En 1979 buscábamos la forma de solucionar los muchos problemas que tenía Salamanca. Muchas actuaciones las compartíamos con la totalidad de los municipios de España, dada la situación de precariedad en la que se encontraba nuestro país. Enseguida nos dimos cuenta de que cada pueblo o ciudad debía encontrar su camino, su singularidad. Todos debíamos asfaltar calles y construir colegios, pero Salamanca había optado históricamente por la educación y la cultura, y a ese cometido nos entregamos con ahínco. Logramos trazar nuestro “Modelo de Ciudad” y todas y cada una de las realizaciones que lográbamos para Salamanca iban encomendadas a reforzar esa línea fuerza.
Ninguna ciudad de Castilla y León tenía en 1983 un palacio de congresos y exposiciones, y Salamanca, con la Universidad más antigua de la Península, debía optar a construirlo. En octubre de ese año propuse la creación de un Auditorio y Palacio de Congresos para cubrir las necesidades de la ciudad. Visité en su despacho de la plaza de los Basilios a Vargas Zúñiga, presidente de Caja Salamanca y Soria, y tomando café le expuse mi idea. Le dije que me dijera en confianza si la consideraba una fantasía irrealizable. Me escuchó en silencio, y después de una larga conversación en la que le aporté mis razonamientos, me animó a trabajar para conseguirlo.
La primera propuesta la hice a las administraciones central y autonómica. Después me entrevisté con Pedro Amat, catedrático de Anatomía y rector, profesor mío en la Facultad de Medicina, al que admiraba y respetaba. A Pedro le entusiasmó la idea. Una vez despejado el camino comuniqué el asunto al presidente de la Diputación y al presidente de la Cámara de Comercio. Uno a uno les fui transmitiendo el entusiasmo, Salamanca contaría con el Palacio de Congresos y Exposiciones de Castilla y León. Todos me apoyaron, incluso aquellos que eran de ideología opuesta a la mía.
Pedro Amat ofertó generosamente los terrenos, en los que en su día se encontraba el Colegio Mayor de Oviedo. En los años de la dictadura se había intentado construir un colegio menor femenino, pero la constructora dio en quiebra y había dejado en el solar los restos de unos pilares de cemento y mucha desolación. Ya teníamos el solar y las administraciones locales a favor del proyecto, faltaba el sí de la Junta y el del Gobierno de España. Sabía que el camino iba a ser largo y farragoso, y por ese motivo encomendé su seguimiento diario, casi por horas, a una mujer que nunca me ha defraudado, que se crece ante las dificultades, mi amiga Carmen García Rosado y García, DDC. Carmen se puso manos a la obra y consiguió que los Presupuestos Generales del Ayuntamiento de Salamanca para 1984 dedicaran una partida al Palacio de Congresos.
Cinco instituciones se comprometieron por escrito, con aprobación de sus órganos de gobierno, antes de finalizar el año. El Ayuntamiento aportó, en principio, 160 millones de pesetas; igual cantidad la Diputación que dirigía Juanjo Melero. Los terrenos, valorados en 30 millones de pesetas, fueron la contribución de la Universidad de Salamanca. Sesenta millones de pesetas puso sobre la mesa Caja Salamanca y Soria y cinco la Cámara de Comercio, pequeña cantidad, pero me interesaba que los empresarios se comprometieran con el proyecto.