Opinión

12 de octubre: ¿Historia o impostura?

El primer desembarco de Cristóbal Colón en América, de Dióscoro Puebla.

En el enorme cuadro de Dióscoro Puebla sobre El primer desembarco de Cristóbal Colón en América (unos veinte m2 de pintura) aparece la visión tópica de ese episodio. El Almirante, arrodillado, mirando al cielo, sostiene un estandarte con la mano izquierda mientras que con la derecha apoya la espada en tierra, tomando posesión de ella en nombre de su reina; detrás desembarca la marinería y a su lado un franciscano adelanta la cruz hacia un grupo de indios desnudos, que contemplan la escena con asombro. Luego esta estampa gigantesca sirve de modelo para otros cuadros historicistas e inspira las ilustraciones de los libros de formación del espíritu nacional, así como la película Alba de América, de Juan de Orduña.

El mensaje de esta escenografía es claro: quiere plasmar la idea de que Castilla descubrió América con el fin de llevar la civilización y la verdadera fe a los indios americanos, ya que, como dirían luego las leyes de Burgos de 1512, los indios «de su natural son inclinados a ociosidad e malos vicios (…) y no han ninguna manera de virtud ni doctrina».

La impostura, pues lo es, luego ha alimentado la mitología del nacional catolicismo, que la ha difundido principalmente mediante la festividad del 12 de octubre y el cliché de la ‘Hispanidad’. Y el cuadro de Puebla sintetiza bien el dilema irresoluble que enfrenta la historia con el mito. Entre los 87 hombres que iban en las tres carabelas no había clérigo alguno; sólo en el segundo viaje de Colón, que transportó al menos a mil cuatrocientos hombres, iban una docena de frailes con el franciscano (o benedictino) Bernardo Boil al frente, quien por cierto volvió pronto a España, descontento con el trato que Colón daba a los indígenas. (Boil se negó a bautizar a los indios mientras no conocieran el credo del Cristianismo). La supuesta misión catequizadora de los viajes colombinos queda muy en entredicho, cuando esos 13 clérigos difícilmente podían atender siquiera las necesidades espirituales de unos castellanos viejos dispersos por el Caribe. Y, si es cierto que Colón afirma que la evangelización era “el fin y el propósito” de sus viajes, no lo es menos que la obsesión reflejada en sus diarios es lograr especias, oro y plata, y cuando habla de los indios es para señalar su posible uso como siervos o su valor como esclavos para la trata. Los indios ganarían la otra vida, pero sirviendo en esta a los españoles.

Esta es una de tantas imposturas que antes los teóricos de la Hispanidad (Vizcarra, Maeztu) y ahora los imperiófilos tratan de difundir. Así que ahora discuten cosas que la historia acreditó hace mucho, como que Cortés conquistó México, por ejemplo, que hubo explotación de los indios o que, en fin, existió una dominación colonial en toda regla, por muy distinta que fuera de la de otras potencias. Ciertamente, la iglesia y la Santa Inquisición se implantaron en América bajo el control de la corona, pero eso no fue sino un aspecto más de una aculturación y una dominación colonial que duraron tres siglos.

El concepto de Hispanidad nació ya caduco y vacío hace un siglo, cuando la influencia política y económica de EE.UU. en toda América era considerablemente mayor que la de España (y ha ido a más). El conservadurismo español y dos dictaduras han contribuido a desprestigiarlo, como lo hacen hoy los que alzan la voz y sacan pecho cada vez que hablan de ello (un Pérez Reverte, por ejemplo). Hoy sería difícil decir si significa algo.  En América se habla español, sí, pero paradójicamente se usa, entre otras cosas, para expresar una discrepancia radical con esta efeméride (similar a la que hubo con el V Centenario). En Bolivia, el 12 de octubre es el Día de la Descolonización, en Argentina, del “respeto a la diversidad cultural” y en Venezuela y Nicaragua el de “la resistencia indígena”. No menciono otras divergencias de más calado.

Tampoco muchos sabrían decir qué significa lo de la Inmaculada Concepción (y eso que según el papa Pío Nono, que definió el dogma, era algo muy sentido en España). Pero a nadie le amargan unos días de fiesta.

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