Marazu se crió junto a “músicos de batalla” de Peñaranda de Bracamonte porque su padre formaba parte de una orquesta mítica en la zona, Sayma (que después pasó a llamarse Montecasino). Cuando era un bebé, se le reventaron los tímpanos durante uno de los ensayos, como si la música tratara ya de hacerlo suyo con toda sus fuerzas. Y lo logró. Jorge Juan Hernández Marazuela, se define como músico 24 horas y compositor por instinto.
Se mueve con sensibilidad en lo que le gusta llamar “nueva canción ligera”. Para ello, investiga en la música antigua española de hace varias décadas y se deja abrazar por ella para, sin ir más lejos, regalarla esta semana el 14º ciclo de Las Noches de Lis, cuyo programa de conciertos inaugura el abulense este jueves, a las 22:00 horas, en la terraza de la Casa Lis.
¿Podría rescatar un de los primeros momentos musicales de su vida?
Recuerdo perfectamente el local de ensayo de mi padre, que tenía una orquesta en Peñaranda de Bracamonte y yo iba mucho de pequeño. De hecho, al poco de nacer, allí se me reventaron los tímpanos. Recuerdo que allí había mogollón de discos de vinilo en un cuarto de aquella casita vieja. Ese es uno de mis primeros recuerdos, junto a otro en mi casa: siempre tuvimos una habitación para la música, donde mi padre ensayaba y tenía un piano.
¿Cuál era ese grupo de Peñaranda?
Era una orquesta absolutamente mítica de la provincia que se llamaba los Sayma. Con los años terminaron cambiando el nombre a Montecasino y estuvieron en activo hasta principios de los 2000. Mi padre era el cantante y tocaba el piano.
Entonces ha vivido rodeado de música casi desde que nació.
Efectivamente. Siempre he vivido junto a la música. Empecé con tres años a estudiar, pero mi relación con el universo de las orquestas ha tenido para mí influencia en muchos sentidos, y me he ido dando cuenta con los años. Me he criado en un mundo de músicos de batalla: curraban muchísimo y casi todos tenían un trabajo complementario. Ellos mismos tenían que montar el escenario con todo el equipo para luego hacer un show de cinco horas y después desmontar. Y me he criado, además, entre un montón de estilos diferentes y eso ha influido muchísimo en mi manera de hacer música, porque en mi casa sonaban pasodobles, rancheras, pop… Sonaba de todo.
Volviendo al presente, ¿qué nos va a regalar en las Noches de Lis?
La gran parte del repertorio tiene que ver con el último disco, que salió en enero -‘La casa’-; habrá también alguna canción de discos anteriores y algunas versiones de coplas, canciones antiguas argentinas, tangos… Todo con guitarra, piano y voz. Un universo propio bastante interesante.
¿Algún tema especialmente conocido?
En mi repertorio no hay nada demasiado conocido, pero siempre incluimos alguna de las canciones que están en el imaginario colectivo, como ‘La bien pagá’, de esas que reconoce incluso quien no haya escuchado nunca un disco de copla.
Se centra mucho en la música española de los 60 y 70, en lo que se llamaba ‘canción ligera’, incluso pese a la intensidad de gran parte de los temas. ¿Le gusta este término?
Me parece muy bonito que me haga esta pregunta, aunque suene a tópico. Precisamente hace unos días lo hablaba en mi oficina. En algunos lugares nos pedían que identificáramos en género que yo hago. Es algo complejo, porque no deja de ser canción de autor, pero hay influencias de música de raíz, música latina e incluso pop. Es difícil englobarlo todo dentro de un género. El de la canción ligera me fascina, con artistas como Julio Iglesias o Nino Bravo, y es un término muy en desuso. También se le llamaba canción melódica. Finalmente nos decantamos por ‘nueva canción ligera’, porque creo que lo que hago está muy cerca de eso. Trato de recuperar esas canciones y restaurarlas a mi estilo.
¿Qué canción le obsesiona? Ya sea suya o no…
Hay muchas. Va por épocas. Llevo tiempo escuchando a un artista argentino que es un mito allí. Se llama Roberto Goyeneche. Hay dos canciones que me fascinan, ‘Balada para un loco’, una obra de arte que podría ser pefectamente un montaje de teatro, y otra que es, seguramente, la que más he escuchado este año, ‘Chiquilín de Bachín’. Es preciosa.
Ha compuesto para artistas como Pasión Vega, Sergio Dalma o Pedro Guerra ¿Por dónde se empieza para crear un tema?
Eso me gustaría saber a mí. [Risas]. En varias ocasiones me han propuesto dar alguna especie de master class de composición y siempre he dicho que para mí sería muy difícil porque mi manera de componer es muy caótica. Casi siempre, los autores de canciones que giran en torno al pop aprendemos a escribir canciones de manera totalmente autodidacta, sin seguir unos patrones artmónicos teóricos: seguimos el instinto. En mi caso es así, por lo que no podría explicar cómo se hace una canción porque puede brotar desde muchos lugares.
¿Alguna pista?
Puede ser desde un concepto que tienes en la cabeza que, de repente, empiezas a definirlo, consigues una melodía, la empiezas a enletrar… O tal vez ya tienes algo de letra escrita y le pones música. O, sencillamente, te sientas al piano, pones la grabadora, empiezas a decir cosas y, tras escuchar esos diez minutos de audio, te das cuenta de que ahí hay una canción escrita lista para perfilar.
¿Algún truco?
Para mí la composición es una liturgia totalmente íntima, que te tiene que absorber, engullir… y en la que tienes que fluir con toda la naturalidad del mundo, sin ideas preconcebidas de a dónde quieres llegar. Hay que intentar fluir y que quede una canción bonita, esa es mi premisa. O que consigas transmitir lo que te está ocurriendo por el cuerpo. Porque quizá no sea una canción bonita, pero sí enérgica, capaz de transmitir, que es lo más difícil, porque nadie tiene la capacidad de agarrar eso. Antes te tienes que sentar. Y para que suceda te tienes que sentar muchas veces.
Compone por instinto…
Sí, y creo que sucede lo mismo con la interpretación. En ese sentido, me da mucha envidia del flamenco. Es un arte absolutamente libre. Sobre todo cuando están un guitarrista y un cantaor. El guitarrista se pone a tocar con un tono, un patrón y, sobre, eso, empiezan a pasar cosas y el cantante canta lo que le viene a la cabeza. Eso me parece la expresión de libertad y de raza más potente. Es algo que en pop no podemos hacer. Aunque en el formato acústico, como que haremos en la Casa Lis, sólo con piano y voz, se puede fluir más.
¿Cómo cuida su voz?
No la cuido mucho, la verdad. Aunque en los últimos tiempos intento calentar un poco más, sobre todo por una cuestión de tranquilidad porque, a la hora de enfrentarse a una canción, siempre tendrás más flexibilidad y capacidad. Pero no tengo ninguna rutina, salvo tomar todos los días el café con miel.
¿Y cómo protege su corazón?
[Breve pausa. Duda]. Eso es más complejo. Trato de sentirme bien conmigo mismo, intentando que esa fidelidad no afecte negativamente a nadie, siendo empático. Esa es la manera en la que uno puede fluir bien. No siempre puedes agradar a todo el mundo, ni personal ni profesionalmente, así que procuro ser fiel a lo que siento que tengo que hacer. Y es así como me cuido tanto la salud emocional como la mental.

¿Qué le inspira más, el amor o el desamor?
Como decía Antonio Machado, “se canta lo que se pierde”. No es cuestión de inspiración. Cuando estás contento, lo que te apetece es estar tomando algo con los amigos y celebrando. Siempre me he tomado muy en serio tratar de escribir a cerca de todas las sensaciones, no sólo de las tristes, aunque eso sea sobre lo que más escribo, porque mi manera de comunicar es sensible. Pero intento hacer canciones también sobre sensaciones bonitas y positivas: esas también hay que compartirlas.
¿Tiene bloqueos creativos?
Sí, claro, todos los días, todos los meses y todos los años.
¿Cómo los supera?
Como decíamos cuando hablábamos de cuidar el corazón, intentando ser fiel a uno y aceptarme incluso en esos momentos. Yo intento dejarme respirar y buscas los estímulos adecuados, porque la inspiración es, para mí, un estado de ánimo. Y ese estímulo puede llegar de dar un paseo por el campo, de ver una ciudad como Salamanca, de leer un libro o escuchar música, de algo que me lleve a lugares que me empujen a componer.
¿Es muy frustrante?
Antes lo gestionaba peor. Ahora entiendo que hay épocas en las que a lo mejor no sale nada porque no hay nada que sacar. Primero hay que vivir cosas y luego buscarse las cosquillas. Hay que respetarse los tiempos. Hay épocas en las que no tienes claro el camino y hay que esperar a que aparezca ese pequeño brote verde que diga “es por aquí”. Para eso es fundamental seguir escuchando música y empapándote de cosas culturales, y en ese punto estoy ahora. He hecho cada disco de una manera muy diferente porque me he dejado guiar por lo que estaba sintiendo y escuchando.
Sin embargo el camino de la música lo tuvo pronto claro.
Yo nunca decidí ser músico sino que, desde muy pequeño, la música forma parte de mí como un juego. Cuando empecé a componer, ni siquiera pensaba que eso era una profesión. Empecé a escribir porque escuchaba discos de Erique Urquijo, Celtas Cortos… mis grupos de los 13-14 años, porque esas canciones hablaban de lo que a mí me pasaba, eran como mis amigas. Y llegó un momento en que yo también quería transmitir lo que me estaban transmitiendo ellas. Cuando tuve unas cuantas y las mostré, salió la oportunidad de tocar en algunos sitios, empezó a entrarme el gusano por el cuerpo y pensé: “esto puede ser una manera de ganarse la vida”.
¿Fue la música la que le eligió, entonces, como -dicen- los gatos a sus dueños?
Creo que sí. Siempre tengo presente que la música empezó siendo mi juego. Yo vivía en un pueblo muy pequeño de Ávila y ella era mi universo, era la manera de estar acompañado, porque había muy pocos niños y, en el colegio, sólo cuatro. Hasta que no venía los fines de semana la gente de Madrid yo pasada mucho tiempo solo. Al final la música se convirtió en algo natural en mi vida, es una parte de mí, es mi juego, mi recreo.

No todo el mundo tiene algo así de bueno.
Por eso trato de lograr que la parte profesional no se coma esa sensación de juego, independientemente de que el éxito sea mayor o menor. Es un camino que me ayuda a motivarme, a aislarme, a sentirme pleno… Mucha gente quizá muera sin encontrar ese sitio. Yo he tenido épocas mejores y peores, y la música me ha salvado de todo.
Entonces la siguiente pregunta puede ser difícil. Si no fuera músico, ¿con qué profesión se quedaría?
Ninguna. Me gusta mucho el cine así que, seguramente, algo relacionado con él. Dirigir me habría fascinado. Pero la música habría sido una parte fundamental para mí. Posiblemente habría dedicado mi vida a ganar dinero con otra cosa, pero mi motivación principal habría seguido siendo la música. Quienes nos dedicamos a esto, cuando tenemos una semana libre, la empleamos en hacer música: esto es así las 24 horas.
Dos recomendaciones: un artista consagrado y otro emergente.
Como artista consagrado, ‘el polaco’ Roberto Goyeneche, porque aquí quizá no todo el mundo lo conozca. En cuanto a alguien nuevo… Yo escucho bastante música antigua y no estoy muy al día, pero recomendaría a Sidecars y a Pablo Moreno, que tiene un talentazo brutal.






















2 comentarios en «Marazu: «La música me ha salvado de todo»»
Es muy evidente que la entrevista refleja tu pasión profunda por la música y tu compromiso sincero con tu arte, me sorprende especialmente cómo narras que “la música me ha salvado de todo”: es un testimonio poderoso de cómo el arte puede ser un hogar y una fuente de esperanza en los momentos donde nos sentimos más vulnerables. ¡Muy buena!
Muy buena entrevista a un excelente artista, el abulense Jorge MARAZU, olé, olé y olé