Intermedia el otoño y llegan los primeros fríos preconizando que el invierno, por estas tierras del interior, se adueña de la mayor parte del calendario estacional. Para el pueblo, la referencia de estas fechas son los Santos. Por los Santos ya se ofrecen las castañas asadas y el inconfundible y agradable olor a cisco quemado que llega desde los puestos revoca el paso de los años, evocando con nostalgia aquellos tiempos en los que por un duro te llenaban las manos de castañas y el frío se olvidaba con el calor suave que estas desprendían. Por los Santos también se encienden las calefacciones, se sacan los edredones del armario y se guarda, hasta mayo, la ropa de verano. Las visitas al cementerio y el recuerdo de quienes nos precedieron acentúan esas añoranzas que, parece, se concentran intensamente por estas fechas.
Los años naturales son, realmente, antinaturales. El ser humano forma parte de la naturaleza y sus ciclos biológicos y antropológicos se rigen por los ritmos astronómicos. Para quienes habitamos las zonas intermedias del planeta, con las cuatro estaciones, los equinoccios regulan nuestros calendarios. Con la primavera llega el despertar tras el largo paréntesis del invierno. Y el otoño nos trae la recolección de la cosecha, el fin del ciclo agrícola. Además, el otoño aparece cargado de simbolismos, como el referido a la etapa de la vida marcada por la plenitud. No en vano, Juan Ramón Jiménez, «completo de naturaleza en plena tarde de áurea madurez», lo asimilaba a la estación total. Por eso en nuestras tradiciones preferimos el otoño como punto de partida para el inicio del año natural, el curso que se dice en la terminología académica y se ha llevado por analogía a casi todos los ámbitos de nuestra actividad.
En nuestra Salamanca, el otoño principia con el fin de las ferias, San Mateo. Aquí todo se pospone para cuando terminen las ferias. La vida cotidiana reinicia su actividad al cerrar sus puertas La Glorieta. Termina la fiesta y llegan entonces los días más hermosos del año. La temperatura es ideal para pasear por las periferias mientras, al caminar, crepitan las hojas secas que empiezan a caer y el alma, henchida ante el espectáculo que contempla, se mimetiza con los irisados y limpios atardeceres de la estepa, entreverados de nubes sesgadas, rojizas y violáceas, entre los celajes de azul intenso. Las riberas del Tormes regalan un tiempo único para la contemplación de la ciudad dorada, clericalmente pétrea, enhiesta en la silueta de sus campanarios testigos de un pasado esplendoroso.
Por los Santos todo cambia. Es otra fecha referencial, la de preparación para los fríos y la Navidad. La fiebre de Vigo también parece haber llegado al sur leonés del Duero y los adornos luminosos han comenzado a adornar nuestras calles más añosas. El otoño, más cuando la edad avanza, acaba siendo un periodo de contrastes y melancolías, una época para el disfrute de la belleza, pero también para la reflexión sobre el transcurrir inexorable del tiempo, la vida, la muerte y tantas otras cosas que, sin apenas darnos cuenta, van jalonando el peregrinaje de nuestro existir.
1 comentario en «Memorias otoñales»
Totalmente de acuerdo