El catedrático de Lengua Española y director del Instituto de Estudios Medievales y Renacentistas (IEMyR) de la Universidad de Salamanca, Pedro Manuel Cátedra García, (Gabia Grande, Granada, 29 de marzo de 1954) ingresó ayer como miembro de número de la Real Academia Española (RAE) para ocupar la silla A, vacante desde el fallecimiento de Manuel Seco Reymundo el 16 de diciembre de 2021.
Cátedra se incorpora a la Academia tras su elección por el Pleno de la RAE en la sesión del 8 de junio de 2023. Su candidatura fue presentada por los académicos Francisco Rico, Inés Fernández-Ordóñez y Juan Gil. Ha sido este último el encargado de dar al nuevo académico la bienvenida a la institución y de responder a su discurso de ingreso.
Biografía de un libro
Catedrático de universidad en la de Salamanca desde 1987, donde ha completado los máximos reconocimientos administrativos, científicos y académicos, Pedro Cátedra, en su discurso de ingreso, titulado Biografía de un libro, ha reconocido sentirse «emocionado y abrumado» ante su inminente incorporación a la RAE como miembro de número. Como es tradición, Cátedra ha dado las gracias a los académicos que promovieron su candidatura, expresando su «enorme deuda» para con ellos. En particular, ha querido dedicar unas palabras al filólogo Francisco Rico, fallecido hace algunos meses.
Asimismo, ha recordado a los anteriores ocupantes de su plaza, la silla A, «una serie en la que comparecen, entre otros, don Severo Catalina, don Juan Menéndez Pidal, don Adolfo Bonilla o don Vicente García de Diego. Esa lista la encabeza don Juan Manuel Fernández Pacheco y Zúñiga, fundador y primer director de la Academia». También ha rememorado a su antecesor inmediato, Manuel Seco Reymundo, a quien se ha referido como «un fino gramático y uno de los mayores lexicógrafos de la lengua española en el siglo XX».
Antes de hablar sobre el libro en el que ha centrado su disertación, Cátedra ha ofrecido una reflexión sobre esa «virtud pasional», esa «pasión útil» que es la bibliofilia, y sobre la concepción y el nacimiento de los libros. «Hablar solo de una obra singular, y circunscribir este ejercicio a la dedicación bibliófila, como un ingrediente o un instrumento operativo más de los propios del historiador o del filólogo, tiene mucho que ver con el hecho de que la bibliofilia es una especie ‘epitextual’, en la medida en que se nutre de y repercute sobre categorías y objetos culturales e históricos», ha indicado.
«En virtud de esa experiencia del libro, o del conjunto de libros llamado biblioteca, como un ser biografiable, la literatura ofrece no pocas humanizaciones o corporeizaciones», ha explicado Cátedra. Y ha considerado: «Quisiera creer que reconocerle vida propia o biografiar a un artefacto intelectual, recrear su propio contexto e, incluso, las circunstancias y los objetos que acompañan su supervivencia y su disfrute es, acaso, el más atento reconocimiento que se le puede tributar». Pero, ha sostenido, «en el caso de que se trate de un libro, quiero creer que su corporificación es también el más productivo medio para trazar su historia al completo».
Los doce trabajos de Hércules
A continuación, Pedro Cátedra se ha ocupado en su discurso del estudio de Los dotze treballs de Hèrcules, «libro que Enrique de Villena, heredero del marquesado de ese nombre, compuso en catalán en 1417, y que autotradujo al castellano apenas seis meses después, viviendo ya en Castilla».
Cátedra justificaba la selección de esta obra por tratarse de «un cuerpo —en la sexta acepción del diccionario académico— que, desde el punto de vista bibliófilo y bibliográfico es un hito, hasta misterioso; un libro cuyo texto es, desde el punto de vista filológico, imprescindible, gozne incluso para el estudio de la renovación de la prosa artística peninsular y del léxico castellano, en concreto, en los dos primeros decenios del siglo xv; un tomo que constituye para la historia literaria una piedra de toque con que calibrar los nuevos fines y los usos de la literatura; también, para el estudio del bilingüismo literario, ya que, desde la perspectiva ‘traductológica’ y lingüística, trátase del único testimonio superviviente, en el cronotopo peninsular de finales de la Edad Media, de una autotraducción tout court entre dos lenguas romances». Un libro, ha afirmado, que ha sido «objeto del deseo de filólogos e historiadores».
«La vida de este texto fue multíplice desde casi el momento mismo de su concepción, pues fue engendrado catalán y, casi sin haber salido del scriptorium de su autor, renació castellano», ha señalado. Además, ha subrayado: «Fue uno de los textos más reencarnados de la literatura hispana del siglo XV, a tenor de los manuscritos e incunables en lengua castellana que nos han llegado o de aquellos otros en la lengua original, de cuya circulación tenemos noticias en inventarios de bibliotecas privadas, aunque hoy el único testimonio de la versión catalana sea el impreso ejemplar único, evasivo y guadiana, del que tengo el gusto de hablarles».
No obstante, ha advertido que «es imposible biografiar “el” libro, porque nunca será uno solo: son tantos como reiteradas encarnaciones, como actores en el proceso de su nacimiento y renacimientos, como poseedores/lectores/bibliófilos y, en fin, según sus variados usos, sus diversificadas voces y sus diferentes caminos en su crecimiento o metamorfosis cuasi-orgánica». Por eso, ha explicado, hoy ha biografiado «un» libro y no «el» libro.