Quizá con demasiada rapidez ha pasado el 80º aniversario de Hiroshima y Nagasaki. El recuerdo se desvanece en la vorágine de los conflictos mundiales y resbala sobre las estresadas neuronas de una sociedad que solo busca evadirse, escapando de canículas y fuegos voraces.
Pero el peligro atómico sigue, quizá más insidioso que nunca. Señalábamos hace poco cómo, a pesar de la considerable reducción de los arsenales nucleares desde los años 80, el nivel de overkill (la capacidad de destrucción del planeta vivo) persiste e incluso repunta: países como Japón o Corea del Sur están considerando tener la bomba; Irán no desiste; Rusia y Corea del Norte amenazan y, quizá lo peor, Trump pretende relanzar la Iniciativa de Defensa Estratégica o ‘Guerra de las galaxias’, que llevaría la tensión al espacio y pondría en grave riesgo la disuasión nuclear vigente desde la Guerra fría. Hay ya drones de propulsión nuclear y no cabe descartar que puedan llevar carga explosiva de ese tipo, como los submarinos que están dotados de misiles SLBM y propulsión atómica. Mientras, los tratados internacionales de reducción de arsenales y de ensayos nucleares están pendientes de un hilo o simplemente ignorados por las potencias.
Hoy sabemos que esta pesadilla podía haberse evitado desde un principio. Contra lo que dice la historia oficial de Estados Unidos, la bomba no fue necesaria para la rendición de Japón en la II Gran guerra. Así lo vieron ya los propios mandos militares de la época. Douglas McArthur, comandante de las fuerzas aliadas en el Pacífico, consideró la bomba “completamente innecesaria desde el punto de vista militar”, pues los japoneses estaban ya “completamente vencidos”. Con uno u otro matiz también mostraron reservas sobre la bomba los generales Eisenhower, Curtis LeMay y Carl Spaatz, entre otros, y alguno se lo hizo saber al presidente Truman.
Japón se hubiera rendido si Estados Unidos le hubiera dado garantías de continuidad del régimen imperial (que, al final, persistió), pero exigieron una rendición incondicional que sabían inaceptable para los japoneses y que solo sirvió como excusa para lanzar las bombas. Hubo ahí una doble y gravísima responsabilidad histórica de los líderes norteamericanos: por un crimen de guerra cometido sobre población civil y, además, por el inicio de una carrera armamentista irracional aún hoy en curso. De ese riesgo también se era consciente entonces: lo señalaron algunos científicos del propio proyecto Manhattan e incluso el general MacArthur aludió ya entonces a “las posibilidades de una guerra futura con sus horrores magnificados 10.000 veces”. La proliferación nuclear fue inevitable una vez que unos y otros, sobre todo EE.UU., torpedearon los intentos de abortarla en el seno de Naciones Unidas.
Así pues, puede afirmarse que las bombas de Hiroshima y Nagasaki no fueron el fin de la II Guerra mundial, sino una advertencia de EE.UU. a la URSS y al mundo: comenzaba la Guerra fría, en un contexto internacional en el que ellos iban a detentar la hegemonía mundial gracias a su músculo económico y militar y a un monopolio de la bomba que iba a durar muy poco.
En esas seguimos. Y con el maletín atómico en manos de un sujeto como Trump.
























4 comentarios en «A 80 años de Hiroshima: la amenaza persiste»
Uno de los mejores artículos en memoria del hecho inaugural del horror nuclear y en advertencia de que podemos estar a las puertas de su repetición.
Muy interesante.
Gran artículo…el peligro persiste, y bien acertada la descripción del mundo actual: lo de «estresadas neuronas de una sociedad evasiva…»
Artículo «corto y al pie», sintético, pero aportando mucho tanto desde el punto de vista histórico como desde la perspectiva ideológica.
Enhorabuena.