El 20 de noviembre de 1975, se dio la noticia de la muerte de Franco. Durante todo el día las emisoras de radio y la televisión emitieron programas especiales del acontecimiento que podía cambiar la vida de los españoles. Aunque esperada, la prolongación artificial de la existencia del dictador se hizo eterna.
Ese día estábamos trasladando los pocos enseres servibles desde el Hospital Provincial al nuevo y flamante Hospital Clínico Universitario de Salamanca, centro que la Universidad de Salamanca había abierto junto al río, en el paseo de San Vicente.
Unos años antes, Salamanca había entrado en la modernidad médica con la apertura de la Residencia de la Seguridad Social Virgen de la Vega. Los salmantinos podíamos presumir de tener dos hospitales modernos en los que se hacía medicina de calidad.
Todavía quedaban otros centros hospitalarios especializados, el hospital jardín de los Montalvos, que nació para la atención de los enfermos de tuberculosis, pero, al disminuir la incidencia de la enfermedad por los tratamientos eficaces con antibióticos, y los pacientes no requerir internamiento, se fue convirtiendo en hospital para el tratamiento de las enfermedades del tórax. Parte del centro quedó en desuso y otra se acondicionó debidamente. Actualmente recibe enfermos de larga estancia, liberando las camas de los hospitales de agudos, mucho más costosas.
El Hospital privado más conocido por los salmantinos, el de la Santísima Trinidad, había sido un modelo sanitario a principios de siglo XX. Pertenece a un patronato presidido por el obispo y el alcalde, aunque yo no conocía este extremo, lo supe por casualidad.
Un día recibí una carta de renuncia de uno de los diputados del patronato. Quise entérame de qué iba la cosa, pero desistí ante la opacidad con la que llevaban todos los asuntos.





















