Subrayar un libro es un ejercicio de resistencia y de reconocimiento. En un mundo donde cada día se lee menos, donde se eligen lecturas más superficiales y donde la atención se fragmenta en mensajes banales y efímeros en las redes sociales, subrayar un libro es como haber naufragado en una isla desierta. Decía Steiner que el intelectual es aquella persona que, al leer un libro, sostiene siempre en la mano un lapicero para subrayarlo. Y el columnista y editor Ignacio Echevarría, por su parte, añade que “el buen crítico es un lector que sabe subrayar adecuadamente, y que, por virtud de ello, sabe construir una lectura representativa del texto, basada en citas oportunas”.
Esta costumbre, sin embargo, está desvaneciéndose en nuestro tiempo, como también parecen estar haciéndolo los buenos discursos e incluso los intelectuales. La cultura de la lectura y de la reflexión, tan ricas y profundas, han sido reemplazadas en gran medida por un consumo rápido de información superficial e interesada, donde las ideas se deslizan como sombras sin dejar huella.
Subrayar un libro es, cada vez más, un acto íntimo; casi como llevar un diario en el que las palabras se convierten en confidencias. Cada trazo, cada línea marcada, es un eco del pensamiento que alguna vez resonó con esas ideas. Cuando uno regresa a las páginas de un libro que subrayó hace años, se encuentra con un yo irreconocible, como si cada subrayado fuese un retrato de un pasado que ya no se siente propio. “¿Por qué elegí este párrafo?”, se pregunta uno con frecuencia, como si esos trazos pudieran desenterrar un sentido oculto en el tiempo. Es un recordatorio de que la vida, cual río incansable, lleva consigo no solo los años sino también las pasiones, los intereses y las inquietudes que alguna vez nos definieron.
El acto de subrayar puede parecer simple, pero, en su esencia es una forma de diálogo con el autor, un intento de capturar la esencia de sus pensamientos y hacerlos propios. Hace unos días leía yo el magnífico libro de Juan Marqués Creo que el sol nos sigue… Y, por supuesto que señalé párrafos y más párrafos, algunos para volver a leerlos, otros para que en un futuro antecedieran otros textos que yo escribiera, otros por lo ingenioso de la cita… Lo cierto es que, la mañana en que esto escribo, he abierto al azar el libro para ver qué párrafo de los subrayados me regalaba este día, y di con este pensamiento entre lúcido, sugerente y simpático: “Al abrir la bolsa de hielo, los cubitos huelen a Venecia”. Esa frase, tan fresca y evocadora, me hizo sonreír, pero a su vez me llenó de extrañeza a pesar de que el tiempo que había pasado no era tanto, ya apenas me reconocía en su subrayado. La imagen de Venecia, con sus canales serpenteantes y su atmósfera de ensueño, se entrelazaba con el recuerdo de mis propias experiencias, de mis viajes, de mis encuentros. La lectura se transforma en un viaje en sí misma, donde cada subrayado es una señal que marca el camino de nuestra propia historia.
Subrayar es, en esencia, un diálogo entre el lector y el texto, una conversación que trasciende el tiempo. Me gusta que los distintos modelos de ebook cuiden los modos de subrayado con colores cálidos los ipad, y diferentes grosores los kindle. Cada línea marcada es un vínculo con momentos pasados y, a la vez, un puente hacia el futuro. Es un acto de resistencia ante la inercia de lo efímero, una reclamación de la profundidad en un mundo que a menudo se conforma con lo superficial. En cada subrayado se esconde un deseo de recordar, de reconectar con lo que nos hizo vibrar en su momento. Así, el subrayado se convierte en un ritual, en una celebración de la lectura, donde cada trazo es un testimonio de nuestra propia evolución.
Por todo esto, subrayar no es un mero acto de lectura sin más, sino una forma de ser, y de estar, ante un libro y ante uno mismo. Es un ejercicio que nos invita a detenernos, a reflexionar y a contemplar. En un mundo y en un tiempo que avanza a pasos agigantados hacia la peor definición del pensamiento único, el acto de subrayar nos recuerda la importancia de la pausa, de la reflexión y de la conexión con nosotros mismos. En cada libro subrayado, dejamos una parte de nuestra esencia, un rastro de lo que fuimos y de lo que aspiramos a ser. Esa es la magia de la lectura y el poder del subrayado: un viaje personal que, aunque se realice en la soledad de un rincón, nos conecta con la vasta experiencia humana.






















