Recientemente ha publicado la Diputación de Salamanca un libro cuyo interés ha llamado mi atención como santamartina. Obra del historiador Ramón Martín Rodrigo, el libro se titula Santa Marta de Tormes. De aldea a ciudad, y relata detalladamente la historia de nuestro municipio desde los orígenes prehistóricos del espacio que hoy habitamos hasta los años 70 y la culminación de lo que el autor denomina “la transición del mundo rural al urbano de 1955 a 1965”, época que nos sitúa en la antesala de lo que hoy es la Santa Marta que todo conocemos.
Muchas son las cuestiones de interés que atraerán a los lectores, principalmente a quienes viven o han estado vinculados por algún motivo a este pueblo hoy ya verdadera ciudad (pues sus 15.000 habitantes le permiten ostentar tal categoría con honor) y sobre todo núcleo de población con entidad propia e importancia sobresaliente en la provincia y respecto a la propia Salamanca capital. Pero, tal vez por deformación profesional, a mí me ha atraído principalmente la cuestión del nombre.
Las razones y el origen de éste los ve el autor en el hecho de haber sido santa Marta una santa de notable advocación en Francia, lugar del que procedían o eran oriundos, como todos sabemos, los repobladores de Salamanca a comienzos del siglo XII. Similar origen tendrían los núcleos de población y templos dedicados a otro ilustre santo galo como fue el caso de san Martín de Tours.
Marta hace alusión, evidentemente, a Marta de Betania, hermana de María y ambas de Lázaro, “el amigo de Jesús”. Es decir, aquella Marta a la que el propio Jesús dijo en el célebre pasaje de Lucas: “Marta, Marta, te preocupas y te desasosiegas por demasiadas cosas; sólo se necesita una”. Este pasaje, hermoso como pocos entre los múltiples pasajes hermosos que contienen los Evangelios, no es una recriminación a Marta por parte de Jesús de la vida activa e intensa que lleva en el desempeño de sus tareas, sino una llamada de atención por su poca preocupación por lo que realmente es importante: “Marta, Marta, tienes que aprender a realizar tu trabajo por amor –pareciera decirle Jesús”. Todos sabemos lo importante que es, en cualquier trabajo, realizarlo humanamente, con la mirada puesta en las personas y no en detalles menores.
Pero quizás sea más conocido aún (y no menos enigmático) el final del pasaje en que, inmediatamente tras lo anterior, Jesús dice: “Pues María escogió la mejor parte, de la que no se verá privada”, y donde los exegetas bíblicos (o sea, los estudiosos) interpretan que Jesús alude al interés con que María escucha a su Señor y guarda su Palabra. Y cuando digo “su Señor” me refiero al verdadero Señor, aquel cuyo Reino no es de este mundo, y de ahí la importancia de la atención con que María le escucha.
Y precisamente -y ahora ya es la mente literaria de quien esto escribe la que se suelta el pelo y se lanza a imaginar- se me ocurre que, en el contexto de Salamanca y sus santos patronos y topónimos, sin duda alguna la mejor parte correspondió a nuestra bella y querida -también de los santamartinos- ciudad de Salamanca al tener la suerte de contar con Santa María de la Sede, nuestra queridísima Virgen de la Vega, como santa patrona.
Sin embargo, el apellido, por así decirlo, “de Tormes” no aparecería junto al nombre de nuestra ciudad hasta 1906 (en unos meses celebraremos los 120 años). Fue en esa fecha cuando el abulense Manuel de Foronda y Aguilera, periodista, geógrafo y miembro de la Real Academia de la Historia, con la intención de evitar la confusión con otros topónimos homónimos de otras latitudes, decidió proponer que Santa Marta pasase a ser Santa Marta de Tormes, en una clara adscripción del topónimo a la zona ribereña salmantina.
Soy feliz y me alegro de vivir en una ciudad (en dos, en realidad) que aprecia la cultura y a sus artífices pues, como bien dice Ramón Martín Rodrigo en su libro, “del conocimiento nace el afecto”, y no puedo dejar de recordar y agradecer ahora (y desde aquí les felicito y animo a seguir disfrutando de su jubilación) tanto a Paco Blanco como a Aníbal Lozano, a quienes, y desde su dedicación a la Diputación y a la provincia de Salamanca durante décadas, tanto debe la cultura salmantina. Y como me enseñaron de chica, “de bien nacidos es ser agradecidos”.






















