Ser de provincias implica ser provinciano. Y no es desdoro, porque en mi periplo madrileño asumí la disyunción de que, salvando los capitalinos, el resto somos de provincias, Barcelona incluida. Madrid es otro mundo, una ciudad global, según se dice ahora en Geografía cuando hablamos de urbes con influencia mundial en todo tipo de aspectos, cuantos más mejor, sea la política, economía, cultura, religión, ciencia… Y la villa ocupa un lugar destacado, para orgullo de cuantos la queremos y admiramos, en los principales índices que lo bareman, oscilando entre las posiciones dieciséis y dieciocho. Por eso, para un madrileño es habitual recorrer el mundo y encontrar referencias a su ciudad. Lo extraño sería lo contrario. Pero para los provincianos, localizar el nombre de nuestra patria chica en otras partes del mundo puede resultar hasta emocionante.
Salamanca, en este sentido, no está mal representada, sobre todo en Hispanoamérica. Es cierto que debe más al pasado que al presente, pero cualquier occidental medianamente formado conoce su existencia. Aun así, el provinciano, como quien suscribe, se alegra al descubrir el nombre de su ciudad en lugares de lo más insospechado, como es el caso de Belén, la ciudad que vio nacer al rey David, el organizador, realmente el fundador, del antiguo reino de Israel. Allí también, al ser de la misma estirpe de Judá, para que se cumplieran las Escrituras, nació Jesús, llamado después Nazareno por haberse criado en Galilea.
Desde hace unos meses, en la localidad cisjordana de David aparece el nombre de Salamanca asociado a uno de los iconos pintados para una nueva capilla de peregrinos, iniciada en 2018, a las afueras, por la Custodia Franciscana de Tierra Santa. La Basílica de la Natividad es un espacio compartido con ortodoxos y armenios y presenta bastantes limitaciones para la acogida de peregrinos y celebración de cultos. Por ello se construyó la nueva capilla en el Campo de los Pastores de Beit Sahour, el lugar donde, según la tradición, los más humildes fueron los primeros en recibir la noticia del advenimiento del Mesías.
Curiosamente, una leyenda medieval había vinculado ya nuestra tierra a ese lugar. Estos relatos, ya sabemos, no resisten el menor análisis crítico, pero son tan bonitos que mejor es dejarlos como están. Valga, por tanto, recordar que en la iglesia de San Pedro de los Mesones, en Ledesma, están enterrados tres de estos pastores, Isacio, Josef y Jacobo, cuyos restos fueron allí trasladados desde Jerusalén, en tiempos de Fernán González, para evitar su destrucción ante el empuje de nuevos pueblos convertidos al islam, más fanatizados.

La vinculación de la provincia con Belén se ha reforzado por el patrocinio de la Hermandad Franciscana de uno de los iconos colocados en el presbiterio. Son obra del artista madrileño Miguel Ángel Laguna que, junto a la Inmaculada central y otras cuatro tablas, realizó veinte medallones con los santuarios dedicados a la Virgen María en Tierra Santa. La sencilla capilla del Monte del Tremore, donde María contempló aterrada el intento de despeñar a su hijo tras presentarse en Nazaret como Mesías, es el que lleva el nombre de Salamanca.
Son cositas muy sencillas, casi anecdóticas. Pero esto es lo que tiene ser de provincias, que uno disfruta con poco cuando ve que el nombre de su ciudad aparece en otros lugares.























