Cansada debe acabar Carmen Conessa al concluir Medea y liberarse del corsé de loba que lleva durante la función. Fatigada después de alumbrar una obra que nace con un parto y concluye con varias muertes cuya primera emoción en ambos casos es la extenuación.
La Medea de Carmen Conessa puso el punto y final a Las Noches de Fonseca y a los salmantinos nos ha dejado, tanto el drama griego como la programación cultural, con ganas de más, de mucho más. Se apagaron las luces del escenario y se hizo el silencio en el patio de Fonseca. Nadie se atrevía a romperlo, porque sabíamos que se bajaba el telón de las dos.
Es lo que tienen las desgracias, que tardas en reaccionar porque no crees que se hayan producido. En la vida, porque quieres que todo vuelva al punto de partida previo a esa tragedia y en el Patio de Fonseca, porque te gustaría que aquello que acabas de disfrutar continuara un poco más. (Aquí dejo el envite).
Me adelanto a los acontecimientos, aunque con un clásico griego escrito hace más de 2.700 años eso es casi imposible. Me refiero al argumento de Medea, al otro, a la apuesta por la industria cultural, que debería de ser lo primero en lo que piensen cada día los responsables de las instituciones salmantinas.
Volvamos a la mitología griega –aunque me resulta difícil desligar que Salamanca vive un infortunio si no apoya las artes en el sentido más amplio de la palabra-. La puesta en escena de esta tragedia no te deja indiferente como espectador, desde el cuarteto de cuerda que comparte protagonismo silencioso –aunque parezca un oxímoron- con Medea, hasta la actriz y el actor que sirven cual apuntadores de la trama y que se marcan unas vidas excesivas y unas muertes sobrecogedoras, donde son creíbles en el papel de hijos, de padre y de esposa. Y, todo ello, salvo raras incursiones, lo expresan con sus cuerpos.
La danza, la expresión corporal, la mímica… forman parte del diálogo silente que se escucha, aunque parezca una contradicción, durante la obra. Brazos, piernas, tronco y cabezas narran a base de movimientos lentos o agresivos la excitación sexual, el galope de las batallas o la resistencia del cuerpo a morir. Están tan bien ejecutados que los espectadores sentimos cada una de las emociones.
Y para que nos creyéramos que todo lo que vivimos este miércoles en el Patio de Fonseca fue verdad, nada mejor que concluir escuchando la Lacrimosa del Réquiem de Mozart. (Los griegos clásicos hubieran bendecido esta incorporación moderna a su obra de celos poderosos que siempre acaban mal).
Medea murió en Fonseca. Tiremos de otro clásico de la mitología griega para pedir que sus cenizas hagan resurgir la cultura salmantina cual Ave Fénix.
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