Opinión

Incendios en la herida abierta de La Raya

El incendio de El Payo. (Ical/Vicente)

Dedicada a Miguel Delibes

Cada verano, la geografía española se tiñe de humo. Los incendios forestales, cada vez más voraces y difíciles de controlar por los efectos del cambio climático, se han convertido en una tragedia recurrente. Sin embargo, detrás de cada hectárea calcinada no se esconde solo un drama ambiental, también late un drama social, el de una España que se apaga al mismo ritmo que sus pueblos se vacían.

Todo el oeste peninsular, incluida esa franja fronteriza con Portugal conocida como ‘la Raya’, que se extiende en España desde A Guarda (Pontevedra) hasta Ayamonte (Huelva) y por la parte portuguesa desde Caminha (Minho) hasta Castro Marim (Algarve), se ha convertido en símbolo de esta doble herida. Territorios con densidades de población similares a Laponia, pueblos donde apenas queda un puñado de vecinos mayores, comarcas de las que la juventud emigró en busca de trabajo y donde los servicios básicos son cada vez más escasos cuando no inexistentes. Esa desertificación humana no solo empobrece cultural y socialmente el territorio: lo hace también más vulnerable al fuego.

La Sierra de la Culebra en Zamora era, hasta ahora, el ejemplo más brutal de esta herida. En 2022, las llamas devoraron más de 30.000 hectáreas en un paraíso natural que ya sufría el éxodo de sus habitantes. Tres años después resulta imposible reconocer la riqueza cinegética y forestal que atraía turismo y daba de comer a los pueblos, a pesar de las promesas que se realizaron a sus habitantes en aquellos días, promesas hoy incumplidas. En Salamanca los montes de Monsagro son un paisaje lunar calcinado.

Este año la tragedia se multiplica: En Orense se ha quemado más del diez por ciento de su superficie, en Zamora Sanabria y Molezuelas de la Carballeda (entre Zamora y León) sangran por la misma herida; en León arden también Las Medulas y los Picos de Europa, la montaña palentina también arde y en La Raya salmantina el incendio de Cipérez con 10.500 hectáreas arrasadas supera al de Monsagro de 2022. Más al sur en Cáceres, en Las Hurdes y la Sierra de Gata el fuego se repite verano tras verano, golpeando a una población envejecida que vive con la angustia de perder lo poco que aún conserva. Este año, además, el fuego arrasa el valle de Ambroz y amenaza el valle del Jerte.

Regiones de Portugal, al otro lado de la frontera, comparten el mismo destino. Trancoso en el distrito de Guarda, o Freixo Da Espada en las Arribes del Duero, arden este verano. Sus aldeas rayanas, con idénticos problemas de envejecimiento y abandono, sufren cada verano las mismas llamas. La Raya, el territorio más despoblado de la Unión Europea, es hoy una cicatriz que se quema por los dos lados.

Cuando los pueblos estaban vivos, el monte también lo estaba. El pastoreo mantenía a raya el matorral, la agricultura tradicional limpiaba el entorno, la recogida de leña evitaba acumulaciones de biomasa inflamable. Era una gestión casi inconsciente, cotidiana, que se traducía en prevención. Hoy, en cambio, miles de hectáreas quedan abandonadas a un destino de maleza y sequedad. Lo que antes era una red de cuidados dispersos se ha convertido en un polvorín que arde con facilidad.

La paradoja es cruel: el fuego no solo destruye bosques y fauna, también arrasa los últimos vínculos que quedaban entre la población y su tierra. Quien ve cómo el incendio devora su casa o su explotación agrícola o ganadera, difícilmente encuentra razones para seguir resistiendo en un lugar donde persiste la amenaza de una nueva tragedia cada verano. Así, la despoblación alimenta los incendios, y los incendios, a su vez, alimentan el éxodo.

Y, mientras tanto, seguimos mirando el problema con la misma miopía. La inversión en prevención de los incendios es irrisoria. Por otra parte, la solución no puede limitarse a más helicópteros, más hidroaviones y más brigadas cuando ya está todo ardiendo. Son, por supuesto, necesarios, pero absolutamente insuficientes. La gestión política por las comunidades autónomas responsables de los montes, y los incendios cuando suceden, es manifiestamente mejorable y se deberán depurar responsabilidades al respecto.

A medio y largo plazo la respuesta pasa por revitalizar el territorio, por dar futuro a esos pueblos, por apostar de verdad por una economía rural sostenible, ligada al monte y a la tierra, que devuelva el equilibrio que se perdió. Solo con gente viviendo, trabajando y cuidando estos lugares nuestros montes dejarán de ser leña muerta, yesca, para el fuego.

El problema es que han decidido abandonar el medio rural porque mantener los servicios públicos básicos como centros de salud, escuelas, medios de transporte o cuarteles de la Guardia Civil, dicen que resulta demasiado caro y, por otra parte, un campo despoblado resulta también un territorio fácil para colocar aquellas instalaciones que otros territorios con mayor población  rechazan, como grandes extensiones de placas solares, parques eólicos, macrogranjas o plantas de biogas, actividades que deterioran el territorio, hipotecan el futuro y cuyos beneficios económicos se van a las regiones ricas, cerrando el círculo vicioso del abandono territorial y la explotación del territorio despoblado.

Apagar incendios sin repoblar pueblos es como poner tiritas en una herida abierta. La verdadera política contra el fuego es dar vida a esos territorios, devolver futuro a quienes aún resisten en ellos y atraer a quienes podrían volver.

De lo contrario, cada verano repetiremos el mismo ritual de llamas, humo y luto, mientras la España vaciada se convierte, literalmente, en ceniza. Y seguiremos llorando sobre esa ceniza caliente, mientras la frontera con Portugal se convierte en el epicentro de una tragedia repetida y no podremos resistirnos a la idea, cada vez más extendida, de que esta tierra no le importa a nadie y que tampoco tienen ya ningún interés por disputar el voto del señor Cayo.

Por. Miguel Barrueco Ferrero, médico y profesor universitario.

@BarruecoMiguel

10 comentarios en «Incendios en la herida abierta de La Raya»

  1. Aparte de todo eso incluso posiblemente haya un 25% de los fuegos que son provocados la mayoría por gente casi está o contratados cuatro meses de limpieza de montes y luego los despiden esos a los gente también que hay que meter mano hoy pero pero mano dura

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  2. Un gran artículo que aborda ampliamente todos los aspectos que afectan a esta despoblada amplia zona que ahora además queda reducida a cenizas, sin que interese en exceso a la clase política porque, efectivamente, le aporta pocos votos (el del Sr Cayo y pocos más)
    Gracias al autor por este valioso análisis de nuestra zona, que debería difundirse lo más posible.
    Macas.

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  3. Muy bien explicado. De recién casada con mis niños pequeños, pase muchos veranos en las Hurdes. Los pinares bien cuidados por la gente del pueblo. Había muchas cabras que salían todos los días a los montes. Si había un incendio, tocaban las campanas y todos los del pueblo con picos y palas en media hora lo apagaban. Sobra más comentario. Ya lo dices muy bien Miguel.

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  4. Como siempre felicidades por el artículo, no falta detalle.
    Pero yo me sigo avergonzado de mi mismo y mis conciudadanos por la pasividad que mostramos hacia nuestros políticos, a los que mantenemos con sueldos suculentos amén de otras dádivas y que pasan años y años y solo miran su ombligo. La gestión de recursos no es cosa suya.

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  5. Miguel: En todo de acuerdo…pero te ha faltado decir claramente que muchos de estos fuegos obedecen a intereses políticos y económicos….creo que hay mucha mafia alrededor de esa Agenda 2030……¿ La oficina Verde de la USAl hace algo efectivo al respecto o es otro chiringuito más para devorar cual llamas el dinero público ?

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