se repiten los manteles de puntillas, las excesivas y gigantescas velas sobre los altares, los cantos en latín, las cruces por todas partes (ignorando las representaciones del Resucitado), el oloroso incienso, las coronaciones de imágenes marianas, el aumento de cofradías nuevas centradas en sus procesiones, el uso clerical del negro y de los alzacuellos, el desempolve de casullas de guitarras, la centralidad de las devociones y fiestas marianas marginando el Evangelio y su proyecto del Reino, el reducir la actividad pastoral a solo misas y misas (por supuesto con su estipendio correspondiente)…

A la teología, la moral, la predicación homilética, a la vida parroquial y diocesana, incluso al esquema de la sinodalidad que se celebra en Roma… les falta adecuación a los tiempos y a esta realidad social. Lo que se transmite desde los púlpitos y micrófonos, las palabras de los obispos, las programaciones de los distintos grupos católicos…están faltas de espiritualidad, de humanidad y de compromiso social, de verdaderas actitudes de discípulos del aquél Maestro que tan cerca estaba siempre de la gente y a quien tan claramente se le entendía.

El panorama está muy confuso. El futuro con muy poca esperanza. Nuestros tiempos han cambiado pero las iglesias y religiones siguen sin admitirlo. Hoy lo “católico” no mueve. Habrá que volver a lo genuino cristiano. Una especie de refundación.

Necesitamos clarificar nuestro mensaje y nuestros valores. Para que no vuelva el velo ni su negritud. Que está aquí ya, a la vuelta de la esquina,

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