La negación forma parte de una sociedad que no apoya a quienes viven realidades que se ocultan con todo el descaro del mundo. También la distorsión de quienes se empeñan en seguir anclados en pensamientos que nada tienen que ver con lo que veo todos los días.
Escribo esta columna, después de asistir a la realidad que gritan padres y madres en una calle de una gran ciudad. Valentía o desesperación de quienes se enfrentan a un sistema que no funciona, que puede llegar a mandar a niños, niñas y adolescentes a hospitales, a unidades de trastornos alimentarios o al propio cementerio, mientras son catalogados de débiles, de no tener habilidades sociales, de no tener autoestima y de cosas por el estilo que no se atañen a la realidad del acoso escolar y si a sus consecuencias.
Padres y madres que no son recibidos por quienes están al mando de consejerías, ministerios, direcciones o centros y que intentan que sus hijos e hijas puedan seguir levantándose todos los días, a veces en la más absoluta soledad y otras con suerte apoyados por quienes son verdaderos expertos en acoso escolar, los que han pasado lo mismo que ellos.
Personas que pagan como pueden los psicólogos de sus hijos o que piden créditos para poder hacerlo, con tal de seguir cuidando la salud mental para salir de un pozo en el que fueron metidos a la fuerza por quienes le robaron la niñez o la adolescencia y por quienes teniendo la obligación de protegerlos siguieron acomodados en la negación y la comodidad de puestos que no me merecen.
Sigo en la realidad de esa calle de esa gran ciudad, mientras madres me cuentan lo que pasan sus hijos, niños de muy corta edad a los que se les niega un cambio de centro, aconsejado por los propios médicos, “porque hay que perdonar“ o “porque no lo consideran positivo“, pero tampoco hacen nada para evitar el sufrimiento que todo ello provoca, mientras protocolos obsoletos se cierran o ni siquiera se abran.
Veo lágrimas y aparecen los abrazos, la emoción y la alegría de saber que hoy ya no estamos solos, que esa calle de esa ciudad ha servido para juntar el apoyo de quienes seguimos luchando por el bienestar de los niños, niñas y adolescentes que el sistema educativo, social y jurídico no es capaz de proteger y aunque esto transcurra con tres furgones de antidisturbios delante, sabemos que el mundo del silencio, hoy ha hecho más ruido que nunca en una ciudad que nos mira y se aleja deprisa como si no fuera con ellos, sin pensar que mañana les puede tocar a sus hijos.
Vergüenza ajena una vez más, las calles gritan y los despachos callan.