Había una vez un lugar llamado Belén, donde dicen las escrituras que comenzó todo. Allí la Navidad debería brillar con más fuerza y las campanas sonar más fuerte, pero no es así: las luces de las velas apenas rompen la oscuridad de la noche y el sonido de las bombas ha sustituido el redoble de las campanas. No hay niños jugando en la calle, tampoco se escuchan villancicos, solo el eco de explosiones y disparos de una guerra donde todos los días asesinan a niños, remedando la matanza de los Santos Inocentes decretada por Herodes, un sátrapa cruel y paranoico que, como el actual, gobernaba bajo la protección de un imperio lejano y arrogante.
Las ruinas de las casas de Belén se asemejan a portales como aquel en el que nació hace dos mil años un niño al que llamaron Jesús: las paredes están llenas de grietas por donde se cuela el frio del invierno. No hay animales que den calor como aquellos que alrededor del pesebre, según cuentan, calentaron con su aliento al recién nacido. Tampoco hay luces de colores ni árboles de Navidad y, en el cielo, las estrellas han sido sustituidas por drones que vomitan bombas día y noche sobre las pocas casas que aún permanecen en pie o sobre las personas, sean mujeres, niños o ancianos, que se aventuran a buscar algo de alimento. En las calles, ocupadas por los escombros de las casas y aplastadas por las orugas de los tanques, las risas de los niños han sido ahogadas por el miedo. Solo los rezos desesperados elevados a Ala, Yahvé o Dios, murmurados en los rincones, entre las ruinas, se abren paso entre el ruido ensordecedor de la guerra.
Dentro de una casa humilde Farah, una niña de siete años, miraba como su madre encendía una vela mientras ella soñaba con un árbol de Navidad. La electricidad solo era un recuerdo y las pocas tiendas que seguían en pie tras los bombardeos habían cerrado tiempo atrás. Farah, que en Belén tenía amigos árabes, judíos y cristianos, había escuchado contar a su profesora y a algunos de sus compañeros, y había leído en los libros que un día tuvo la escuela, ahora destruida, el significado de la Navidad como una celebración de paz en recuerdo del nacimiento de un niño en su mismo pueblo, pero ahora todo le parecía un cuento lejano, una fábula… una patraña. “Mis amigos cristianos ahora no pueden celebrar la Navidad: tienen tanto miedo como nosotros”, le dijo a su madre. “¿Celebran la Navidad los cristianos en otros lugares?», preguntó. Su madre, con el rostro arrugado por el sufrimiento y cubierto de polvo, los ojos hundidos en sus cuencas por el hambre, el cansancio y el hastío, inundados de tristeza, dejo escapar unas lágrimas que rodaron por sus mejillas; inmediatamente trató de ocultarlas y asintió: «Sí, hija, la celebran los hombres de buena voluntad en otros lugares donde hay paz».
Esa noche Farah durmió en el suelo cubierta por una vieja manta; en sus sueños venció al miedo y soñó con un árbol lleno de comida, luces y regalos, con sus amigos cogidos de la mano haciendo un corro alrededor del árbol y cantando villancicos, pero al despertar, lo único que sintió fue el frío del suelo y la voz de su madre susurrándole: «Levanta Farah, querida, despiértate, tenemos que refugiarnos». Afuera los ecos de las bombas al explotar sobre sus cabezas continuaban recordando a todos que, incluso en Belén, el espíritu de la Navidad había sido ahogado por la tristeza y el miedo. En Belén ya no sonaban las campanas, solo se oía el zumbido de los drones y el estruendo de las bombas.
Mientras buscaban refugio en el sótano del edificio, destruido como la propia casa que habitaban, Farah cogió la mano de su madre y le susurró: «Quizás un día podamos tener un Árbol de Navidad como en los cuentos, ¿verdad?». La madre no respondió, apretó su mano con fuerza, como si ese pequeño gesto fuera su forma de mantener viva una esperanza que, en ese rincón del mundo, parecía cada vez más difícil de sostener, pero si algo anhelaba con todas sus fuerzas es que Farah y todos los niños judíos, árabes o cristianos pudieran vivir en paz y tuvieran futuro. Al fin y al cabo, vivían en Belén.
Miguel Barrueco, médico y profesor universitario
1 comentario en «El Árbol de Navidad»
Después de ver lo que se está viendo continuamente en el mundo lo único que teníamos que pedir era paz que parece una utopía siempre tiene que haber en un sitio o en dos a la vez Serra en el mundo con lo fácil que es vivir en paz