Opinión

Santas Marta y María, ‘orate pro nobis’

Marta y María Magdalena, Caravaggio, 1598.

En este lunes de Pascua cabe evocar de modo especial a una de las figuras más interesantes del Evangelio, de vida agitada, casi novelesca. Me refiero a María Magdalena, que tuvo el privilegio de ser la primera en recibir la visita de Cristo resucitado, antes que Pedro y los demás discípulos.

Antes de seguir, diré que, como tabernícola irredento, soy más devoto de su hermana Marta, patrona de los hosteleros, cuya celebración ya se ha perdido como tal. Lo que me lleva a recordar el episodio de la resurrección de Lázaro. La escena es conocida: María estaba de palique con Jesús mientras Marta se afanaba en la cocina. Ambas le habían reprochado al Maestro que no hubiera estado con ellas para evitar la muerte de su hermano. Y me imagino la escena siguiente, en la que Marta vocea desde la cocina:

— ¡Voy a poner la mesa, María! ¿Cuántos platos pongo?

— No sé, responde María, depende de lo que haga el maestro con Lázaro.

Luego Marta debió doblar las raciones, pues ya se sabe que los resucitados vuelven del otro mundo con un hambre canina.

La exégesis bíblica no es concluyente en la identificación de Magdalena, de modo que han circulado distintas versiones sobre su vida. Como Jesús le había sacado siete demonios del cuerpo, se ha supuesto desde la época de Gregorio Magno que era una prostituta tan rica como bella, como dice Jacobo de Vorágine, quien añade: “elle avait si completement livré son corps a la volupté qu’on ne la connaissait pas que sous le nom de La Pecheresse”. Pero, aunque así fuera, el dolor de contrición y la penitencia la purificaron de sobra, como fue también el caso de la egipcia Santa Thais, patrona de las prostitutas, cuya fiesta se celebra el 8 de octubre.

De lo que no cabe dudar es de la cercanía de Magdalena a Jesús, al que apoyó en sus predicaciones y asistió en sus últimos momentos, junto a María Madre, Salomé y otras mujeres, razón por la cual el Papa Francisco la ha reconocido como ‘apostola apostolorum’ y la ha puesto en el calendario. Podríamos ir algo más allá en este punto (y le rogamos a ella para no incurrir en juicios temerarios). Si Cristo tuvo una relación familiar con sus padres terrenales, otra teológica con el Padre y el espíritu Santo, otra pastoral con sus seguidores, otra política con el sanedrín y los romanos, cuyo dominio acata… ¿no cabe pensar en alguna relación más humana, por así decir, con María Magdalena? Al fin y al cabo Jesús era un judío joven de carne, sangre y huesos, como diría Unamuno. Y sabemos que después de que ella le lavara los pies con sus lágrimas, los secara con sus cabellos y los perfumara con óleos exóticos, «no hubo gracia que Él no concediera a María Magdalena, ni señal de afecto que no le mostrara (…) y no la podía ver llorar sin llorar Él mismo”. Todo esto nos lo relata con sobriedad el dominico de La Vorágine y ha alimentado especulaciones non sanctas en evangelios apócrifos y películas y best sellers de temporada. Y si, cuando Magdalena se postra a los pies de Jesús resucitado y trata de abrazarle, él le dice “no me toques”, no es por rechazo o falta de amor, sea del tipo que sea, sino porque él ya no pertenece a este mundo y su relación con los vivos ha cambiado de naturaleza.

Para terminar, quiero volver a mi favorita Marta, servicial y acogedora, más discreta que su hermana, pero que, como patrona de los hosteleros, puede hacer suyas como nadie las palabras del Maestro: «Si alguno tiene sed, que venga a mí y beberá» (Juan 7:37).

(N.b.: hay una segunda parte de esta historia relativa a la estancia de la Magdalena y sus hermanos en Francia, que dejamos para otra ocasión).

2 comentarios en «Santas Marta y María, ‘orate pro nobis’»

  1. Esto me recuerda el episodio de «El Evangelio según Jescristo» cuando Jesús se encuentra con Magdalena: estremecedor y cumbre de la narrativa de José Saramago ¿no?

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  2. Ha sido casualidad que haya escrito esto poco antes del fallecimiento del papa Francisco, precisamente en la residencia de Santa Marta, en el Vaticano. Ahí mismo residirán los cardenales que vayan a elegir el próximo pontífice. Esperemos que reine entre ellos el espíritu reformista y humanitario de Francisco y no se dejen llevar por el hosco oleaje de intolerancia que ahora avanza por todas partes. Amén.

    Luis Castro

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