La república de Weimar (1919-1933) fue el régimen vigente en Alemania desde su derrota en la I Guerra mundial -que hizo caer al II Reich-, y el acceso del nazismo al poder, a su vez preludio de la II Guerra mundial. Así pues, la pregunta se las trae. Porque, si fuera el caso, la humanidad tendría delante perspectivas negras, muy negras.
Dos libros recientes señalan el relativo paralelismo entre aquella época y la actual: El fracaso de la república de Weimar. Las horas fatídicas de una democracia, de Volker Ullrich; y Los irresponsables. ¿Quién llevó a Hitler al poder?, de Johann Chapoutot, (pendiente de publicación en España). Subrayo lo de relativo paralelismo: la historia no puede documentar repeticiones de épocas, pues no las hay. Más propensos a ello son los periodistas, con sus oceánicos conocimientos superficiales. Veo que, a propósito del libro de Ulrich, El País titula la reseña del libro de Ullrich con «El mundo vive un momento Weimar», que es “ejemplo de manual de lo frágiles que son las democracias”; el ABC añade «… se hacen guiños al presente y se extraen lecciones y advertencias para el mundo occidental de hoy» y El Confidencial hace esta lúgubre pregunta: “Así murió la democracia alemana de Weimar. ¿Podría morir igual la nuestra?”.
Creo, sin embargo, que no se puede ir demasiado lejos en ese paralelismo de épocas. Sin duda hay inquietantes semejanzas en cuanto al auge del extremismo derechista, el racismo, la erosión de los sistemas democráticos y del internacionalismo o el irracionalismo. Pero no son menores las diferencias. Hoy la violencia política, de momento al menos, es minoritaria y más verbal que otra cosa, mientras que entonces era estructural y ejercida por grupos paramilitares armados. Por ejemplo, no nos imaginamos a los tellados, ayusos o abascales, que prodigan el insulto a sus adversarios, ordenando su asesinato, como sí ocurrió en los años 20 Y 30. Y cabe esperar que episodios brutales como los de Torre Pacheco sean una excepción. (Sucesos comparables fueron los de El Ejido, pero ocurrieron hace 25 años).
Hoy no hay tampoco una dinámica de expansión revolucionaria bolchevique, principal factor de radicalización derechista de las clases medias entonces, ni la situación económica es tan crítica, ni el ejército tan asilvestrado e intervencionista (tanto, que en España trajo dos dictaduras). Sin embargo, hay tres aspectos clave que hoy, como entonces, pueden empujar al mundo al desastre. Por un lado, lo que algunos llaman “la erosión del ecosistema informativo”, esto es, la difusión masiva de bulos e ideas vacías que propician conductas colectivas irracionales. Luego está la unión o desunión de las izquierdas y de los demócratas frente al peligro ultra. En las elecciones de noviembre de 1932 en Alemania (las últimas de la república de Weimar), comunistas y socialistas obtuvieron más escaños que los nazis (221 vs. 198), pero estaban desunidos. Hoy los partidos de izquierda deberían meditar muy seriamente sobre esta cuestión.
Finalmente está la actitud de los partidos de centro y de derecha (y de grupos empresariales y mediáticos) ante el fenómeno ultra. En los años veinte se transigió con él e incluso se facilitó su acceso al poder, haciendo un cálculo político que luego resultó trágicamente erróneo: se dejaba suelta a la bestia parda para eliminar a los izquierdistas y a las minorías disidentes, pensando que más adelante, muerto el perro, todo volvería al orden tradicional burgués. Hoy, en algunos países, España entre ellos, se empieza a transitar por ese camino político.
Pero lo que vino no fue el orden, sino la guerra, que multiplicó el horror y la destrucción del anterior conflicto. De este se había dicho que sería “la guerra que pondría fin a las guerras” (H. G. Wells), pues la humanidad quedaría escarmentada y buscaría un nuevo orden internacional en el que las disputas se resolvieran pacíficamente. Pero ya sabemos que las cosas, estando mal, aún pueden ir a peor, como así fue. Y el caso es que ahora, si un destino aciago (o, más bien, las acciones y omisiones de los grupos humanos) nos impulsara hacia otro conflicto mundial casi podemos estar seguros de que sería el último. Un segundo “momento Weimar” nos llevaría del Holocausto al Apocalipsis.























