Opinión

Indiferentes al dolor ajeno

Un niño desnutrido atendido por sanitarios en Gaza. Fotografía. Unrwa.

Lo contrario del amor no es el odio, sino la indiferencia.
Lo contrario del arte no es la fealdad, sino la indiferencia.
Lo contrario de la fe no es la herejía, sino la indiferencia.
Y lo contrario de la vida no es la muerte, sino la indiferencia.

Elie Wiesel (superviviente del Holocausto y Nobel de la Paz)

Vivimos tiempos en los que la información nos golpea en forma de ráfagas breves, como si el mundo nos hablara a gritos, en forma de titulares que duelen, imágenes sin consuelo o cifras desgarradoras.

Sabemos de guerras, genocidios, migraciones forzadas, hambrunas, racismo, cambio climático, terremotos, incendios… Y, sin embargo, algo dentro de nosotros se a ido endureciendo. Pasamos por las noticias de puntillas: cambiamos de canal, pasamos la hoja del periódico, deslizamos el dedo por la pantalla del móvil, y seguimos adelante. El horror cotidiano se ha convertido en un paisaje habitual, en un ruido de fondo que ya no nos sacude y apenas nos inquieta, una actitud fruto de un programa de desensibilización social, de un lavado de cerebro colectivo.

No es que seamos malas personas -al menos, no la mayoría-. Es que estamos asustados, desorientados, sin saber muy bien que podemos hacer y por ello para sobrevivir nos envolvemos en una coraza de indiferencia, como si apartar la mirada pudiera aligerar el peso de la impotencia. Pero cada vez que no sentimos, que no actuamos, que no nos detenemos siquiera un momento, algo dentro de nosotros se va oxidando. Despacio, en silencio.

La tragedia no entiende de distancias ni de fronteras. No necesita cercanía geográfica para ser real. Que un niño se ahogue en un mar lejano o que una mujer pierda su casa a tres calles de la nuestra debería dolernos del mismo modo. Pero hemos construido -sin querer o queriendo- una escala de sensibilidad injusta y caprichosa, donde el valor de una vida parece depender de cómo nos lo cuenten en el telediario.

A veces la indiferencia se disfraza de normalidad. Nos repetimos que “siempre ha sido así”, que “no se puede hacer nada”, que “hay que seguir adelante”. Y sí, la vida sigue. Pero, ¿cómo? ¿Qué clase de personas somos si acabamos aceptando lo inaceptable, si dejamos que el sufrimiento ajeno se convierta en parte del paisaje, sin rozarnos siquiera?

Recuperar la sensibilidad es, hoy, un acto personal de resistencia íntima, casi una actitud revolucionaria. Significa detenerse un segundo más frente a cada noticia, dejar que nos toque e incomode, preguntarnos qué podemos hacer, aunque sea poco: compartir una causa, firmar una petición, abrazar a quien sufre, donar, pedir justicia, votar con responsabilidad para exigir políticas más humanas. No todo depende de nosotros, pero casi todas las soluciones empiezan en nuestra forma de mirar.

No se trata de vivir desgarrados por cada herida del mundo, sino de no acostumbrarse al espanto. De no mirar hacia otro lado. De no dejar que el dolor solo duela a quienes lo sufren en carne propia.

Porque si aceptamos la indiferencia -aunque solo sea para garantizar nuestra propia tranquilidad-, habrán ganado ellos: los que se lucran con el dolor ajeno, los que construyen su poder sobre la mentira, el miedo y la muerte, porque habrán impuesto su relato y normalizado sus horrores, incluso con esperpentos como que un genocida asesino proponga a Trump como candidato al Nobel de la Paz. Así tendrán las manos aún más libres para seguir mintiendo, robando y asesinando.

Porque el día que el dolor ajeno ya no nos sacuda, aunque sea un poco, ese día habremos perdido algo irrecuperable: nuestra humanidad.

Miguel Barrueco Ferrero, médico y profesor universitario

@BarruecoMiguel

1 comentario en «Indiferentes al dolor ajeno»

  1. Hablemos todos los días de Gaza y de las gentes de Palestina. No los olvidemos. Ya casi dos años de destrucción masiva además de bombardeos a 4 países, Líbano, Siria, Irán y Yemen a los que ni siquiera se les ha declarado la guerra. Hagamos el boicot a los productos de Israel, los dátiles, naranjas y patatas que España importa masivamente. Y a esa cadena de supermercados, también presente en nuestra ciudad, señalada por Francesca Albanese https://www.scribd.com/document/886230795/Informe-de-la-Relatora-Especial-de-las-Naciones-Unidas-para-los-Territorios-Palestinos-ocupados-sobre-las-empresas-involucradas-en-el-proyecto-colonia

    Responder

Deja un comentario

No dejes ni tu nombre ni el correo. Deja tu comentario como 'Anónimo' o un alias.

Te recomendamos

Buscar
Servicios