Es un verano caliente a muchos niveles, no deja de sorprenderme las cosas que a veces pasan a quien realmente no debería pasarle y sin embargo es sorprendente la suerte que acompaña a otros muchos.
No les hablo de política, ni de otros derroteros de esa índole, no crean ustedes que mis comentarios son reflejo de la actualidad. Por ejemplo, les hablo de una sociedad que amarga, portadas que estomagan y vergüenza ajena en muchas partes del mundo.
No hace falta ir tan lejos para sentir lo expuesto anteriormente, a golpe de like, existe un mundo de desvergüenza, de crítica innecesaria, de morbo que sigue alimentando carroña, de falta de respeto y, por supuesto, de intolerancia, falta de empatía y pensamiento crítico.
Es sorprendente, la injusticia que se asoma al mundo y que tiene su manera de gritar a través de redes sociales, exponiéndose a trileros digitales, que por arte de trueque cambian la bola, a golpe de like, para seguir estafando a quienes sus vulnerabilidades les hace exponer sus heridas en un ciberespacio que no filtra quien pasea por él.
Aparecen como setas, sin medir consecuencias porque saben perfectamente que sus palabras o sus acciones serán difíciles de denunciar. La impunidad que regala las redes sociales y el anonimato de quienes se creen intocables sirven para alimentar delitos que quedarán en tierra de nadie porque la vergüenza pesa más que la justicia tanto en el mundo online como offline.
Hablamos de educar digitalmente a niños, niñas y adolescentes, de las consecuencias que provoca en su personalidad y en su cerebro las horas de pantalla. Hablamos de ponerle medidas y restricciones a todo ello, de blindarlos digitalmente, pero se educa desde el ejemplo y claramente eso no lo estamos haciendo bien, cuando nos tomamos la licencia de escudarnos en la libertad de expresión para vejar, humillar, mentir y agredir digitalmente a otros, aunque no los conozcas, ni tengas la intención de hacerlo.
No podemos pedirles a ellos, lo que no hacemos nosotros, no pretendamos dar lecciones ni de ética ni de moralidad y mucho menos sentirnos ejemplo, ni ser referentes ante un mundo digital hipócrita, que tiene memoria selectiva para lo que quiere y que saca lo peor de mucha gente que piensa que todo vale y que nada cuesta.
El respeto no se compra, se gana con educación y con valores, tanto en el mundo online como offline. La prepotencia y el yoismo son enfermedades con difícil tratamiento que navegan a la deriva ante un mundo digital que acaba siendo un meme de una sociedad que ríe por no llorar.























