Vivir muchos años en la misma ciudad tiene sus ventajas pero también muchos inconvenientes. Nuestra vida no son emociones, ni personas, sino ciudades. Somos en gran parte las ciudades que hemos habitado.
Al pasearlas vamos muriendo con tantos que amábamos y se fueron. Esquinas, plazas, bares y rincones con los que vivíamos con ellos nos los hacen de nuevo presentes con cariño y nostalgia. Por aquí fui yo a su lado.
Miro los edificios, los grandes monumentos, las solitarias calles, los árboles y parques que gozábamos, las horas transcurridas en solitarios bancos, los paseos al río, los miradores amorosos, las iglesias calladas, los faroles de luz misteriosa al llegar nuestras noches, las palomas, los tordos por los tejados…
La ciudad es el vacío, la memoria llorosa, el reflejo de tantas historias que nos acompañaron sabiendo sus finales. Y siempre en soledad. Cuanto más grande y urbanizada, más soledad. Miro esta gente de hoy que me ignora mientras caminan silentes junto a mí y me recuerdan sin saber que soy el tiempo que me queda. Esta ciudad que seguirá cuando yo sea nada para los que ahora deseo y amo.
Alzo los ojos a los pisos de arriba y me contemplan los balcones de hierro y de cristal como si de familiares y allegados se tratasen. ¡Me han visto discurrir tantas veces por sus aceras…! Es muy cierto que la ciudad y sus barrios son los libros que leemos con los pies. Y con el corazón. Y con las lágrimas.
Bien comprendo a los que después de tantos años de ir muriendo en la misma ciudad no quieren salir de casa, lo tienen todo visto y no desean descubrir que hasta los semáforos y los comercios han cambiado, que aquellas primeras alegrías del encuentro inicial se han convertido ahora en un recinto que contiene todas las derrotas humanas. Cuesta mucho aceptar que nosotros pasaremos efímeros y vulnerables pero que la ciudad será eterna.
Las ciudades son como las personas: misteriosas, nunca las controlamos del todo, siempre se nos escapa algo inalcanzable. Nunca terminamos por conocerlas del todo. Y se nos hacen más incomprensibles cuando amamos a alguno de sus habitantes. El amor y el desamor, los olvidos e indiferencias se nos aparecen por sus avenidas. Si entramos en sus cines, en sus restaurantes, en sus tiendas de moda… allí están presentes y nos hacen regresar a aquellas bellezas de otras épocas que subsisten en nuestros recuerdos.
Será inútil buscar otras ciudades mejor que la nuestra. Las negras ruinas personales irán siempre con nosotros. Nos seguirá nuestra ciudad. Regresaremos siempre a ella a “mudar de gris en las mismas casas”, (Kavafis). Igual que malgastamos aquí nuestra existencia la arruinaríamos en el resto de la tierra.
Quedémonos aquí, donde siempre. El universo así nos lo agradecerá.
5 comentarios en «Ciudades»
Gracias por tanto tino, en lo más mundano que, nos conecta el corazón de lo más HUMANO.
Delicioso y real, como siempre.
«La ciudad y sus barrios son los libros que leemos con los pies».
Si esta cita es tuya, enhorabuena.
Te la copiaré citando al autor, y si no es tuya, la citaré igualmente.
Gracias.
Me ha gustado mucho el artículo y me ha sorprendido la frase de que los barrios son los libros que leemos con los pies.
Enhorabuena Moncho por el artículo
Llegando a una edad, alguna vez, la mente nos dice lo que ha cambiado la ciudad desde que algún ser querido nos dejó y pensamos como ha evolucionado nuestra ciudad, y nos damos cuenta que casi sin darnos cuenra hemos pasado todacuna vida en ella. Me ha parecido precioso este repaso por nuestra ciudad donde hemos vivido. Gracias.
te superas en cada escrito,este es precioso,me he visto en mi valladoliid y mi corazon se hsa entristecido poe q es asi ,cada vez me da mas tristeza ir x q todo son recuerdos.Sigue escribiendo compañero