La conservación del patrimonio artístico no es algo que interese especialmente a quienes gestionan los presupuestos. Tampoco muchas veces a los mismos propietarios, cuya desidia en ocasiones resulta hiriente. Durante los últimos meses lo hemos comprobado con el edificio de la antigua capilla de Nuestra Señora de la Misericordia. La pobre lleva siglo y pico recibiendo ultraje tras ultraje, desde que perdió su sentido como sede la cofradía que asistía a los condenados a muerte. En 1916 hasta la mutilaron y trasladaron su espadaña a la iglesia de Pizarrales para construir un engendro arquitectónico absurdo y desproporcionado. Desde entonces ha llovido mucho, han pasado no se cuántos alcaldes y ninguno ha conseguido devolverla a su emplazamiento inicial, que es donde debe estar.
Después de utilizar la iglesia para funciones de lo más dispar, al final acabó siendo imprenta por cuarenta años. Y la degradación continuó con el destrozo de relieves en la portada, remiendos de cemento, uralitas en el tejado, espantosas puertas de hierro con anclajes destructivos, sujeciones para cables y no sé cuántas cosas más. A los arrendatarios les daba igual al considerarla nave industrial, a la propietaria, la diócesis, tampoco le importaba mucho mientras la renta llegara puntual. Y ante las denuncias de Patrimonio, todo quedaba en avisos administrativos que nunca revirtieron la situación. Ni siquiera la inclusión en la Lista Roja de bienes en peligro de destrucción, publicada por Hispania Nostra en 2014 para sonrojo y escarnio de una ciudad declarada Patrimonio de la Humanidad, sirvió para hacer reaccionar a nadie.
Así hasta el cese del negocio en dicho emplazamiento, que llevó al abandono absoluto del edificio. Tras infinitos trámites burocráticos, en agosto de 2023 llegó el ultimátum del Ayuntamiento. O la diócesis intervenía o lo haría el consistorio subsidiariamente, pasando después la minuta. Y ahí sí, porque cuando de dineros hablamos Calatrava sí reacciona, que ya van dos milenios acumulando experiencia en la gestión. Interés, a las pruebas nos remitimos, nunca ha mostrado por la capilla, exceptuando el alquiler. Ya tiene demasiados templos que atender. Así que tocaba reorganizar el negocio y se ha entregado la capilla a una empresa para que, a cambio de explotarla construyendo apartamentos turísticos, corra con los gastos de la reparación que evite la destrucción definitiva del monumento. Y en estas andan, con los papeleos de las licencias.
La capilla de la Misericordia no es la catedral, evidentemente, pero sí una construcción barroca del XVIII con bastante interés, en línea con las construcciones de Churriguera y García de Quiñones. Y en una ciudad monumental no solo cuentan los edificios de referencia, sino su fisonomía, que viene dada por la presencia de otras edificaciones que, como esta, dan empaque al conjunto urbano.
De nada sirve ofrendar sacrificios a los dioses, como decía Oseas el profeta, si no hay misericordia. De nada sirven los títulos ni las distinciones que se ofrecen en el ara de las vanidades que son las ferias de turismo y la propaganda oficial si no se cuida el patrimonio y se actúa con eficacia, sin perderse entre las farragosidades burocráticas. Porque en esta ciudad clerical la falta de misericordia no solo se ha cebado con su capilla. La lista de atrocidades va bastante más allá, lamentablemente.