Los carnavales de Salamanca antes del golpe de Estado de Franco eran muy celebrados. Los bailes de disfraces, las charangas por las calles y la participación ciudadana hacían las delicias de pequeños y mayores. Salamanca perdió sus carnavales con la prohibición gubernamental franquista, mientras, Ciudad Rodrigo, con su Carnaval del Toro, fue ganando fama. Al llegar la democracia al Ayuntamiento nos planteamos recuperar los carnavales de antaño, pero consideramos que era mejor potenciar otras fiestas ciudadanas y no competir con la ciudad hermana, con Ciudad Rodrigo.
En el tercer mandato democrático, con Fernando Fernández de Trocóniz como alcalde, el barrio Garrido sur, a ambos lados de la Avenida de Portugal, recuperó con mucha fuerza los carnavales. Parecía que los salmantinos habían estado esperando una señal para salir a la calle a divertirse. La ciudadanía hizo lo posible para que fuera un éxito. Una comisión nacida de entre los vecinos coordinó una experiencia fantástica, bien hecha.
Fernando apoyó la iniciativa y tuvimos muchos años de carnavales en Salamanca. En mis últimos cuatro años como edil heredé unas fiestas participativas que nos pareció debían ser potenciadas y protegidas. La gente que se encargaba del carnaval era muy trabajadora y creativa, y cada año salía mejor. Solamente recuerdo un acto que me hizo pasar apuros. Me invitaron al pregón que dio Jesús Gil, entonces alcalde de Marbella. Pasé vergüenza ajena. Demagogo y populista hizo un discurso infumable que aguanté estoicamente por educación, pero que me hizo sonrojar más de una vez. Julián Lanzarote no apostó por la continuidad de los carnavales salmantinos y, junto con algunos problemas surgidos en la organización, hizo que en pocos años murieran, sin que desde el Ayuntamiento se pusiera remedio.
Tenía recuerdos muy vivos de la celebración de la Cruz de Mayo. Cuando era pequeño los niños hacíamos una cruz con dos palos y atábamos flores campestres para adornarla. Con la Cruz parábamos a los viandantes pidiéndoles una limosna para la Cruz de Mayo. He visto en mis años como subdelegado del Gobierno en Salamanca, en una visita a Béjar un tres de mayo, una celebración parecida en la que también los niños son los protagonistas. Hablé con el hermano mayor de la cofradía de la Veracruz para que sacaran la procesión que antaño desfilaba en esa fecha. Les gustó la idea y sacaron su bella Cruz plateada y algún otro paso a la calle. La procesión de la Cruz de Mayo salió a la calle solamente aquel año.
Apoyamos la Semana Santa para que fuera reconocida Fiesta de Interés Regional y Nacional. Nos parecía que la de Salamanca mantiene una buena imaginería y unos recorridos procesionales impactantes junto a los monumentos iluminados por la noche. Ambas cosas hacían de la Semana Santa salmantinas una de las mejores de España. También apostamos por crear un museo de la Semana Santa, que por pitos o por flautas no pudo salir adelante como salieron otros. Pero tuvimos un error garrafal del que me arrepiento. Cuando tomamos posesión en abril de 1979 había pasado ya la Semana Santa. En la de 1980 dimos permiso a un funambulista para que hiciera sus ejercicios de acrobacia en la Plaza Mayor. Para la exhibición instaló una serie de andamios que impedían, en parte, los desfiles procesionales y afeaban mucho el paso de las imágenes por el lugar emblemático del recorrido. Los creyentes de la ciudad afearon, con razón, la medida tomada por el Ayuntamiento y más de uno comenzó con la cantinela de que estaban gobernando los rojos, los comecuras y enemigos de la religión.





















