Opinión

Las amenazas de la ignorática

Los círculos del infierno, de Sandro Botticelli.

Se atribuye a Lord Kelvin la opinión de que a finales del siglo XIX todas las leyes y elementos de la naturaleza habían sido descubiertos, quedando sólo cosas de detalle por conocer para la ciencia. No era suya esa idea, que, sin embargo, estaba en el aire: en 1899 el director de la oficina de patentes de Nueva York pidió al alcalde que la cerrara, alegando que ya se habían inventado todas las cosas posibles y no tenía sentido su trabajo. Y, sin embargo, por entonces o poco después se descubrió la radioactividad, la física cuántica, la teoría de la relatividad, la navegación aérea (que Kelvin consideraba imposible) y tantas otras cosas que revolucionaron las ciencias como nunca antes

Más de un siglo después sigue sin tener sentido preguntar si la ciencia se halla al cabo de su camino, pues, según avanza, se abren nuevas vías y se plantean nuevas incógnitas. Sólo hay conjeturas sobre cuestiones como la expansión del universo, la composición de la materia oscura, los procesos de codificación del conocimiento en el cerebro o, más aún, el sentido de la existencia del mundo (si lo tiene). Por eso Leopardi, gran pesimista, decía que «discoprendo solo il nulla s’accresce”.

Pero la ciencia sigue, aunque empujada u obstaculizada por intereses económicos y políticos que no siempre miran al bien común. Obviamente la mentira es el primer adversario del saber y es prima hermana de la superstición y del dogmatismo religioso, que asocian el conocimiento con el dolor, como indican los textos bíblicos. (“En la mucha sabiduría hay mucha molestia; y quien añade ciencia, añade dolor”). Por eso Dante coloca a Ulises en el octavo círculo del infierno, tanto por su astucia en la guerra como por su desmedido afán de experiencias y conocimientos. (Según una leyenda medieval, Ulises, tras volver a Ítaca, salió de nuevo en busca de descubrimientos y navegó más allá de las columnas de Hércules, adentrándose en aguas nunca antes surcadas, en las que naufragó).

Hoy día, mientras avanza la ciencia, nos las tenemos que ver con una nueva amenaza: la de la ignorática, que viene a ser la mayor perversión en el uso de la ciencia: si la informática consiste en los sistemas que acopian, procesan y difunden información con el fin de resolver problemas o facilitar el conocimiento, la ignorática usa esos mismos medios para obnubilar las mentes y propagar la mentira, el odio o el temor. Y es un problema muy grave, tan grave que ya cabalga como uno más de los jinetes del Apocalipsis o amenazas catastróficas que ponen en riesgo la pervivencia de la humanidad. Es lo que los científicos de la Asociación Americana que mueve el reloj del Día del Juicio (Doomsday Clock) denominan “la corrupción de la ecosfera de la información”.

Hasta 2020 esos científicos veían como principales amenazas para la humanidad los arsenales nucleares, el cambio climático y la devastación medioambiental. Entonces añadieron esa patología de la comunicación, que venía a agravar las anteriores, pues, al impedir la información veraz, impide la toma de conciencia, erosiona la democracia y bloquea la toma de decisiones correctas, sea en el ámbito público o privado. La pandemia del Covid-19 ya fue una llamada de atención. La información falsa difundida entonces –la tergiversación sobre la gravedad del virus, la promoción de curas falsas o de visiones conspirativas sobre su origen– crearon caos social en muchos países y provocaron muertes innecesarias.

Hace pocos días se decretó el estado de emergencia en California por un brote de nueva gripe aviar que ya ha afectado a humanos. Y Donald Trump toma posesión –si los dioses o una bala perdida no lo impiden– el próximo 20 de enero, rodeándose de tipos como Elon Musk o R. Kennedy jr.; una inquietante combinación de ambición, estupidez y poder económico. Han sido pioneros en el uso de la ignorática para llegar al poder y la seguirán usando para mantenerse en él. Habrá que estar atentos: “madness, in great ones, must not unwatched go” (Hamlet).

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