En este agosto quemado, de días marcados en negro, todavía respirando el hollín de bosques, praderas y campos arrasados por mil fuegos, una vez más sentimos la impotencia de enfrentarnos al desastre natural con nuestros recursos de urgencia, que como siempre se muestran insuficientes cuando la furia de la naturaleza se hace imprevisible.
Pero también sabemos, que la mejor herramienta para minimizar los daños es la previsión, la planificación y preparación para cuando estos ataquen de nuevo, porque volverán las llamas, como volvieron las riadas, los volcanes, terremotos, maremotos, vendavales y toda catástrofe natural con la que hemos de o convivir sí o sí.
¿Cuantas veces escucharemos que la mejor medida es la previsión, antes de que vuelva a ocurrir? Todos apuntamos a la clase política, cuando vemos con impotencia que se pudo hacer mucho más antes de llegar el día D y nos queda la sensación de que se miró a otra parte, a la hora de tomar a tiempo medidas efectivas contra lo irremediable.
Se apaga el fuego, se limpia el lodo, calma la tempestad, pero ni muere el perro ni se acaba la rabia y nos olvidamos de ponerle bozal hasta que vuelve a morder y ya no hay tiempo ni de atarlo, ya no hay vacuna que haga efecto, otra vez todo contaminado por el horror, el dolor, esperando que aparezcan héroes y heroínas repartiendo solidaridad, que ayude a paliar las consecuencias.
Es de una irresponsabilidad imperdonable poner en máximo riesgo la vida de las gentes, en sus pueblos, en sus trabajos, aunque estos sean de riesgo, por el simple hecho de recortar o aplazar presupuestos en inversiones para mejorar la limpieza de los bosques o la contratación de profesionales expertos en tareas de extinción y prevención.
“Es mi pueblo y no reconocí nada, todo negro sobre negro, sin referencias visuales, ni un árbol, ni una valla, ni un camino, ni la tapia del cementerio, nada que me ayudase a situarme, estaba perdido, en otra dimensión”, me comento Miguel al relatarme su llegada al pueblo de sus padres, para ver las consecuencias del incendio, agravadas por la falta de previsión.
Un fuerte abrazo para quienes nos dejan sus campos, sus caminos, sus pueblos y el trago de agua fresca de sus manantiales, a los que somos de ciudad, cuando necesitamos sentirnos vivos de verdad.
























1 comentario en «“Es mi pueblo y no reconocí nada”»
Qué tristeza tan grande..