No soy muy de iglesia, pero por mi relación con Ciudad Rodrigo y Burgos alguna vez me he preguntado en estos años -y no habré sido el único- sobre el paradero de Raúl Berzosa, obispo que fue de Ciudad Rodrigo hasta que renunció en 2018 por motivos personales (aunque lo sigue siendo, ya como emérito). Por fin, el Diario de Burgos nos saca de dudas: se halla en su casa familiar de Aranda de Duero, dedicado a labores pastorales discretas y quizá a la espera de retomar más altos vuelos.
Ya dice Jacobo de Vorágine que esta vida es “el período de peregrinaje en el que vamos errantes cual peregrinos, a través de mil obstáculos”, y así ha sido el avatar del obispo Berzosa desde el momento de su rifiuto, tan mal visto por Dante en los príncipes de la iglesia.
Antes de ir a Ciudad Rodrigo, Berzosa había tenido una brillante carrera eclesiástica como secretario de los obispos de Castilla y León, vicario general de la archidiócesis de Burgos y obispo auxiliar de Oviedo. Algún mal pensado podría creer que la suya fue una carrera ascendente hasta ese momento, para luego recaer al ir destinado a una diócesis marginal y en trance de desaparición. Sea como sea, su vida posterior es un peregrinaje quizá no compensatorio para alguien que, como afirma cierto medio confesional, “despuntó entre los curas de su generación”. Pues tras su renuncia marchó a Francia, donde tuvo un retiro espiritual en una abadía, y luego ha desempeñado labores eclesiásticas diversas en lugares tan variados como Bogotá, Roma, Santo Domingo, Málaga y Burgos.
Berzosa presenta un currículum espectacular, pues, además de obispo, es teólogo, jurista, profesor y músico (toca muy bien el órgano). Además, su desempeño como escritor no es moco de pavo: desde 1994 ha escrito 58 libros, principalmente de temática religiosa, amén de otras ocho publicaciones musicales y literarias; un bagaje editorial que puede rivalizar con el del mismísimo rector Corchado de la Usal (quien, a diferencia de Berzosa, sí ha mantenido un espectacular cursus honorum a base de publicar abundantes papers de diversos temas).
Los feligreses de Ciudad Rodrigo han estado esperando años a que Berzosa diera alguna explicación de su marcha, lamentando que luego la diócesis quedara vacante tres años y temiendo incluso su eliminación (la pelota está aun sobre el tejado y no se considera buena la solución de que el obispo de Salamanca ocupe a la vez aquella sede). Pero como el diablo mata moscas con el rabo, al no haber explicaciones hubo bulos y maledicencias sobre la citada renuncia de Berzosa. Una de ellas se fijó en la presencia de dos mujeres en el Palacio episcopal de Ciudad Rodrigo. Una de ellas pudo ser su hermana María José (sor Verónica, monja clarisa), quien estaba preparando la salida a escena de una nueva marca religiosa: Iesu Comunio, un instituto femenino que aparece en 2010 con un vigor espectacular. Rápidamente ha conseguido más de 300 adeptas, que se presentan, por el paño de su hábito, como “el territorio vaquero de Dios”. Probablemente son muchas más que las residentes en los otros seis monasterios burgaleses de la provincia, entre los que está la comunidad cismática de Belorado. Así pues, cabe esperar para sor Verónica, fundadora y superiora general de una nueva orden, un futuro eclesial espléndido y quizá no tan irregular como el de su hermano.