Escuchaba esta misma mañana en la radio una serie de consejos que me han guiado hacía la luz de la sabiduría veraniega. Decía la ufana locutora que para no sucumbir al calor veraniego es aconsejable beber líquidos frescos, vestir ropas ligeras y, atención, evitar hacer ejercicio a mediodía al aire libre.
Sé, querido lector, que hay que tomarse un rato para asimilar la magnitud de estas afirmaciones. Es probable que usted estuviese planificando una media maratón para hoy a las tres de la tarde, hidratándose a base de polvorones, pues no lo haga. Imagino una mesa llena de expertos pensando en cómo decirle a una sociedad que lleva milenios viviendo en la Península Ibérica que el fuego quema y el agua moja… pero aplicado al verano.
Esta infantilización de la sociedad podría ser hasta graciosa si no fuese porque lo dicen totalmente en serio. Nos alertan del peligro de dejar a un niño o una mascota en un coche al sol, un consejo que debería ser tan innecesario como advertir que no se debe jugar a la petanca en una autopista ni darle el PIN de la tarjeta a un desconocido. Imagino que en años venideros nos informarán de que es necesario inspirar y espirar para poder vivir, o que hay que masticar los alimentos antes de tragar.
Todo lo anterior está dicho con tono irónico, pero no se malinterprete esta ironía. Es evidente que los golpes de calor son un riesgo real y grave, especialmente para las personas más vulnerables y para todos aquellos que realizan su actividad laboral en el exterior. La crítica no va dirigida a la prevención, sino al tono de parvulario con el que se nos sermonea, considerándonos poco menos que imbéciles. Se nos trata como a niños incapaces de conectar la causa con el efecto, como si el instinto de supervivencia fuese algo que nos tienen que actualizar cada junio.
Así que, este verano, cuando escuche estos consejos por radio o televisión, levante su vaso de gazpacho bien frío a la salud de nuestros protectores. Démosles las gracias por recordarnos que para no quemarnos, lo mejor es no tocar el fuego.
Es un alivio saber que alguien vela por nosotros, no vaya a ser que un día se nos olvide y en plenos casi cuarenta grados salgamos a comprar el pan con un abrigo de paño y un gorro de lana puesto.
























2 comentarios en «Consejos veraniegos»
Muy bueno, Marce. Pero te recuerdo que cuando descubrimos algo pensamos que somos los primeros que lo descubrimos y ansiamos ilustrar a los demás. ¡La condición humana!
Diste en el clavo! Por estas cosas y otras parecidas es por lo que estamos abocados a la extinción como especie!….