Si los recuerdas, siguen vivos

Decían que Salamanca durante los primeros meses de la Guerra Civil era más tranquila que otras ciudades, porque aquí vivía Franco, Unamuno aseguró que en Salamanca había la más bestial de las persecuciones. Era así, el rector lo vivió en sus propias carnes, lo malhirieron el 12 de octubre al salir del Paraninfo y lo remataron el 31 de diciembre en su casa.

Por Salamanca pasó la Guerra Civil, claro que pasó, aunque aquí no hubiera batallas, ni cayeran bombas, pero solo porque los republicanos amaban el arte y Salamanca está repleta de monumentos. Eso y que Portugal está a la vuelta de la esquina, hizo que Franco se alojara en el Palacio del Obispo durante los primeros meses de la Guerra Civil, por si tenía que huir, ya que el dictador Salazar era colega suyo.

Tal día como hoy, 23 de octubre, pero de hace 88 años, comenzó el fusilamiento de 133 personas en el paredón del cementerio. Estos familiares perdieron a uno de los suyos. Preguntémosles a esos nietos o biznietos, porque hijos ya quedan pocos, si por su casa pasó o no pasó la Guerra Civil. Lo hizo de tal manera, que ni dentro de los muros se volvió a hablar de la Guerra. Los hijos de los ‘rojos’ no tenían derecho ni a sufrir por los muertos.

La asociación Salamanca Memoria y Justicia ha recordado a estas 133 personas fusiladas en la tapia del cementerio San Carlos Borromeo por los fascistas, falangistas o afines al movimiento que dio un golpe de Estado contra el Gobierno de la República, democráticamente salido de las urnas unos meses antes. El golpe de Estado lo dio Franco y otros generales e instauran en España una dictadura de casi 40 años, dejando España pobre, hambrienta, miedosa y dividida.

Han pasado casi 50 años de la muerte del dictador y todavía se ven fechorías perpetradas por sus herederos. Valentín Garrido Muñoz era diputado provincial por Béjar en los años 30 del siglo pasado. Él fue el artífice de que en su villa textil se construyera un albergue para niños, que después se convertiría en un centro de alto rendimiento para deportistas.

Gracias a una iniciativa de los estudiantes de Derecho, que amadrinó la asociación Salamanca Memoria y Justicia, se le pidió a Junta de Castilla y León que añadieran al albergue juvenil Llano Alto el sobrenombre de su ideólogo. Petición que se rechazó en dos ocasiones por dos bejaranos. El nieto de Valentín Garrido Muñoz, Ramón, contó este miércoles en el Memorial por los fusilados, que albergo alguna esperanza, “porque la petición cayó en manos de dos bejaranos, Enrique Sánchez Guijo, -director general de Deportes de Castilla y León-, y después en Gonzalo Santonja, -consejero de Cultura-.  Sentí, de alguna manera, tranquilidad, que iban a tener sensibilidad y se reconocería a mi abuelo. No fue así. Tengo relación con las familias, no me lo han justificado. Vamos a seguir insistiendo, porque somos tan luchadores como los del 36”, señaló Ramón Hernández Garrido.

El nieto de Valentín Garrido concluyó su intervención leyendo un poema de Máximo Sicilia… ‘No estáis solos, ni estáis olvidados’.

No fue el único familiar que puso voz a los fusilados este 23 de octubre de 1936, Luisa Vaquero recordó a su abuelo. Agradeció la presencia de tantos jóvenes, muchos de ellos estudiantes de Derecho. “Mientras se tienen en el pensamiento, no mueren del todo. Mi abuelo era el alcalde del pueblo. No había hecho nada malo. Hoy hace 88 años que lo mataron. Estos gestos de la Historia con memoria hacen que celebremos un vínculo con las víctimas del pasado y solo la dialéctica que las vincula puede salvar del pasado a los que ya no están. Es una solidaridad hacia atrás. Esperamos que nunca más se vuelva a repetir”, concluyó Luisa Vaquero.

Por último, tomó la palabra una vecina de Zorita de la Frontera. Ella contó que en lugar de 133 personas fusiladas, podían haber sido 138, entre ellos un hermano de su abuelo. Recordó que su madre tenía 5 años cuando cogieron a cinco vecinos del pueblo, le pegaron una paliza y los llevaron en una furgoneta a Salamanca. Allí, malheridos tuvieron la fortuna de que un hombre del pueblo, Marcelino, chófer de un mandamás, pidió que a los de su pueblo no los mataran. Debida de ser muy grave -léase con ironía- el delito cometido por estos cinco hombres, porque solo con que un afín al movimiento diera testimonio a favor, los libraban de la bala.

Se salvaron ese día, pero fue tal la paliza recibida, que al poco tiempo murieron.

Hoy los hijos, nietos y biznietos de los rojos hemos dicho: ‘Que no se repita’.